Quino Moreno revela cómo era el trabajo de los tripulantes de cabina de pasajeros (“Yo el azafato”)

La cara oculta de una profesión aparentemente seductora para la gente joven, pero con numerosas servidumbres y condicionamientos 

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Yo el azafato

 

No es oro todo lo que reluce y hay profesiones que resultan muy atractivas de puertas afuera pero que, analizadas en profundidad, ofrecen aspectos poco conocidos y que, sin perjuicio de los alicientes intrínsecos que puedan poseer, revelan a la vez numerosas servidumbres y condicionamientos. Una de las más sugestivas para la gente joven es la tripulante de cabina de pasajeros en líneas aéreas, antes conocidos, cuando sus componentes eran casi exclusivamente femeninos, como azafatas o aeromozas. Y realmente era así, como explica Quino Moreno en “Yo el azafato”, un divertido libro de memorias sobre su actividad profesional en tal menester, que se inició cuando la participación masculina en el servicio a bordo era casi marginal y reducida a las funciones propias de carácter gastronómico.

Moreno inició su andadura aérea a la tierna edad de dieciséis en la Escuela de Cuatro Vientos del Ejército del Aire para realizar su servicio militar como especialista o radarista en el área de alerta y control, donde alcanzó el empleo de cabo primero y a punto estuvo de convertirse en sargento cuando prefirió optar la profesión de controlador aéreo. La fortuna no le fue favorable y decidió entonces cambiar de actividad laboral y pasar a la hostelería, decisión que resultó acertada porque en el momento que IBERIA incorporó hombres en a servicio de pasajeros a bordo, buscó entre quienes poseyeran una sólida formación gastronómica, habida cuenta que ésta era entonces una de sus principales señas de identidad.

Así empezó la andadura del autor como “azafato”, condición en la que desarrolló una larga carrera que le dio ocasión para vivir toda suerte de experiencias y vicisitudes. Viajó mucho, ganó bastante dinero, tuvo una asendereada vida sentimental -por aquello de una novia en cada puerto, en su caso escala, o en el aire y desde luego en tierra-, pero también hubo de soportar servidumbres y adversidades. La principal de todas, el menosprecio que recibían los tripulantes masculinos por parte de los comandantes, entonces en su totalidad procedentes del Ejército del Aire, muchos de los cuales les trataban de forma humillante y sin ningún compañerismo (recuerda que se tuteaban con las azafatas, pero que a ellos les trataban de usted para marcar distancias) Actitud que produjo situaciones chuscas, como cuando al cumplir Quino la orden tajante de cierto comandante de cerrar puertas sin hacer caso de la situación del embarque del pasaje, dejó en tierra a la mitad del mismo que todavía estaba llegando en la “jardinera” del aeropuerto. O cuando un díscolo compañero suyo, amparado en la inmunidad que le daban sus relaciones familiares, se atrevió a llamar sibilinamente “hijo de p…” al comandante que ordenó dejar en tierra su equipaje.

Claro nada de esto es comparable a tener que descender el avión a un pasajero fallecido en pleno vuelo o asistir al compañero al que otro pasajero epiléptico ha mordido y se niega a liberar el dedo que tiene entre sus dientes. O, en fin, cuando estuvo a punto de ser expedientado por la falaz denuncia de otro comandante sobre su supuesta connivencia con una huelga laboral.  Y en el terreno de las decepciones, su fracaso de la “Operación Plus Ultra” en la que estuvo implicado y hubiera permitido rememorar el histórico vuelo desde España a Buenos Aires del comandante Franco en 1926.

Cara y cruz de un empleo que todo hace pensar que Quino Moreno tuvo ocasión de vivir en épocas mejores que la actuales, cuando los/las tripulantes (azafato/as) tienen que vender lotería o limpiar las cabinas durante la escalas y gozan de muchas menos prebendas que antaño. 

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