Brillante actuación del Ballet Nacional de Cuba en La FACT de Terrassa
La extraordinaria calidad interpretativa del conjunto habanero, cuya estricta preparación clásica ha sido hábilmente utilizada en la ejecución de unas coreografías que, con pleno respeto a los pasos de la danza clásica, tienen en su ejecución un desarrollo francamente novedoso.
El Ballet Nacional de Cuba es una formación que ha tenido reiterada presencia en las temporadas de danza del Centro Cultural de Terrassa desde los tiempos en que éste dependía de la entidad de ahorro egarense y la citada compañía antillana estaba dirigida por Alicia Alonso. De hecho, fue precisamente en ese escenario donde pudimos ver la que creemos fue la última coreografía bailada por la famosa “prima ballerina asssoluta” cubana cuando tenía sobradamente cumplida la setentena y que creo recordar, escribo a vuelapluma y haciendo uso de la memoria, se titulaba “La Peri”. Hubo más tarde nuevas visitas de esa misma formación, por lo general con obras clásicas y ahora, realizada ya transición entre dos épocas y bajo la dirección de Viengsay Valdés, sucesora de Alonso, ha regresado con un programa de diferente factura. En efecto, se ha prescindido del repertorio de Marius Petipá que tan grato le era a la longeva directora anterior y se ha apostado por obras contemporáneas estrenadas en diversos coliseos y en las últimas décadas por distintas formaciones.
Iniciaron la primera dos piezas breves: “Love Fear Loss” (sobre músicas de Edith Piaf, Jacques Brel y Charles Daumont y coreografía de Ricardo Amarante, estrenada por el Royal Ballet de Flandes) y “Tres preludios” (de Rachmaninov, con coreografía de Ben Stevenson, que obtuvo la medalla de oro en el festival de Varna) a cargo de solistas -esta última, de una pareja única-, lo que permitió un lucimiento muy particular de los bailarines intervinientes. Completó el primer acto "Concerto DSCH" (sobre música de Dmitri Shostakóvic y coreografía de Ratmansky, entrenada por el New York City Ballet) de carácter coral, con intervención de buena parte de la compañía. Y plenamente coral, si bien con destacada intervención de solistas, fue la pieza que cubrió enteramente la segunda parte de la función: la “Séptima sinfonía” de Beethoven coreografiada muy imaginativamente por Uwe Scholz para el Ballet de Stuttgart.
Quisiéramos destacar tres aspectos de esta actuación del Ballet Nacional de Cuba. El primero, la extraordinaria calidad interpretativa del conjunto habanero, cuya estricta preparación clásica ha sido hábilmente utilizada en la ejecución de unas coreografías que, con pleno respeto a los pasos de la danza clásica, tienen en su ejecución un desarrollo francamente novedoso. El segundo, la, según nos pareció advertir desde nuestra butaca, notoria juventud de buena parte de los componentes del elenco, un dato que revela un temprano y disciplinado entrenamiento. Y el tercero, que esta formación va progresivamente apostando por la feliz incorporación de las diferentes etnias del país, algo que antaño parecía punto menos que tabú, y que se integran, como no podía ser de otra manera, con absoluta naturalidad, sin que sea necesario reservar para ellas roles necesariamente arquetípicos.
Los reiterados aplausos del público egarense, no sólo al término de cada pieza, sino incluso entre los diferentes pasos de cada una de ellas, revela su afección por esta compañía, algo que Alicia Alonso habrá de contemplar con justificada e íntima satisfacción desde allí donde ahora mismo esté.
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