Me es imposible entender cómo a un prestigioso periodista de El País en su crónica del 9 de noviembre de 2016 no se le ha ocurrido una frase mejor que "Donald Trump, un loco a cargo del manicomio" para mostrar su perplejidad y su terrible enfado, que comparto, ante la victoria electoral de una persona como Donald Trump.
¿Qué ha hecho ese hombre para que el periodista lo tilde de loco y de manicomio al espacio que configuran todos quienes le votaron y quienes no? ¿Qué sabe el periodista de la locura?
Ni el Sr. Trump es un loco ni el mundo es un manicomio aunque en la sociedad y en sus instituciones se produzcan violencias tan terribles como en aquel se producían.
No digo que dejemos el diagnóstico para el uso de los profesionales sino que evitemos los diagnósticos y los adjetivos clínicos como armas contra los sujetos. También quienes somos profesionales hemos de combatir por el uso dañino, aunque involuntario, de expresiones de la psicopatología para descalificar a alguien por sus comportamientos cuando no son comprensibles o adecuados.
Es demasiado frecuente utilizar unos términos que proceden de la psicopatología de forma hiriente "contra" muchas personas. El término loco, si queremos llamar así a aquel comportamiento o persona con determinadas producciones psíquicas como el delirio y la alucinación, es hiriente cuando con el mismo se pretende descalificar o atribuir significados despectivos y, de paso, incluir al sujeto enuna identidad colectiva devaluada y marginadora.
¿Y si el señor Trump o cualquier otro en lugar de estar loco hubiera estado loco? ¿Estaría incapacitado para gobernar? ¿Quiénes serían los sanos, los no locos, nuestros gobernantes europeos sin vergüenzas ante los tremendos atropellos que con sus políticas hieren a los más indefensos? ¿El gobierno español que construye vallas asesinas en Melilla y Ceuta? ¿El gobierno francés que construye vallas y muros en Caláis? ¿Los gobiernos ingleses, húngaros, polacos, croatas, daneses, en suma, los gobiernos europeos diversos que ponen vallas, cierran fronteras, pagan a dictadores y se someten al dictado de estos para que vigilen sus fronteras? ¿Los que callan por intereses geopolíticos ante las violencias de dictadores cercanos y, a veces, amigos? Nada tiene que ver todo esto tan rechazable, todos estos comportamientos y tantos más que pueden ser descritos, nada tienen que ver con el trastorno mental o la locura.
Confundir locura con maldad no es bueno para nadie, salvo para los malos. Llamar loco a Trump es colocarlo inadecuadamente en el mismo lugar de tantos como sufren por adversidades sociales diversas, por problemas de salud, por incomprensiones, por experiencias traumáticas de diverso signo, etc.
No parece que tal señor sufra tras sus exabruptos y sus hirientes y despectivas declaraciones. Más bien, al contrario, parece estar en un permanente goce y, de momento, no parece observarse en él conmoción, arrepentimiento ni pesadumbre.
No, no, Trump no es un loco, no está loco, sería mejor decir, porque la locura no es un ser sino un estar. Podría estarlo, nadie está exento de dicha dolorosa posibilidad, pero no son de ese orden las cosas que dice y hace sino de algo más cercano a la maldad que se expresa en el desprecio a los demás, la acumulación desmesurada de bienes a cualquier coste, el maltrato, la prepotencia, la ostentación, la arbitrariedad y el abuso, etc.
Los comportamientos estrafalarios acompañados de tanto desprecio no tienen que ver con la locura. Krystian Lupa, director de la impactante obra "Devant la jubilació", de T. Bernhard que se representa en el Teatre Lliure de Gracia y que trata de la brutalidad degradadora del nazismo, ha dicho a propósito de la obra: " No se trata solo de plasmar una ideología monstruosa sino una enfermedad espiritual".
Quizás a algo similar a eso se quería referir el periodista cuando hablaba de Trump llamándolo desafortunada e inadecuadamente loco.
Conviene no confundirse, el peligro no está en la locura sino en la maldad y banalizar las palabras puede llevarnos a callejones sin salida y a un recrudecimiento de los estigmas que recaen sin fundamento alguno sobre la locura y sobre quienes padecen el tan doloroso sufrimiento psíquico.
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