Hace unos años pedí a un taxista que me llevara de un hospital psiquiátrico en Sant Boi hasta el aeropuerto de Barcelona. Muy prontamente el conductor mostró interés en saber cuál era la razón de mi estancia en dicho centro. Le conté que había participado como conferenciante en un congreso sobre la atención a personas con problemas de salud mental. Él tiene una hija enfermera, me dijo, que ha trabajado durante un tiempo en la unidad de psiquiatría en un hospital comarcal de otra zona y acaba de cambiar de trabajo porque, me dice, aquel era peligroso y agotador. Las personas con trastornos mentales, añade, tienen peligro, pueden agredir como le pasó a su hija que una vez sufrió un arañazo. Con cierta frecuencia, continúa, hay que atarlos y con cierta sorna añade, bueno, ustedes lo llaman contención mecánica.
No recuerdo si tuve tiempo de demostrarle que su primera afirmación, la peligrosidad, era un mito infundado que estigmatizaba a las personas. También le dije que la llamada contención mecánica era una práctica a erradicar y que tanto usuarios como profesionales estaban denunciando la existencia de las mismas, que no son contenedoras y sí graves atentados a la dignidad de las personas. Y que también hace falta mucho esfuerzo para erradicar tanto mito estigmatizante acerca de quienes sufren dificultades.
Esa tarea está resultando extremadamente difícil porque ese conjunto de creencias está muy fuertemente arraigado por efecto de largos años de desatención, abandono y miedo ante todo aquello, especialmente los comportamientos, que no sabemos explicarnos y nos asustan. También pasa con los emigrantes, los pobres y todos aquellos a quienes les pasa lo que, aunque lo veamos lejos, nos puede pasar a todos.
Un día de agosto pasado, en vacaciones, en un momento de zapeo que es el tipo de relación que tengo con la televisión en el tiempo de ocio, me impresionó el modo en que en un programa llamado del corazón se generaba con alarma una noticia. La mujer actual de un torero que fue famosillo había sido ingresada por esos días en una clínica psiquiátrica privada. El tertuliano, o mejor, monologuista, hacía tremendos aspavientos para reforzar el impacto de la noticia y sin descaro alguno generaba inquietudes ante la gravedad de lo que después de los anuncios contaría. El asunto del que se trataba, de confirmarse, sería extremadamente grave y podría afectar seria y peligrosamente a la exmujer del torero, contertulia/monologuista también dicho programa en el que, al parecer, pone con frecuencia su vida a la intemperie siendo esa su principal aportación al mismo y, creo, su principal fuente de ingresos. No se si lograré describir la fruición, la excitación con que el comunicante y sus compañeras manejaba la información. La mujer actual del torero ha empeorado de la fibromialgia pero esa no es la noticia. Tiene una rara enfermedad por la que ha ingresado en dicha clínica psiquiátrica.
En la puerta de la clínica está nuestro corresponsal, afirma. Aparece éste que cuenta con una exagerada gestualidad lo que sabe o supone del hecho. Acompaña su crónica con una serie de imágenes de impacto. La señora en cuestión camina cogida a otra persona o a su esposo. Va desaliñada, gafas oscuras ocultan su rostro, va como ausente, perdida de sí y como ajena a lo que en su cercanía sucede se deja llevar. Repiten y repiten las imágenes. Su marido la ayuda a entrar en el coche, la besa, cierra la puerta; ella está como inerte, cual sin alma y sin cuerpo, como un ser sin vida y sin presencia. Vuelven las imágenes anteriores, siento pena.
Agárrense, dice el tertuliano. La noticia no es el agravamiento de la enfermedad al parecer conocida ya con anterioridad sino una nueva, grave y quizás peligrosa. Abre los ojos, gesticula, pone cara de asombro, también sus compañeros. Ya se ha confirmado, continúa, que tal persona guarda debajo de su cama cajas con fotos y revistas donde aparece la ex mujer del torero, compañera de tertulia ausente ese día de la misma a la que, dicen la enferma envidia hasta el punto que no se sabe cuánto daño puede llegar a hacerle. Ante un hecho tan extraordinario y peligroso, la directora del programa anuncia a bombo y platillo que van a consultar a un psicólogo de prestigio, al parecer como de cabecera de dicha cadena. Lo anuncian cada día, dicen su nombre y su curriculum por una actividad del cual y, supongo por otros méritos, tiene un cierto tirón en los medios de comunicación. Anuncian que el dia 17 visitará el programa para dar respuestas a los muchos interrogantes que la noticia despierta y, en especial, al diagnóstico de la enfermedad mental posible y a los riesgos que de la misma se derivan. Sinceramente, de libro la cantidad de tópicos que en poco tiempo dicen.
