“Si un perro muerde a una persona, no es noticia, pero si una persona muerde a un perro sí lo es”. Así se enseñaba a los aprendices de periodistas allá por finales de los años 1960 (el autor de estas líneas da fe de ello). La noticia de la mordedura humana podría adquirir categoría de exclusiva si un acontecimiento tan improbable ocurría por aquel entonces. Quizá ahora no daría tanto pábulo. No andamos muy lejos de tales desbarres.
Hace pocos días se daba cuenta de la noticia de los maltratos a que había sometido un cazador a 55 canes en un pueblo madrileño. El SEPRONA (Servicio de Protección a la Naturaleza de la Guardia) había encontrado en condiciones deplorables a los perros en agosto de 2014, por lo que la asociación protectora de animales, El Refugio, ha pedido ahora al juez la pena de 40 años de cárcel al dueño de los perros. Dos de los perros estaban muertos y en avanzado estado de descomposición. Las imágenes se repitieron una y otra vez en los medios, particularmente en los boletines televisivos de noticias de mayor audiencia, generalmente coincidentes con la ingesta de comidas o cenas.
En las escuelas de periodismo también se enseñaba que los periódicos y los informativos radiofónicos o televisivos se componían de diversas secciones, correspondientes a la actualidad internacional, nacional, cultural o económica, pongamos por caso. Hoy en día, la compresión de los hechos noticiables se reducen a lo que antes se calificaban como ‘sucesos’ y, cómo no, a los deportes. Estos últimos merecen tan destacada atención que, en las cadenas privadas, ya se han desgajado del cuerpo principal informativo permitiendo prolijas cuñas publicitarias y han pasado así a tener luz mediática propia.
Son escenas de eventos que siempre han existido pero que ahora se ‘multiplican’ por la mayor cantidad de imágenes a disposición de los profesionales de la información. Los móviles posibilitan la filmación de episodios como las del ensañamiento de tiroteos en las escuelas estadounidenses donde los escolares aparecen ensangrentados por los suelos de sus colegios o institutos. Además, lo que era una noticia en primicia se ‘estira’ durante varias ediciones de los subsiguientes boletines de noticias, y a veces durante días se reiteran las atrocidades visuales obtenidas por dispositivos de telefonía personal (recuérdense, por ejemplo, las terribles imágenes terroristas de Londres, París o Barcelona).
Se argumenta que los periodistas y los presentadores de las noticias en los medios audiovisuales son notarios de la realidad. Ciertamente no son ellos quienes se inventan ni manipulan las noticias de la desagradable violencia que acompaña a los comensales televidentes día tras día. Tampoco cabe responsabilizarles de la violencia inducida en nuestras sociedades. El debate en USA, por ejemplo, de si la violencia de las imágenes mediáticas está relacionada con la violencia real de los escolares ha cobrado de nuevo interés con la reciente matanza de Parkland en Florida. Los estudios de los psicólogos Comstock y Paik ya establecieron hace décadas que los efectos a la exposición mediática a la violencia se correlacionaban con un incremento de la violencia física de las personas.
En Italia, el escritor y periodista Roberto Saviano, condenado por la Camorra italiana a permanecer en paradero desconocido, salvo peligro de muerte, publicó hace unos meses el relato, 'La banda de los niños', en la que narra el asalto al poder de los viejos camorristas por parte de una banda de jóvenes emuladores. Se trata de chicos de familias ‘normales’ con gustos pijos y conformados por una estética cinematográfica de lujo y glamur.
El aparente incremento del número de violaciones de niñas en los países asiáticos, y especialmente, en el subcontinente indostánico se relaciona con su mayor exposición pública. Pero, no es que las estadísticas hayan aumentado el número de casos, sino que se conocen y publican en los medios. Algunos de estos incluyen secciones monográficas sobre violaciones (rape) de acceso público y en redes. La intención es provocar el rechazo en las gentes de tan monstruosas conductas.
No colija el lector que la alternativa ante esta escalada de atención por lo violento y macabro es su ocultación o prohibición, más allá de las buenas prácticas de autorresponsabilidad deontológica de los profesionales de la información. Ante un eventual conflicto entre información y buen gusto debe primar siempre la libertad de expresión como valor supremo de nuestras democracias. Empero, quizá suceda que responsables de los medios públicos o avezados empresarios de los privados entiendan que la narración macabra monocorde no aumenta necesariamente las audiencias y las cuotas de pantalla.
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