Paco Mir propone una divertida visión de “El perro del hortelano” de Lope de Vega

Llega al Poliorama una de las comedias más disparatadas del Fénix de los Ingenios que fue presentada exitosamente en el Festival de Almagro

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Los protagonistas de El perro del hortelano
Los protagonistas de 'El Perro del Hortelano'

 

Existe un género teatral conocido como “disparate cómico” que se caracteriza por el deseo del autor de hacer reír al público. Acaso parecerá poco respetuoso con uno de los grandes del teatro español del Siglo de Oro calificar de tal “El perro del hortelano” que Paco Mir presenta en el Poliorama, pero el caso es que si el texto de Lope de Vega no tuviese por sí mismo elementos suficientes para ello -que sinceramente creemos que sí- la adaptación que ha hecho Mir lo justifica plenamente porque acentúa hasta límites insospechados su perfil desopilante.

Lope escribió una comedia de enredo con amores equívocos y cambiantes, en la que todos intentan manipular a los demás y las parejas se forman y se deshacen al compás del capricho de cada cual. Un juego en el que no se sabe muy bien qué papel tiene el amor porque el deseo es pluridireccional y caprichoso, algo que en realidad carece de importancia porque el Fénix de los Ingenios no pretendió con toda seguridad teorizar sobre la pasión erótica, sino tan solo divertir a un público de corralas complaciente y amante de lances absurdos.

En definitiva, unos mimbres excelentes para que un profesional del teatro de la categoría e imaginación de Paco Mir tome dicho texto en sus manos y lo convierta en una parodia de la propia obra de Lope. Respetando el eje argumental originario, lo transforma en la coyuntura de un montaje imposible porque la compañía que debe representarlo ha quedado atrapada en la carretera de regreso de unos bolos después de haber puesto en escena algo tan distinto como “Divinas palabras”. No solo no han llegado los intérpretes, sino tampoco los decorados, por lo que dos técnicos, con la ayuda de un par de actrices de una compañía de aficionados, deben subsanar esta situación con inventiva. Dicho lo cual, fácil es colegir que Mir ha incardinado con naturalidad el texto originario en otro género: el teatro dentro del teatro y lo ha hecho con la habilidad suficiente como para conseguir que un reparto de más de una docena de personajes pueda cubrirse con tan solo cuatro y sin más decorados que un par de escaleras y algún otro elemento mínimo (y cuando es necesario, con la ayuda de uno de los intérpretes en función de narrador)  

Todo ello ha exigido abreviar lo que dejó escrito Lope, tarea que el adaptador y director ha justificado diciendo que “la aplicación meticulosa de las tijeras se ha debido más al facilitar el desarrollo de una segunda trama que a la voluntad de hacer una versión exprés. Hemos trabajado una versión absolutamente respetuosa con la métrica original que facilita la comprensión de un texto en verso para oídos poco acostumbrados al lenguaje del Siglo de Oro. Principalmente se han buscado alternativas para palabras en desuso, se han alterado formas dramáticas que han quedado obsoletas y se han eliminado algunas referencias que hoy han dejado de ser válidas. Pero en todos lo cambios he priorizado la voluntad de que casi nadie note que ha habido alguna variación del texto”.

El esfuerzo actoral de Moncho Sánchez-Diezma, Paqui Montoya, Manolo Monteagudo y Amparo Marín es mayúsculo, pues deben transformarse en uno y otro personaje sucesivamente, entrando y saliendo de un único plafón del que aparecen y aparecen adecuadamente caracterizados. Tarea que cumplen acentuando la vis cómica tanto del texto original, como de los lances imaginados por Mir, con excelente resultado. No todo el teatro clásico han de ser tragedias. 

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