Un año más, la fiesta de Sant Jordi, donde los protagonistas: libros, rosas y gente han dado color a un día que todos esperan con ilusión. La normalidad ha sido la tónica dominante. Nada ni nadie ha conseguido cambiar, de momento, el objetivo de este día tan importante para la ciudadanía.
Unos siete millones de rosas se han vendido en esta edición. De ellas, como siempre, la de color rojo ha sido la más deseada por el público. La amarilla, por indicación expresa de la ANC, ha llegado a la suma de 600.000, que viene a representar que ha sido una sobre diez. Hay cosas que no cambian. Politizar acontecimientos, se ha convertido en un objetivo. No todos compran el producto, por mucho que el envoltorio lo adorne con oro.
La rosa roja significa entre otras muchas cosas la pasión, el fuego, pero también simboliza la admiración y el respeto. La amarilla es el reflejo de la amistad, de la adolescencia, pero para algunos representa la superstición. Dicen que si alguién te regala una rosa amorilla y no es una persona cercana, quizás esconde una segunda intención. El color amarillo, para los actores no es precisamente su color favorito.
Es evidente que como el arcoíris, las rosas tienen más colores que el rojo y el amarillo, el blanco, el azul, el rosa, el verde, naranja conforma los colores, de momento, que la gente tienen a su alcance para comprar.
Las tradiciones han de continuar, forman parte del ADN de las personas y de los territorios. No obstante, se han de ir transformando conforme pasan los años, faltaría más. Los hombres, tradicionalmente, regalan una rosa a las mujeres - los hay que más de una - y las mujeres libros a los hombres. Eso ha cambiado, ¿los hombres, por qué no pueden recibir una rosa?. y a la inversa, ¿por qué a las mujeres no se les pueden obsequiar con un libro?. Las tradiciones, no son muros de hormigón, hay que adaptarlas a los tiempos, de eso se trata. La cultura no es solo un monopolio exclusivo del hombre - lo mismo que las tareas domésticas de las mujeres-, y la sensibilidad solo de las mujeres. Los floreros no son “exclusividad”, como algunos quieren hacer ver, de las mujeres.
Nadie, ni nada debe monopolizar una Diada como la de Sant Jordi, es patrimonio de todos. Hay cosas que son propiedad colectiva, piensen como piensen, sientan como sientan y vengan de donde vengan. Esa es una de las grandezas de la democracia como también lo son: la tolerancia, la libertad, el respeto y la convivencia ciudadana.
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