Cuando el PP ganó las elecciones generales en 1996 (quince escaños más que el PSOE), Felipe González no aceptó el apoyo de CiU que le hubiera permitido seguir en el poder. Jordi Pujol supo, en cambio, vender su apoyo a José María Aznar y obtener beneficios no para Cataluña, sino para el proyecto nacionalista catalán.
Uno de los ministros salientes del Gobierno socialista era Juan Alberto Belloch, un magistrado aragonés que de vocal del Consejo General del Poder Judicial pasó a ser ministro de Justicia. Dos años después sumó a esa cartera la de Interior, tras dimitir Antoni Asunción porque Luis Roldán se había fugado contraviniendo la promesa que le había hecho; para Belloch este engaño no era suficiente para la dimisión de su amigo y colaborador y le parecía injusta. Hace unos meses, ha publicado sus memorias con el título Una vida a larga distancia (Plaza Janés). Belloch tenía 26 años cuando, mediante oposición, ingresó en la carrera judicial. Fundó la Asociación Pro Derechos Humanos del País Vasco, en 1984, y fue portavoz de la asociación Jueces para la Democracia. Entre 2003 y 2015 fue Alcalde de Zaragoza, el alcalde la Exposición Internacional que en 2008 se celebró en la capital maña. Por cierto, el mismo día que la Expo cerró sus puertas, el 15 de septiembre de 2008, quebró Lehman Brothers por sus hipotecas salvajes y fraudulentas; con su quiebra por falta de liquidez explotó una enorme recesión, una crisis financiera global.
Yo quiero destacar que, evocando a su madre, declara afán de independencia: “En mis períodos de militancia nunca he situado al partido –comunista primero y socialista después- por encima de mis valores y principios”. No hablemos de las posibles contradicciones en que se pueda incurrir, pero ¿cuántos políticos valoran hoy tener dignidad y coherencia?
Asesinado su amigo y maestro Francisco Tomás y Valiente, el 14 de febrero de 1996, dirá con extraña franqueza: “En su funeral sentí, por primera y única vez en mi vida de juez, el impulso de tomar la justicia por mi mano”. Y de Alfredo Pérez Rubalcaba, “una de las pocas personas que logró que Felipe le considerase lo más parecido a un amigo”, señala que, siendo vicepresidente, portavoz del Gobierno y ministro del Interior de Rodríguez Zapatero, contribuyó decisivamente a que ETA abandonase las armas, pero que “su éxito no hubiera sido posible sin el esfuerzo continuado de todos sus antecesores”. De este modo, llega a hablar de la bochornosa ausencia de sentido de Estado que nos invade hoy día. Habla de sus ‘serias’ discrepancias con Zapatero y Pedro Sánchez, quien “continuó el proceso de liquidación del felipismo iniciado por Rodriguez Zapatero y su sustitución por una combinación de izquierdismo y populismo, cuyo Santo Grial era y sigue siendo formar gobierno sin que importe demasiado el coste”. Pero no aventura nada más y no va más lejos.
Sin ser propiamente amigo de Felipe González, Belloch fue invitado a su casa para charlar y cenar. En una ocasión le hablo de sus especiales huevos rotos o estrellados. Aquí están las indicaciones que el magistrado recibió aquella noche y que reproduce en sus memorias. Cuenta que ha seguido la fórmula y que resulta un plato sabrosísimo:
“Lo primero es cortar las patatas de forma irregular y de todos los tamaños. Lo segundo, ponerlas a freír en aceite de oliva, a fuego lento, sin removerlas hasta que estén pegadas entre sí y debidamente cocinadas, aproximadamente durante unos quince minutos. A continuación, subir el fuego y, ahora sí, remover por una sola vez la masa de las patatas y dejarlas freír hasta que se doren por ambos lados. Una vez estén bien fritas y crujientes, escurrir el aceite de la sartén en un recipiente ad hoc hasta que termine el proceso y dejarlas reposar.
Para cuatro personas es necesario un kilo de patatas y siete huevos, y es preciso separar cuidadosamente la clara de las yemas. Terminada esta operación, hay que batir las claras hasta el punto de nieve. Con la sartén bien escurrida, es preciso encender el fuego hasta que las patatas estén de nuevo calientes y crujientes. En ese momento se apaga el fuego y se vierten las claras debidamente batidas a lo largo de toda la superficie de la sartén. A continuación, las patatas con su clara, se vuelcan en otro recipiente en el cual habrá que echar las yemas crudas para que se hagan ligeramente. Se voltea el conjunto con la clásica cuchara de palo y se sirven los platos de los comensales procurando que las yemas no se cuajen del todo”.
No me parece ocioso destacar esta anécdota. He de probarlos según este procedimiento. De paso, comprobaremos que unos huevos rotos no son progresistas ni derechistas, simplemente pueden ser unos huevos gustosos.
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