“Las identidades se han de poder solapar alegremente, de forma libre, con sabiduría y sin recelo” (“Identidades solapadas”)
El matemático y filósofo Miquel Escudero estudia la identidad como fuente de conflictos
Ahora que la toponimia ucraniana está de actualidad y los medios informativos se hacen eco de numerosas poblaciones de aquel país hasta ayer mismo punto menos que desconocidas por estos pagos, resulta curioso comprobar cómo un mismo lugar puede tener varias denominaciones. Tal es el caso de la ciudad que en ucraniano se llama Lviv, Lvov en ruso y Lemberg en alemán, pero que para los españoles es Leópolis, aunque la mayoría de los reporteros lo ignoren. Lo que me hace recordar las declaraciones de cierto ciudadano pacense nacido en Guadiana del Caudillo que al ir a renovar su DNI y como consecuencia de la ley de memoria democrática se percató que había nacido en un pueblo con nombre diferente. Pues bien, si la toponimia no es inocente, tampoco los son los nombres de los seres humanos, ni muchos otros rasgos de su personalidad.
Ha estudiado esta cuestión el profesor Miquel Escudero en quien se aúnan dos condiciones que forman un excelente matrimonio: las de matemático y filósofo. Escudero es autor de “Identidades humanas. La conciencia de un intelectual periférico” (Sílex ediciones) un ensayo en el que “trata de conflictos reales y evitables que nos encontramos en torno a nuestra condición y nuestra situación a lo largo de los años y de los siglos”.
Indica que “cuestionamos nuestra identidad a través de la interacción y que ésta puede ser abierta o cerrada, curiosa o apática, respetuosa o desdeñosa; provista de sentido crítico o de sentido gregario, ecuánime o sectaria”. Y analiza la construcción de diversas formas espurias de identidad. Así la racial, que justificó la esclavitud y el apartheid – con una referencia muy crítica a la persistencia de tales prejuicios en Estados Unidos-, el nacionalismo -que es “en todas partes una enfermedad mental peligrosa”-, el sistema de castas -con una andanada a Gandhi que ”no proclamó la supremacía hindú, pero tampoco propuso la desaparición de ese sistema”-, los trastornos emocionales y, en fin, la sexualidad, terreno en el que se ha confundido peligrosamente género con sexo y sobre la que critica “la apremiante afán de legislar sobre estos aspectos en lugar de avanzar en la aceptación social de toda diversidad” por lo que “habría que evitar desembocar en un alud de intervenciones farmacológicas y quirúrgicas agresivas e irreversibles”.
Recuerda los casos de algunos personajes que fueron capaces de reorientar su propia identidad, como fueron los casos del francés Sièyes, que renunció a su condición clerical para sumarse voluntariamente al tercer estado durante la revolución francesa, o del cubano español Bens, que sin renunciar a su condición de militar metropolitano fue capaz de subsumirse en los rasgos de los indígenas saharianos que administró.
Por otra parte, reconoce que “la pertenencia a un colectivo da seguridad y a menudo es grata al participar de cosas consabidas y entrañables. Pero también puede resultar una fatalidad y una maldición cuando se nos fuerza a la unanimidad y si nos negamos a ir con el rebaño se nos acusa de traidores” lo que supone una valoración crítica de la corrección política o social, que conduce indefectiblemente a la “trampa de las identidades impuestas o únicas”. En todo caso, la aceptación de la igualdad entre los seres humanos no impide el reconocimiento de diferencias por el nivel de talento, pero eso no debe suponer superioridad.
En resumidas cuentas, que “las identidades se han de poder solapar alegremente, de forma libre, con sabiduría y sin recelo”.
Escribe tu comentario