“Marruecos, panteón del imperio español (1859-1931)”: un estudio histórico sobre las guerras con Marruecos

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Desde la guerra de la Independencia España no ha tenido más enfrentamientos bélicos en su entorno inmediato que los habidos con Marruecos, circunstancia que permite caracterizar a este país -y la realidad más inmediata lo confirma- como el vecino más conflictivo. Alfonso Iglesias, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, ha estudiado los registrados con el sultanato desde mediados del siglo XIX hasta la llegada de la segunda República en “Marruecos, panteón del imperio español (1859-1931)” (Marcial Pons Ediciones de Historia)

Considera dicho autor que la llamada por antonomasia “guerra de África” (1859-1860) respondió a una estrategia política razonable puesto que “las miras de O’Donnell no eran tan simples como a menudo se insistió y tuvo en cuenta intereses económicos, estratégicos y de política interior”. Dio lugar a una “explosión de retórica patriótica” y un “notable apoyo popular” y de la prensa, y generó interesantes aportaciones literarias (Alarcón, Pérez Galdós) y artísticas (Fortuny) aunque Iglesias disiente de la opinión de que finalizó con una “paz chica para una guerra grande” puesto que, al margen de que sus resultados parecieran poco atractivos, “fue decisiva para los intereses de España en África”.

Mucho menos conocida fue la guerra de Melilla de 1893 o “guerra de Margallo”, que asimismo despertó notable reacción patriótica, pero a la vez algunas actitudes críticas. Considera que el papel del general Margallo “fue controvertido y que su figura hubiese sido muy criticada en los diferentes medios, pero su muerte y la trascendencia que esta tuvo limitó el alcance de las diatribas y encumbró su figura como símbolo de la campaña”. El historiador apunta como resultado positivo de la misma que “se sentaron las bases para que Melilla se convirtiese unos años después en centro clave de colonización y comercio”.

Hubo una segunda guerra de Melilla a causa del ataque sufrido por unos trabajadores que tendían el ferrocarril a las minas de Beni Bu Ifrur y cuyo hecho más sobresaliente fue la sangría sufrida por España en el Barranco del Lobo (1909) Los 180 muertos superaron los de las principales batallas de la guerra de 1859-1860 y triplicaron los de la anterior de Melilla. También en este caso resultó controvertida una actuación, la del general Marina, al que se acusó de imprevisión y escasa cautela en las operaciones y se le responsabilizó del alto número de bajas. El autor destaca el papel ejercido por los corresponsales de prensa (entre ellos una mujer, Carmen de Burgos) y considera que la paz permitió a España ensanchar su territorio en Marruecos. Además, fue la primera guerra que se vio en cine en nuestro país y la que dio lugar a las primeras resistencias al embarque de soldados (Semana Trágica de Barcelona)

Si bien el período de 1909-1927 se suele englobar bajo la denominación de “guerra del Rif”, este concepto puede descomponerse en varios episodios bélicos con identidad propia. Así la “campaña del Kert”, de origen muy discutible y que ha pasado a la historia como marginal e irrelevante, pero que permitió considerables avances territoriales. Para aquel entonces era detectable en España la persistencia de un notable anti belicismo, aunque el anticolonialismo fuese algo marginal y muy limitado.

Firmado el tratado de protectorado con Francia en 1912, que Iglesias califica como ”una derrota diplomática para España” por las muchas concesiones que tuvo que hacer para recibir a cambio una zona “muy pequeña, pobre y difícil de controla”, hubo un punto de inflexión en 1915 que dio lugar a los años más tranquilos de la década, acaso por el pactismo y pacifismo desplegados por el alto comisario Jordana. Su sucesor, Berenguer, volvió a apostar por una política de avances y control efectivo con algunos episodios iniciales exitosos e incruentos, que con el tiempo fueron torciéndose hasta llegar al verano de 1921. Se produjo entonces el desastre de Annual que causó 10.000 muertos y 570 prisioneros, sin contar a los civiles, puso en peligro a la misma Melilla y fue “la mayor derrota colonial sufrida por cualquier potencia europea en territorio africano”. Añade que “si hubo un nombre en el que se personalizó el desastre, ese fue el de Silvestre… no obstante su muerte hizo que su memoria fuese relativamente respetada”. El escándalo que provocó fue tan notable que se encargó al general Picasso la formación de un expediente para la depuración de responsabilidades que exigió nueve meses de trabajo y dio lugar a “un asombroso ejercicio de memoria” que “puede ser considerado también como un trabajo histórico”. Descubrió “una dramática sucesión de pruebas de incompetencia, de cobardía, y desorganización, reveló el desastre en toda su crudeza y no escatimó detalles sobre los vicios y corruptelas del Ejército, concluyendo que estos habían sido los principales causantes de la debacle, junto con los errores estratégicos del mando”. El autor reconoce que no hay pruebas de la posible connivencia de Alfonso XIII con el insensato avance de Silvestre, si bien la idea de que el monarca conocía sus planes “resulta difícil de rebatir”. La consecuencia fue que “el desastre de Annual llevó al cénit el abandonismo respecto a Marruecos”, postura que compartió el mismo general Primo de Rivera quien, sin embargo, al acceder al poder tras su pronunciamiento de 1923, cambió de convicción y fue quien consiguió liquidar el problema gracias, entre otras razones, a la actuación conjunta hispano francesa que permitió derrotar al caudillo rifeño Abdelkrim.

El profesor Iglesias enriquece cada uno de estos relatos bélicos con una amplia referencia de los frutos que produjeron en la prensa, la literatura, el teatro, la música, la fotografía, la iconografía, los festejos y conmemoraciones, los monumentos públicos y funerarios y, en su momento, el cine.

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