Un “Paraíso perdido” de Milton en innovadora versión de Helena Tornero (Romea)
Los autores contemporáneos tienen licencia para, además de crear obra propia, meter mano en la ajena e incluso hacerlo con harta liberalidad en los clásicos. Lo realizan de muy diversas formas.
Los autores contemporáneos tienen licencia para, además de crear obra propia, meter mano en la ajena e incluso hacerlo con harta liberalidad en los clásicos. Lo realizan de muy diversas formas. En primer lugar, abreviando textos que originariamente suelen ser mucho más largos para acomodarlos al “tempo” que marcan los convencionalismos de la dramaturgia contemporánea (un máximo que no exceda demasiado de los noventa minutos en el teatro de texto) Y, en segundo lugar, “adaptando”, a veces de forma libérrima, el contenido e incluso manipulando tesis subyacentes en la obra originaria. Helena Tornero ha tomado entre sus manos el “Paraíso perdido” de Milton y lo ha convertido en un drama tributario de la obra del autor inglés más en el contexto que en la esencia de su mensaje.
Milton trató de la gran tragedia que da origen al relato bíblico del origen de las primeras caídas en la obligada sumisión al Creador con la comisión de sendas insubordinaciones: la del ángel rebelde que se convierte en Satanás, y la de nuestros primeros padres, Adán y Eva, que, situados en el jardín del paraíso, quiebran el mandato divino y muerden la fruta prohibida. Cuestiones que en la sociedad desacralizada, descreída e ignorante de nuestro tiempo deben resultar punto menos que incomprensibles.
Si bien Milton planteó la grave paradoja de contemplar cómo el mismo Sumo Hacedor que crea a los primeros humanos les encamina subliminalmente a la transgresión, puesto que El mismo la permite, Tornero ha transformado este eje argumental haciendo del Creador un personaje caprichoso que gusta de jugar con sus criaturas y prácticamente las induce a la transgresión que habrá de condenarlas a un destino oneroso. Lo más original de todo es que imagina un paralelismo entre la leyenda bíblica de la transgresión y el fracaso con la peripecia del universo teatral en la que los cómicos son individuos que transgreden y caen una y otra vez, pero a la vez capaces de levantarse para volver a luchar. Una relación que parece un tanto cogida por los pelos. En todo caso y habida cuenta la ignorancia que apuntamos, el espectador actual asistirá a una tragedia que quizá no será capaz de interpretar en sus tradicionales claves veterotestamentarias, pero que no por ello dejará de llamarle poderosamente la atención.
Con cuanto ha quedado expuesto es fácil comprender que la versión del “Paraíso perdido” que ha dirigido Andrés Lima y se presenta en el Teatro Romea con Pere Arquillué, Cristina Plazas, Lucía Juárez, Rubén de Eguía, Elena Tarrats y Laura Font constituye una apuesta, sin duda original, pero también arriesgada. Es, desde luego, un texto no exento de grandeza y con notable belleza formal que resulta muy bien interpretado y, gracias a la sincronización del sonido, perfectamente audible incluso desde el anfiteatro en el que nos colocó el azar. Y con una escenografía brillante e imaginativa que firma Beatriz Sanjuán.
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