​Condenados a la libertad

Omar Linares Huertas

Ederpozoperez


La libertad es un concepto tan bello como problemático. Convertida en un derecho fundamental, la sociedad nunca dejará de preguntarse si ya la ha alcanzado, o si aún no ha logrado consumarla. Libertad política, de opinión, pensamiento, conciencia o expresión. Diferentes variantes de un mismo impulso: la voluntad de no ser frenados. Libres o determinados, esa parece ser la cuestión.


Es una experiencia cotidiana el sentirnos “atados de pies y manos”. A diario, nos vemos constreñidos por exigencias en todos los frentes de nuestra vida, que nos “obligan” a actuar de una forma que quizá no sea la que nos habría gustado. Los impulsos de nuestro ser individual entran en conflicto con los de la sociedad, y se nos impone un imperativo constante: ceder o ser rechazados; incluso castigados.


No podemos hacer lo que queramos cuando queramos, y eso, como niños con corazas de adulto, nos frustra.


Tenemos deseos que satisfacer que no pueden ser satisfechos, y ante la represión de los mismos, nos sentimos atacados, inhibidos de nuestro derecho de expresarnos, de ser nosotros. Nos duele, porque sentimos que no nos dejan actuar tal y como somos. Y si no puedo ser yo, ¿para qué ser?


Así funciona nuestro impulso a la libertad, en sentido positivo. La libertad positiva es aquella que se entiende a sí misma como ausencia de limitación, como no oposición por parte del mundo. Si fuera real, nuestra actividad estaría desbocada y no tendría freno. Pero lo tiene. Limitados por nuestra sociedad, nuestro cuerpo, nuestro entorno, nuestras creencias… Debemos aceptar que no todo es posible, ni tiene por qué serlo. Por su inocencia, la libertad positiva es tan idílica como ilusoria: ignora que siempre habrá fronteras que no será posible traspasar.


Tomamos conciencia de nuestra libertad cuando la pensamos en términos negativos.


La libertad negativa es aquella que parte del conocimiento de su carácter limitado para expresarse. Somos libres cuando conocemos los márgenes que no podemos rebasar, los límites que no nos es posible transgredir. Limitados, somos libres, porque nos apropiamos de los confines que enmarcan el campo de la acción posible.


Por ello, al margen de lo que ocurra, la libertad no dejará de estar presente. Pase lo que pase, no dejaremos de ser libres. Aunque el grado de libertad sea ínfimo, ésta nunca podrá ser anulada completamente. Por muy limitadas que sean nuestras opciones, nada nos podrá quitar la capacidad de decidir, ya que la posibilidad de no decidir, que en sí misma es una decisión, siempre será una alternativa.


Solo el miedo nos impide romper el tablero de un juego cuyas normas sentimos que nos oprimen.


Como vemos, tomar conciencia de nuestra libertad es, ante todo, tomar conciencia de nuestros límites. Hecho esto, se abrirá ante nuestra mirada un horizonte de acción, pero también un ámbito de decisión, que impregnará cada rincón de nuestra mente y nuestra vida. Un hecho tan esperanzador como impactante. Tan aterrador como humano.


Libres, que no es poco.

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