Me aburría el tema pero esperaba la intervención del colega deseoso yo de que deshiciera tanto entuerto, de que señalara la exageración en la que se estaban moviendo, reclamara cierta compasión hacia una persona que sufre y reparara tanto daño como hacían a ella y quizás a las personas que padecen un trastorno mental. No fue así. Ni una palabra, que yo recuerde, de desacuerdo hacia lo que venía oyendo ni de compasión hacia la persona supuestamente enferma. Recibió una cálida acogida por parte de la presentadora quien afirmó que él los sacaría de dudas y diría qué le pasaba a la mujer y qué se podría hacer. Señala que él solo puede hacer una hipótesis porque no la conoce en persona. Pasado un rato expresa el veredicto: lo que tiene es un trastorno obsesivo-compulsivo. Necesitará, por este orden, medicación y psicoterapia. Y añade, se puede curar, no como la psicosis. Así tal cual.
De golpe se interrumpe el programa. Son las 16.50 y aparecen los servicios informativos. En Barcelona se acaba de producir un atentado. Al dolor, asombro y tremendo malestar que venía yo sintiendo por el atentado al derecho al respeto que merece toda persona y en especial cuando atraviesa un estado de mayor fragilidad se añadió este nuevo atentado y todos los interrogantes que plantea y el dolor colectivo que provoca. Dos atentados en el mismo día. Muy diferentes, sí, pero dos atentados a la dignidad y a lo humano. Cuando éste ha sido hollado es obsceno comparar magnitudes. Pero los daños que se producen en la cotidianidad, los estigmas persistentes son daños infinitos.
El post que pensaba escribir sobre el estigma y la enfermedad mental con mis reflexiones sobre las situaciones descritas quedó aparcado ante la reciente tragedia y a sus avatares a las que dediqué mi escrito.
Durante todo este tiempo han seguido produciéndose, como siempre, expresiones y actitudes enteramente contrarias a lo que debería ser el buen trato a las personas que padecen un trastornos mental utilizando los mitos de siempre y utilizando expresiones referidas a la salud mental o a su carencia como arma arrojadiza contra aquellos otros a quienes se rechaza o con los que se está en un claro enfrentamiento.
El llamado 'procés català' hacia la independencia ha desatado en unos y otros una violencia que, en muchas ocasiones, se ha expresado en descalificaciones acerca de la salud mental de las personas de cada bando. Eso no es nuevo. La atribución de trastorno mental al "enemigo" es una constante en la historia de los pueblos y a ello ha contribuido en países no democráticos -y también en democráticos- una psiquiatría colaboracionista con el poder político.
Pero el 24 de Septiembre de 2017 'La Vanguardia' titula lo siguiente: "Jordi Sánchez, (uno de los líderes del movimiento independentista) tilda al gobierno de ser unos animales y de "haber enloquecido" para evitar el 1.O. Cita expresamente "han enloquecido absolutamente". 'El Mundo' del 4.10.17 cita a la misma persona que dice "el Estado, definitivamente, ha enloquecido".
Pero estas afirmaciones no son nada comparadas con las que expresa Moisés Naim en 'El Pais' el 22.10.17 hablando de los liderazgos mundiales: "El mundo tiene un problema de líderes. Hay demasiados que son ladrones, ineptos o irresponsables. Algunos están locos. Muchos combinan todos estos defectos." Demoledor. Ya un año antes, a propósito de la victoria de Trump otro periodista de dicho medio entonces, John Carlin tituló: "Donald Trump, un loco a cargo del manicomio".
De estas referencias a la locura no escapa tampoco el ex presidente de la Generalitat, que en una carta dirigida desde Bruselas habla , según publica 'La Vanguardia' del 8.11.17. de "la represión de un Estado enloquecido y descontrolado". De nuevo el descontrol atribuido a la locura.
Pueden ser innumerables las citas de unos y otros. Pero, posiblemente, una de las mas dramáticas y perturbadoras es la que encabeza un artículo de Fernando Savater de nuevo en 'El País' del 18.11.17 que altamente preocupado por lo que pasa en Catalunya y por los comportamientos de Puigdemont y su equipo titula: "Pasmo. Como dice un amigo mío no van a faltar cárceles para encerrarlos a todos sino manicomios".
Como no puedo o quiero pensar que sea desde la maldad desde donde se formula he de pensar que aún perdura en nosotros la idea de que todo comportamiento inexplicable, inaceptable, violento, desmesurado y, en general todo aquello que del otro, nos disgusta o nos hiere es porque está loco y que de esa enfermedad lo curará el manicomio. El manicomio ha sido una gran ignominia y un atentado a la dignidad de las personas allí encerradas. Pero es que A.T., el amigo del Sr. Savater tal vez no sepa que ya, felizmente, no hay manicomios.
