Libia, una trampa para los inmigrantes

Aunque el coronavirus haya parado los flujos de migración, el Mediterráneo sigue siendo un cementerio para miles de ciudadanos africanos que huyen del hambre o la guerra.

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Aunque el coronavirus haya parado los flujos de migración, el Mediterráneo sigue siendo un cementerio para miles de ciudadanos africanos que huyen del hambre o la guerra. Para llegar a la tierra prometida tienen que cruzar los extensos desiertos africanos hasta llegar a las costas de los países que quedan al norte del continente. El siguiente paso es subirse a una balsa y cruzar el  Mediterráneo hasta las costas italianas, españolas, o griegas. Según Europol, cada inmigrante gasta entre 3.000 y 5000 euros para realizar la travesía desde su países de origen hasta Europa. Cualquier ciudadano de la UE, con ese presupuesto, podría realizar un largo viaje con todos los lujos, pero a los subsaharianos que tratan de llegar a Europa, no les garantiza tener un viaje placentero, ni seguro, ni siquiera que vayan a llegar a su destino.


En su travesía deberán cruzar Sahel, una región totalmente inestable donde, según Ángel Losada Fernández, representante especial de la UE para el Sahel, hay tres focos de inseguridad: “Uno septentrional en Libia, donde operaba el autodenominado Estado Islámico, otro meridional en la cuenca del Lago Chad, en la que Boko Haram continúa cometiendo atentados, y un tercer foco central en Mali, donde proliferan organizaciones armadas con vínculos a al-Qaeda en el Magreb Islámico que se nutren de las rivalidades étnicas y tribales de ese país”.


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Una vez superada esta primera etapa del trayecto, donde muchos son secuestrados o asesinados por traficantes o ataques de milicias, son introducidos en Libia por las mafias.


Durante el gobierno de Gadafi, Libia ya era un importante foco receptor de inmigración subsahariana, pero la capacidad de absorción laboral del país, los acuerdos firmados con la Italia de Berlusconi en 2008 y en no poca medida la represión ejercida sobre esa población, mantenían a raya su llegada a Europa.


Sin embargo, después de la guerra civil que terminó con el derrocamiento del régimen que dirigió Muamar el Gadafi durante más de cuarenta años, el país “ha quedado dividido en varias facciones, con sus respectivas ciudades-estado y milicias: Por otro lado, se formaron dos gobiernos que se repartieron el país: el Gobierno del este, con sede en la ciudad de Tobruk, es apoyado por Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Egipto, Rusia;  y el Gobierno del oeste, con sede en Trípoli, es soportado por Italia, Reino Unido, y el arco de los Hermanos Musulmanes, que son Turquía, Qatar y Sudán”, afirma Karlos Zurutuza, periodista autor del libro sobre la inmigración en Libia ‘Tierra adentro’.


Luego está el caso de Francia, que aunque nominalmente apoya al gobierno de Trípoli reconocido por la ONU, de facto da soporte al proyecto de Gobierno de Tobruk.  Según Zurutuza, los galos “son uno de los principales culpables de la invasión de Jalifa Haftar”, el líder del ejército del gobierno del este. Además, en 2015, aprovechando la ausencia de un poder único, el Estado Islámico lanzó una ofensiva para ampliar su califato dentro del territorio. Crearon el califato de Sirte y lo mantuvieron hasta finales de 2016, cuando cayó a manos de la milicia independiente de la ciudad de Misrata.


La flota de Gadafi quedó destruida en la guerra de 2011. Las milicias se hicieron con las embarcaciones de las ciudades y empezaron a controlar el mar. Todo ello ha hecho que Libia, un estado fallido y completamente descontrolado, sea la opción más factible para que la emigración subsahariana llegue al Mediterráneo.


Sin embargo, una vez introducidos en el país, corren el riesgo de terminar en centros de detención o de secuestro si son capturados, a veces por las fuerzas gubernamentales y otras por las mafias. Los centros de detención suelen ser zonas industriales a las afueras de las grandes ciudades, la mayoría en Trípoli. Aunque hay algunos en los que los inmigrantes son tratados correctamente, en otros los medios son muy limitados. Pero, según explica Zurutuza de su experiencia en Libia, en los centros de detención oficiales, los controlados por Trípoli, no se cometen los abusos, torturas, linchamientos y asesinatos que recurrentemente señala la prensa.


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En los centros de secuestro controlados por milicias se vapulea, se tortura, se viola, para obtener un rescate de sus familias. “Les detienen, les encierran, les torturan, les golpean y mientras les están ‘zumbando’ les dan un teléfono móvil para que llamen a sus familias en su país de origen. Después les piden una cantidad de, según dicen, unos 500 dólares. Los mafiosos los retienen hasta que ese dinero llega a través de un sistema de pagos en su país de origen, nada de transferencias bancarias”, afirma Zurutuza.


De todas formas, la ONU denunció en 2018 que se estaba viviendo el “horror” en algunos centros de detención controlados por grupos armados independientes del gobierno de Trípoli. Libia, además de estar partida en dos, también tiene ciudades estado totalmente autónomas como Misrata. Por este motivo, hay centros de concentración controlados por milicias y grupos armados que se escapan del control de las Naciones Unidas.


En Misrata hay un centro de detención controlado por las milicias locales. Según explica Jai Defranciscis, una enfermera australiana, a Médicos Sin Fronteras, las condiciones de los inmigrantes son desastrosas. “Fue completamente desgarrador ver a personas enjauladas en los centros de detención, de pie tras las rejas. Sus ojos miraban al vacío. Sin embargo, cuando hablé con ellos, cada persona tenía una historia. Había niños soldados que escaparon de una vida horrible buscando un nuevo comienzo; personas que anhelan una educación o más oportunidades para su familia. Me decían: ‘No he hecho nada malo, ¿por qué estoy en una prisión?’”.


Defrancicis explica que las condiciones de vida de los migrantes en los centros oficiales “son impactantes”. Debía tratar enfermedades relacionadas con las condiciones de vida poco higiénicas, el hacinamiento y la malnutrición. También tenía otros pacientes con lesiones físicas que relacionaba con la tortura. Además, cuenta que el estado mental de los retenidos en los centros es lamentable, por lo que han experimentado en el trayecto y por permanecer detenidos indefinidamente.


La pandemia del coronavirus no ha conseguido frenar la violencia hacia los inmigrantes que pasan por Libia. El domingo las milicias de Haftar bombardearon un centro de detención en Trípoli y murieron siete civiles. Mientras tanto, el coronavirus sólo ha matado a tres personas en el país.

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