Al final lo hicieron. Vamos, que los "adaistas" y "los socialistas" se han dado el sí en el Ayuntamiento de Barcelona en medio del desconcierto de los votantes de ambos que no ya no saben a qué santo van a bendecir en las próximas autonómicas. Algo que no obstante podíamos vislumbrar tras los inquietantes bandazos que las huestes de Miquel Iceta nos habían ofrecido en la Corporación Metropolitana donde el desprestigiado Pinyol sigue haciendo de las suyas con aparente impunidad, mientras los alcaldes sociatas del Baix Llobregat de Cornellá y Sant Joan d’Espí se han escondido debajo de la mesa dejando hacer de las suyas a los adaistas, en temas tan escandalosos como el de los olores o la gestión del agua.
Ahora, toca convencer a Esquerra, que se mira a la Alcaldesa de Barcelona con absoluta perplejidad, porque a donde la esperaba no ha acudido, y sin embargo a ellos sí les pide que se sumen a un pacto antinatural con el único fin de consolidarse en la alcaldía durante toda una legislatura, para luego cruzar la plaza y ocupar los sillones Junqueras y Puigdemont al mismo tiempo. Un ambicioso proyecto que no suena descabellado, sobre todo, si cuenta con la cabeza bien amueblada de un Iceta que sí que sabe lo que busca y hasta dónde quiere llegar. Si los de Esquerra "pican" con lo del pacto, habrán firmado su acta de defunción política y volverán a los tiempos de Carod que era cuando el Tripartit repartía cargos y perdía votos en favor de Convergencia.
Pero dominar Barcelona y su área metropolitana no es un tema menor y eso lo saben los que durante 23 años disfrutaron de beneficios personales con la corrupta Sociovergència. Se trata de tipos como el tal Pinyol, que, de repente, aparecen de nuevo en la escena pública catalana con la "etiqueta de expertos en lo que sea o eruditos de la nada", con tal de seguir chupando de las ubres del poder por que a políticos de escaso sedimento como la alcaldesa Colau le vienen como anillo al dedo para ocupar aquellos puestos con sueldazo del nivel 28 para los que la susodicha tiene un banquillo muy escaso y además poco cualificado. Al final cambian los políticos y hasta los partidos, pero en Catalunya "los chupapresupuestos" son siempre los mismos. ¡Paciencia! que diría mi amigo el bolchevique.
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