Continuamente se suscitan entre nosotros controversias planteadas de forma pésima, algo que nos aleja de la posibilidad de esclarecimiento que, obviamente, es deseable. La vida social discurre con un martilleo de malos y buenos que aburre y que desenfoca por su simpleza, esto es, por su bobería y necedad. El mito platónico de la caverna parece tener sesión continua por los siglos de los siglos, pues no deja de renovarse el engaño de confundir la realidad con las sombras que se proyectan en nuestra retina. Vivimos de este modo en la inopia. Es inevitable preguntarse a quién le importa hacerse con la verdad de las cosas.
¿Cuánta verdad necesita el hombre? (Tusquets) es el sugestivo título de un libro de Rüdiger Safranski que trata de un asunto de vital importancia. A partir de Nietzsche, Rousseau, Kleist y Kafka, este ensayista alemán indaga sobre lo que se puede pensar y lo que se puede vivir. Y concluye que: “Hay que combinar las verdades con la ironía para poder soportarlas, o lo que es lo mismo, para poder seguir viviendo”. Si no se aplica una punta de ironía y flexibilidad tanto a lo que decimos como a lo que pensamos, nos situamos al margen de las inevitables y razonables dudas y nos enfilamos, así, hacia posiciones dogmáticas y autoritarias, con rechazo a la verdad y a la libertad.
Dar una validez absoluta y rígida a las afirmaciones ideológicas que se abrazan nos bloquea para reconocer la realidad que se escapa a nuestra perspectiva. ‘¿Cuándo hay libertad?’, se preguntaba Marías y el filósofo respondía a continuación: ‘cuando se respeta la realidad’. ¿Y qué es la realidad?: ‘aquello que encuentro tal como lo encuentro’.
Cuando no se respeta la realidad sólo se ve lo que se quiere ver, se distorsiona y se prejuzga también la conciencia de los demás; nunca la de los propios actos y omisiones. Podemos ser injustos y crueles sin tener mala conciencia de ello, sofocándola. A veces se endosa a otros una imagen falsa. La gran ausente es la responsabilidad que se tiene en los efectos de lo hecho o dejado de hacer. Y la falta de voluntad para remediarlos o paliarlos en lo posible. Indiferencia u odio frente al amor.
A principios del siglo XX, se planteó el concepto de empatía como una vivencia deliberada para captar una subjetividad ajena. Edith Stein hizo una tesis doctoral sobre este asunto, que le dirigió Edmund Husserl, donde distinguía entre lo propiamente presente de lo que sólo se presentifica (verbo de poco uso y por el cual se entiende hacer presente algo del pasado). En particular, vivir la alegría de otro, decía, no nos lleva a sentir su alegría originaria, pues no brota de mi yo ni tampoco tiene “el carácter de haber-estado-viva-antes como la alegría recordada”. Primariamente, nuestra imagen óptica del gesto ajeno reproduce la imagen óptica del gesto propio.
La pensadora alemana (nacida en la ciudad polaca de Breslavia a finales del siglo XIX, cuando pertenecía al Imperio alemán) era judía, se convirtió al catolicismo y fue asesinada en el campo de exterminio nazi de Auschwitz. Se refirió en su obra al engaño de percepción interna que, si no es debidamente cuestionada, confunde todo cuanto alcanza. Con frecuencia, señalaba, se postula que una decisión ha sido tomada por puro patriotismo ocultando, a veces también a uno mismo, que en esa acción intervienen otros motivos distintos y variados, como pueden ser la vanidad, el afán de poder, las ganas de aventura o el descontento que se pueda arrastrar en la vida.
Llegados a este punto, quiero preguntar si negociar la amnistía de quienes fueron condenados por malversación de dineros públicos y que, en abuso de poder, derogaron la Constitución y el Estatut de Cataluña, es un acto de patriotismo del presidente en funciones o es una estafa partidista y sectaria que todos pagaremos caro.
Argumentan de forma binaria, pueril y artera. Buenos y malos, progresistas y retrógrados, atribuyéndose en exclusiva toda maravilla y dividiendo hostil y trágicamente a la población. Incluir, en particular, a los separatistas en el bloque progresista no puede ser más incongruente y tonto, pero todo vale para seguir en la Moncloa, hasta inflar a quienes basan su acción en planteamientos reaccionarios contra la igualdad y la libertad de todos los conciudadanos. Negras tormentas agitan los aires.
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