“Vino lunar”, un texto dramático sobre la guerra y la muerte

La Sala Fénix continúa su ciclo dedicado a la memoria histórica con un texto de Albert Tola

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El protagonista de Vino lunar
El protagonista de Vino Lunar

 

Ahora se ha puesto de moda que las acciones dramáticas se anticipen a la llegada de los espectadores al patio de butacas y ello como una forma de hacer que el espectáculo trascienda de los límites de un inicio convencional por lo que cuando entramos en el parvo y recoleto espacio escénico de la sala Fénix advertimos la presencia de lo que parece un cuerpo humano recostado sobre el suelo. Y sí, en efecto, cuando da comienzo el desarrollo de la dramaturgia concebida por Albert Tola constatamos que no nos habíamos engañado: ahí yace el cuerpo de un hombre. Al poco de iniciado el espectáculo sabremos que representa a uno de los muertos en cualquier combate. Porque de ello trata “Vino lunar”, un nuevo texto que se presenta dentro del ciclo dedicado a la memoria histórica.

Dice Tola que la obra gira en torno a “dos soldados en una guerra cerca del Mediterráneo, hoy en día. Uno resiste el acoso de las balas, el otro ya ha muerto. El primer soldado narra su historia, en su desesperación habla con la luna, su única compañera en el silencio de la batalla. Por último, es matado. Como en “La Odisea”, su sangre permite que hable al compañero muerto, que se revela como un chico muerto en la guerra civil española. Se diría que el espectro habita el cuerpo de otro, al igual que lo mataron, usaron su cuerpo y lo disfrazaron con el uniforme de un primo suyo republicano, que se salvó”.

La ficción teatral quiere que el soldado muerto pueda desde ultratumba explicitar su experiencia. Pero lejos de hacerlo en tono dramático, opta por un lenguaje desinhibido y despreocupado, en algún momento casi irónico, cuando no humorístico porque ¿es que acaso la muerte tiene que representarse siempre en lenguaje trágico? Lo que no quiere decir que el mensaje implícito sea menos desgarrador, acaso porque lo subraya su misma aparente superficialidad, a lo que contribuye una desenvoltura próxima a la caricatura con la que interpreta su rol Marc Pujol cuya única vestimenta es un sudario que va deslizando o cambiando de forma sobre su cuerpo. Con Pujol y solo al principio de la función cabe constatar la intervención de Miriam Baohous Yalaoui, ambos bajo la dirección de Rodrigo García Olza. Yolanda Ficino se ha responsabilizado de la iluminación que, todo sea dicho en honor a la verdad, nos pareció mejorable en la primera escena, cuando Miriam utiliza cómo única herramienta una linterna que se revela a nuestro entender insuficiente para dar vida a la situación. Un detalle en todo caso fácil de subsanar.

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