Anie Ernaux se adentra en los meandros de la relación amorosa en “Pura passió” (Akadèmia)
Lucía del Greco ha adaptado para el teatro la novela homónima de la ganadora del premio Nobel de literatura de 2022
Son incontables los autores que han escrito sobre la pasión amorosa y las circunstancias y/o la forma en que ésta se manifiesta tanto en el varón como en la mujer, pero la escritora francesa Annie Ernaux -que obtuvo hace un par de años el premio Nobel de literatura- supo hacerlo de una forma inédita y rompedora en su novela “Passion simple” que, editada en su país de origen en 1992, fue traducida al español al año siguiente con el título de “Pura pasión” y que años más tarde Lucía del Greco ha adaptado al catalán y dirigido en el teatro Akadèmia como “Pura passió”.
El resultado es un monólogo en el que la traductora y responsable de la dramaturgia ha querido “poner en el centro la obsesión, la pasión y el deseo de una mujer adulta sin el filtro de miradas cínicas o juicios moralistas. He investigado el deseo unilateral e incompleto, aquél que necesita una distancia insuperable con el objeto que le inspira, porque es justamente esta distancia lo que permite la alucinación. Un deseo completo y satisfecho sería peligroso, porque muerto. En Pura pasión, en cambio, el deseo no es pueril o naïf, sino casi racional, controlado y buscado por la propia autora. No hay domesticación: es un impulso irracional, desenfrenado, incomprensible, vivísimo”.
El texto de Ernaux -autora a cuya obra literaria se atribuye la fuerte impronta autobiográfica- es la descripción que el propio personaje hace de su sentimiento por un hombre al que encuentra inopinadamente durante breves momentos y por el que siente una atracción irrefrenable que le lleva a instantes de plenitud seguidos de otros, muchos más largos e inciertos. Es, por ende, una pasión gratificante pero, a la vez, sufriente y, en todo, caso, inevitable, inesquivable, permanente. Todo ello expresado en la voz de la propia protagonista, lo que significa que desde el punto de vista dramático se convierte en un monólogo lleno de reflexiones íntimas, inflexiones, expresiones de placer o de desasosiego.
Contextualizar dramáticamente un monólogo exige un ejercicio de imaginación para todos cuantos intervienen en la función. Ha sido muy consciente de ello Greco quien ha explicado que “con una apuesta escénica radical, trenzamos en escena un contrapunto visual y semántico que modifica imprevisiblemente la forma de pensar, decir y recibir el texto. Hemos trabajado a partir de la disociación entre la palabra, la imagen y el movimiento, poniendo nuestro interés en la simbología, en la abstracción, y lo que pueden significar las palabras cuando vayamos más allá de su sentido literal”. Y esta simbología se ha materializado en un complejo montaje en el que la única intérprete aparece situada inicialmente sobre una superficie lisa de la que pende un complejo artefacto que luego, una vez abandona el decúbito con el que comienza la acción dramática, desciende sobre ese mismo espacio para que pueda irlo desmontando como si fuera un mecano como expresión de la complejidad de los sentimientos que va expresando.
Pero lo esencial de este montaje es el papel de Cristina Plazas, que recita el texto de forma clara, expresiva, tamizada con infinitos matices y detalles, mientras se mueve con soltura y elegancia alrededor de los elementos escenográficos manipulando la complicada maquinaria de lo que se diría un motor de automóvil y lo hace sin una sola duda, sin un segundo de incertidumbre, con una belleza de lenguaje y de movimientos insuperables tales que constituyen, sin duda, una lección de arte interpretativo que deja al espectador noqueado.
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