Dos grandes hombres

Manuel Fernando González Iglesias

Un país se mide por el número de premios nobeles que tiene en su nómina, porque esa cifra nos permite saber su pedigrí intelectual, y sobre todo sus recursos netos que destina al conocimiento.

Un país se mide por el número de premios nobeles que tiene en su nómina, porque esa cifra nos permite saber su pedigrí intelectual, y sobre todo sus recursos netos que destina al conocimiento. Desgraciadamente, España no puede enseñar al mundo muchos de esos nombres de científicos que adornan el prestigio de otras naciones poderosas en el mundo del saber y de la investigación. Pero, para nuestro consuelo, todavía hay otra manera de que los estados se ganen el respeto internacional que, sin lugar a dudas, les permite no caminar como parias en sus relaciones con las otras naciones, y esa forma de conseguirlo, es la calidad de su empresariado que se mide fundamentalmente por el lugar que ocupan las empresas que dirigen en la lista de las "cuarenta principales" que tienen la sartén de la economía por el mango. Y, precisamente ahí, es donde el Reino de España tenía hasta ayer dos referentes de primera magnitud. A saber: Emilio Botín y su Banco de Santander e Isidoro Álvarez y El Corte Inglés.

Ambos, han muerto en apenas cuarenta y ocho horas de diferencia. Eso si, dejando sus respectivos negocios con "hereus" de garantía y directivas muy cualificadas. Y sin embargo, no sé por qué, tengo la sensación de que el empresariado, el gran empresariado español, ha sufrido un durísimo golpe en su línea de flotación. Aquella fantástica delantera formada por Botín, Amancio Ortega, Isidoro, Fainé y Polanco, este último desaparecido prematuramente, tiene ya demasiadas bajas, como para que el resto del equipo nacional no pida a Vicente del Bosque que le aconseje sobre como suplir a tan grandes campeones y volver a ocupar un lugar destacado en el tablero internacional renovando además la plantilla.

Si yo fuera Mariano Rajoy hoy estaría muy preocupado. Isidoro Álvarez, era demasiado importante para la generación de empleo en este país. Y El Corte Inglés era mucho Corte Inglés porque el hombre que supo llevar la ingente herencia de Ramón Areces hasta la cumbre, se había volcado en cuerpo y alma en la vida y desarrollo de esta gran empresa. Su pérdida es irreparable y su legado colosal. No, no lo tendrá fácil Dimas Gimeno para sustituir a su tío y maestro, y tampoco Ana Botín para mejorar lo conseguido por su padre en el Banco. A la economía española le conviene que ambos, jóvenes , pero suficientemente preparados, tengan éxito en la difícil tarea que tienen por delante. Ni El Corte Ingles, ni el Banco de Santander son cualquier cosa, aunque ,eso sí, ambos imperios tienen ejecutivos y plantillas plenamente experimentadas y contrastadas como para que, la parte de la economía que depende de sus aciertos, no sufra especiales embates y mucho menos, imprevistos desasosiegos. No obstante Don Isidoro y Don Emilio, con sus virtudes y sus defectos, han dejado huella, y por ello han entrado por méritos más que reconocibles ya a formar parte de la historia de los Grandes hombres con mayúsculas de este atormentado país llamado España. Descansen en paz y gracias por el mucho y eficaz trabajo realizado.

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