La vida y la obra de Van Gogh recreadas en un musical (Apolo)

Ignasi Vidal y Ara Malikian son los autores de un original musical sobre el pintor holandés afincado en Francia que fracasó en su vida personal, pero ha quedado como un referente de la pintura universal

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La compañía de Forever Van Gogh
La compañía de Forever Van Gogh

 

El teatro musical tiene la tentación de apostar por la magnificencia y la espectacularidad y juega para ello con coreografías complejas, escenografías rutilantes y toda suerte de efectos especiales capaces de cautivar al público. Factores todos ellos que favorecen sin duda la vistosidad y el éxito, pero que no son de hecho imprescindibles. Porque los únicos elementos esenciales de todo buen musical deben ser un texto suficientemente atractivo, buena música e intérpretes adecuados. Todo ello lo tiene “Forever Van Gogh”, un musical de carácter dramático que se presenta en el teatro Apolo y está dedicado a la vida y obra del desafortunado pintor holandés cuya peripecia vital anduvo llena de dificultades y fracasos, pero cuya obra ha quedado como uno de los referentes indispensables y más renovadores del arte mundial.

Ignasi Vidal ha escrito un texto bien estructurado y Ara Malikian una partitura excelente que el primero ha puesto en escena sin grandes alardes escenográficos. Ha contado, eso sí, con la utilización de las modernas tecnologías aportadas por la inteligencia artificial que han sustituido en buen medida los decorados corpóreos con una serie de elementos proyectados sobre telones movibles a los que complementa una curiosa caja desmontable que se mueve y se transforma y sirve puntualmente de plataforma para algunos de los personajes.

Cisco Lara y Felipe Ansola asumen los roles protagonistas correspondientes a Vicent -el pintor- y Theo Van Gogh, éste último soporte de los afanes, ilusiones y quimeras del primero, y lo hacen con rigor y con la exacta medida de la intensidad de la relación existente entre cada uno de sus respectivos personales a cuyos efectos Vidal ha utilizado oportunamente la numerosa correspondencia mantenida entre aquellos. Porque “Forever Van Gogh”, y este es otro elemento que le diferencia de los musicales al uso, no es un espectáculo ligero en el que prive la frivolidad, sino que tiene un cariz esencialmente dramático acorde con la veracidad biográfica del personaje al que está dedicado.

Hay, desde luego, coreografías concebidas por Chevi Muraday con algunos números vistosos que tienen, sin embargo y en función del carácter apuntado, una función vicaria, no por ello menos importante. Y un solo de violín que resalta la importancia del elemento musical y aporta una nota nostálgica, sobre todo en los minutos finales del espectáculo.

En “Forever Van Gogh” no hay serpentinas, ni confeti, ni decorados giratorios, ni focos de colores (aunque el color de la obra de Van Gogh se refleje en el elemento visual que hemos citado) pero sí un hilo argumental bien estructurado que mantiene el interés del espectador y le sumerge en mundo onírico y creativo de un personaje fascinante que fue capaz desde su retiro de cambiar la historia del arte pictórico.       

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