Costó cerrarlos pero están cerrados, algunos han desaparecido físicamente y lucharemos para que no vuelvan. Aunque luchar por ello, por prácticas que sean cuidadosas con el trato que merecen las personas, trabajar por los derechos humanos es una tarea permanente. No faltarán manicomios, no serán necesarios; no faltarán cárceles, ojalá no sean necesarias. Pero el filósofo y su amigo deberían saber, lo sabrán, que ese vínculo locura, cárcel y manicomio ya lo planteó demoledoramente Michel Foucault.
Hay que decirlo una vez más. Aquello que no entendemos, aquello que no nos gusta, tantos comportamientos que a cada uno no le placen nada tienen que ver con la locura y utilizar lenguajes como los antes citados dañan y refuerzan el estigma que acompaña tan injustamente a las personas.
Tal vez por ello se haya podido producir un hecho como el siguiente. Una empresa de embutidos ha lanzado un anuncio navideño para aumentar el consumo de sus productos. Por lo que leo, parece querer transmitir "mensaje". Lo realiza la directora de cine, Isabel Coixet y cuenta con la actuación de una alto número de personas conocidas del mundo del cine, la televisión, la música, etc. Si todos han cobrado, el anuncio ha debido costar una fortuna. Se sitúa en un manicomio de ambiente y estética viscontiana y a lo largo del mismo se trivializan situaciones tan históricamente dolorosas, como personas con camisas de fuerza, que un muy alto número de asociaciones de usuarios, de familiares, de profesionales y de asociaciones científicas han denunciado porque consideran "que veja la imagen de las personas con discapacidad, y más concretamente las que padecen una enfermedad mental."
Hemos luchado mucho por cerrar los manicomios físicos aunque ciertas prácticas aún reflejan lo difícil que es cerrar el manicomio que hay en nuestra cabeza siempre dispuesto para encerrar al otro que nos parece extraño.
Luchar contra el estigma es hacerlo también contra todas aquellas formas de un lenguaje que es mentiroso y excluyente. Y lo es porque sabemos hace mucho, mucho que el rechazo al otro se fundamente muchas veces en mentiras y atribuciones erróneas.
Si llamar loco, enloquecido, esquizofrénico a cualquier comportamiento que no compartimos, no entendemos o no queremos es extremadamente injusto e hiriente mucho más lo es trivializar espacios, como el manicomio, con tanta soltura. La ignominia que ha sido el manicomio, la persistencia del abuso, el abandono, las ataduras, las camisas de fuerza, los babeos de personas sometidas a feroces tratamientos y a denigrantes tratos debería ser suficiente como para no usar esa palabra en vano.
Porque de lo que se trata es de derechos humanos. Su defensa requiere militancia, tranquila pero persistente. Porque el lenguaje hostil rezuma por doquier. Si no es atribuible a la maldad del sujeto que lo enuncia , cabe pensar que no, tendremos que pensar que todavía hay en lo colectivo algo muy arraigado por cuya modificación hemos de seguir trabajando.
Lean a Alda Merini, una magnífica poeta italiana, de las mejores, que pasó gran parte de su vida en el manicomio de Milán. Lean 'Tierra Santa' o 'La Clínica del abandono' o 'L'altra veritá, diario de una diversa', donde cuenta su vida en ese lugar de encierro. Y no se asusten sin sienten un temblor en lo más profundo cuando lean lo siguiente, "y después, cuando amábamos / nos daban los electrochoques / porque, decían, un loco / no puede a nadie amar'. Con lucidez extrema, Merini narró en sus poemas la experiencia de la locura (vivió casi 20 años en manicomios, de 1961 a 1978) y de los tratos inadecuados. "Me inquieto mucho cuando me atan al espacio", escribió.
Lean también a Inger Christensen y no teman si sienten un desgarro cuando lean: "Los atan a las camas/cuando están intranquilos ./ No hay nadie que los entienda./Los que los atan también parecen intranquilos./Hacen lo que pueden." Lean y escuchen los testimonios de personas que han sufrido los efectos de instituciones rancias y desconsideradas hacia la dignidad, la autonomía y el respeto.
He leído en un panel del Museo Egipcio de Turín que "el corazón para los egipcios era la sede de la voluntad y la conciencia". Tal vez voluntad y conciencia tengan muchas sedes y, sin duda, el corazón una de ellas.
Cuesta decirlo pero cuando se endurece el corazón y la mirada hacia el otro se vuelve lejana y desatenta cobran dolorosamente valor las palabras de Plauto retomadas con posterioridad por Hobbes: " Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro" y en vez de dirigirle una mirada atenta y cuidadosa lo rechaza o lo hiere. También lo hace el lenguaje inadecuado. Trato y lenguaje generan el estigma. El estigma es una dolorosa herida.
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