Una parodia de Xavi Castillo sobre “La Biblia” (Versus Glòries)

El caricato valenciano utiliza los libros sagrados para articular un monólogo de humor desopilante e irreverente

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Xavi Castillo en su parodia de la Biblia

 

El caricato valenciano Xavi Castillo ha presentado en la Sala Versus Glòries un monólogo dedicado a interpretar “La Biblia” en forma de parodia y lo hace en un ejercicio análogo al que se atribuye Juan Palomo, es decir, “yo me lo guiso, yo me lo como”, puesto que aparece como autor, intérprete único y director de un espectáculo que, visto con perspectiva, más bien parece un juego propio de café teatro por su fuerte componente participativo e improvisador.

Parodiar libros que millones de personas consideran sagrados es un ejercicio no exento de riesgo, no ya solo por las reacciones adversas que pueden suscitar entre los creyentes menos propicios a la observancia crítica de sus dogmas, sino incluso por el tono a utilizar en el ejercicio desmitificador y, sobre todo, por el aconsejable y no siempre mesurado ejercicio de la ironía y de la crítica. Ninguno de tales condicionamientos limita a Castillo, que arremete de forma desinhibida, acrítica, deslenguada, irreverente y procaz con relatos y leyendas bíblicos, ante la curiosa complacencia de un público que acredita su propio enraizamiento con los mismos mitos y liturgias que trata de demoler. Un detalle que revela la servidumbre de tal espectáculo que parece únicamente apto para espectadores ligados de alguna manera a ese mismo sistema de ideas y valores que Castillo pone en la picota. 

Me comentaba un compañero de oficio, después de haber visto al artista alcoyano, que el show tenía un cierto parecido con los que hizo en vida Pepe Rubianes, a lo que me permití añadirle que, en todo caso, el de Castillo sería un Rubianes “a la valenciana”, lo que implica un sentido de la parodia muy diferente al que practicaba el desaparecido actor pontevedrés. 

Durante dos horas, que se nos hicieron interminables, nuestro personaje deambula incansable por el espacio escénico, habla sin parar, lee textos de gruesos libros situados a mano, improvisa, dialoga con el público, le obliga a subrayar palabras o frases o a responder a sus preguntas, ¡incluso canta!, mientras cambia una y otra vez de indumentaria y se despoja del sayal con el que inicia la función para quedar, durante largo rato, revestido con un sucinto tanga rojo -a saber qué tendrá que ver tal vestimenta con las Escrituras- al que añade puntualmente algún elemento accesorio. Cabría colegir por las risas y respuestas de los espectadores que estos se divierten, habida cuenta de la respuesta asertiva con la que reaccionan a sus invitaciones, pero debo reconocer modestamente que la parodia me pareció en su conjunto excesiva en procacidades y parva en ingenio narrativo, excepción hecha de fugaces destellos. Dicho de otra manera: que si Rubianes hubiese querido hacer algo análogo el resultado hubiera sido presumiblemente distinto.

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