Compuesto de setecientas estrofas y dieciocho capítulos, el libro sagrado hinduista La Bhagavadgita (Kairós), escrito unos tres siglos antes de Cristo, ha sido traducido por Òscar Pujol, un doctor en sánscrito que ha dirigido los Institutos Cervantes de Nueva Delhi y de Río de Janeiro.
¿Hay que ser un especialista para leerlo, o es mejor dejarlo estar por imposible provecho? A pesar de que son innumerables las cosas que de forma inexorable se nos escapan de este texto, ¿podemos sacar algún provecho de su lectura? Lo he intentado y lo he leído.
Valoro, en particular, esta concentración de propuestas de modos de hacer en la vida:
“sencillez, falta de ostentación, no violencia, aguante, rectitud, servicio al maestro, pureza, estabilidad, dominio de sí; indiferencia por los objetos de los sentidos”.
Y la “constante ecuanimidad mental ante los sucesos agradables y desagradables”, con ausencia de miedo y de hostilidad, sin un orgullo desmesurado. Mostrarse imperturbables ante el éxito y el fracaso, relativizándolos, y negarse a la posibilidad de atormentar a nadie.
En este libro anónimo, que significa etimológicamente el Canto de Dios (o del Señor), el Ser Supremo toma la palabra y se define él mismo: “yo soy el principio y el fin del mundo entero”, alfa y omega. En un juego de paradojas, se nos habla del día y de la noche:
“con la llegada del día, todo lo manifiesto surge de lo no manifiesto” y “con la llegada de la noche, todo se manifiesta en lo no manifiesto”.
En este otro párrafo, se ensalza el respeto a la realidad, al margen de la condición social y animal que sea. Es una pauta civilizadora y asertiva:
“Los sabios miran por igual
a un brahmán educado y erudito,
a una vaca, a un elefante,
a un perro o a un paria”.
Esto es, mirar por igual alrededor y sin despreciar a nadie, captando la realidad de lo que tenemos delante: atender lo que encuentro tal como lo encuentro, y haciéndose cargo.
Es cierto, señala, que “nadie puede, ni por un momento, permanecer inactivo. Una actividad continua está siendo inevitablemente ejecutada por las energías de la naturaleza primordial”.
No obstante, se promueve la calidad de una acción donde no prevalezca el interés y no prime el sentido utilitario, para poder alcanzar el bien supremo. “Desdichados son –declara- los que buscan resultados” y quienes actúan sin tener presente el bien común; ambas cosas juntas.
Y, a fin de cuentas:
“Quien ejecuta la acción debida sin esperar el resultado, ese es el renunciante y el yogui”.
Con la mente consumida por la pena que nos pueda llegar a atenazar, ¿con quién debo combatir en la inminente batalla? Parece que no hay duda al respecto: con uno mismo.
“Uno es amigo de sí mismo cuando por sí mismo se vence a sí mismo. Cuando uno no es dueño de sí, se comporta como un enemigo”.
Son lecciones de vivir y se encuentran más allá de las etiquetas de izquierda y derecha.
¿Podría ser que fueran de ‘izquierda’ y que quienes poseen registrada esta marca se nieguen a reconocerlas?
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