El escritor uigur Tahir Hamut Izgil denuncia la persecución de la nación uigur en China comunista

En sus memorias “Vendrán a detenerme a media noche” relata las humillaciones padecidas por su pueblo a manos de la mayoría han

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“Vendrán a detenerme a media noche” - Libros del Asteroide

 

Nadie puede ser capaz de discutir el hecho de que China ha alcanzado por primera vez en su historia un lugar propio entre las grandes potencias, pero debo decir que siempre he tenido la sensación de que era un gigante con pies de barro. A sus numerosas contradicciones políticas y económicas hay que unir un problema clave, que es la disparidad de su colectivo humano. Aunque la sociedad ‘han’ es sin duda la dominante, hay territorios con una fuerte personalidad propia que no han conseguido ser integrados adecuadamente. La incorporación de la antigua colonia de Hong Kong está resultando indigesta, el Tíbet permanece vigilado con mano de hierro desde los sangrientos disturbios registrados en 2008, y Taiwán se niega a ser absorbido. Y en el noroeste, la sociedad han, de religión musulmana, sufre desde hace décadas una campaña inmisericorde de represión que persigue su asimilación forzosa. Lo refiere con todo detalle el poeta y cineasta uigur Tahir Hamut Izgil en “Vendrán a detenerme a media noche”, unas memorias que son “el relato de un hombre y de la destrucción de un país”.

Único escritor de su etnia que ha podido huir de la República Popular China, explica la decepción que supuso la llegada al poder de Xi Jinping a quien se supusieron intentos liberalizadores; unas esperanzas que “eran fruto de la desesperación y la fantasía de una comunidad maltratada que esperaba recibir un mejor trato del gobierno colonial”.

No ha sido así. Pekín ha establecido en la región uigur un sistema que lo controla todo: desde la prohibición de la música tradicional y de la escucha de cualquier emisora de países limítrofes -para evitarlo, se confiscaron todas las radios de onda corta-, hasta la insensata interdicción de cerillas con la excusa de que los separatistas podían fabricar bombas con el fósforo de sus cabezas. Por otra parte, “al igual que los colonizadores de los imperios europeos, los pobladores han miran con desprecio a los nativos uigures. La gran mayoría de los han no creían que valiese la pena aprender el idioma uigur. Como no conocían el idioma, la sociedad uigur era algo inescrutable y ajeno para los afincados en la región, lo que a su vez les produce una inquietud constante”. Pero lo peor es la humillación de sus costumbres y, sobre todo, de su fe religiosa islámica: obligaron a izar la bandera china en la mezquitas y ridiculizaron a os clérigos haciéndoles bailar música disco, se confiscaron los objetos y libros religiosos islámicos -en particular, el Corán-, se prohibió decir “adiós” y poner nombres de origen musulmán -se estableció a tal efecto una lista de los excluidos- y se retiraron incluso las novelas históricas, mientras que los hoteles chinos no pueden aceptar huéspedes uigures, que deben alojarse en establecimientos especiales para ellos. 

En la región de Xingjiang cada edificio de apartamentos tiene asignados un cuadro del Partido Comunista y un agente de policía con la función de vigilar a los residentes y de estimular a que éstos denuncien a sus propios vecinos, sobre todo si sospechan que realizan prácticas religiosas. Quienes se separan de la norma o resultan poco fiables, son llamados a “estudiar”, eufemismo que quiere decir que son deportados. “Sabíamos -dice el autor- que los «centros de estudio» eran campos de concentración” y que la deportación podía ocurrir en cualquier momento, al punto de que Tahir Hamut se acostumbró, como otros muchos de sus compatriotas, a dormir con la bolsa de viaje junto a la cama por si venían a buscarle de madrugada. No es extraño que algunos intenten cambiar en el registro civil su nacionalidad y aparecer como de etnia han en vez de uigur para de este modo escapar a una vigilancia obsesiva.

El autor, que padeció internamiento en un campo “de estudio” cuando intentó emigrar al extranjero ilegalmente, pudo al fin escapar de China y desde el exterior denunciar la opresión de su pueblo con esta obra que supera toda la imaginación orwelliana. Un testimonio importante porque de esta ominosa realidad llegan noticias fragmentarias de forma muy esporádica y solo si se producen disturbios de importancia, tal cual ocurrió en 2009 en Urumqi cuando la represión comunista produjo más de dos centenares de muertos. Uigures, claro.
 

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