Ortega y Gasset ha sido para sus contemporáneos del siglo XX una referencia en el pensamiento moderno. Sus diatribas con Azaña sobre Catalunya han quedado perpetuadas en las sesiones del Congreso de los Diputados. Sus conversaciones con contemporáneos de la talla intelectual y política de Joan Maragall, Josep Pla, Eugenio d’Ors, Josep Carner, Alexandre Plana, Antoni Rovira i Virgili, Rafael Campalans, Joan Estelrich, Amadeu Hurtado, Humbert Torres, Carrasco i Formiguera o Josep Ferrater Mora -y que han sido extraordinariamente recogidas en el gran libro de Andreu Navarra "Ortega y Gasset y los catalanes"- demuestran que el filósofo madrileño conocía perfectamente los entresijos de amor-odio del binomio España-Catalunya y que, aunque opinara de parte, había formado su criterio con conocimiento de causa, avalado en numerosas conversaciones, cartas y libros que le llevarían a una resignada posición existencial, para la cual se inventó una palabra casi imposible: La ‘conllevancia’.
Y si a este periodista le tira más su simpatía por Azaña en el tema ideológico en el tiempo en que vivieron ambos, ha de reconocer que, visto lo que vimos y padecimos ayer los ciudadanos corrientes y sobre todo, lo que contemplamos in situ como consecuencia de la llamada sentencia del Supremo sobre los políticos del procés, hemos de avenirnos a pensar como Ortega, de que lo que nos espera a unos y a otros es una "conllevancia demócratica" durante una muy larga singladura convivencial, si no queremos acabar como en el Ulster asumiendo las tristísimas consecuencias que todos sabemos.
¿Quiénes son las víctimas? Todos los que aquí vivimos. Y puesto que estas situaciones nunca se cierran bien si al final del conflicto hay vencedores y vencidos, ya se pueden imaginar lo que nos queda por esperar. No les cuento quiénes son los culpables, porque al menos yo no lo sé. Hay tantos candidatos sobre la mesa que no me queda espacio en la pantalla para relacionarles un listado mínimamente solvente. Solo espero que nuestros hijos y nietos no paguen las consecuencias, para lo que se hace necesario que esas y esos incompetentes desaparezcan pronto, por ejemplo en la próxima legislatura parlamentaria de nuestras vidas, para que, por lo menos a los que queremos dialogar nos dejen hacerlo pacífica y sensatamente. Mientras tanto, hagamos caso a Ortega, conllevémonos los que vivimos en Catalunya. Sería bueno y sabio. Y a los que gritan desde Bruselas o desde Madrid que les den.
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