Àngel Guimerà sublimó su homosexualidad en 'L’aranya' (TNC)

Jordi Prat subraya que la infertilidad planteada por el autor tinerfeño escondió su condición sexual

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Catalunyapress aranya
Foto: TNC

 

“Àngel Guimerà era homosexual. No sé per què ens costa tant encara avui dia d’admetre-ho públicament i és també sota aquesta circumstància que escriu L’aranya” dice Jordi Prat i Coll en su presentación de la dramaturgia y dirección de la citada obra. En realidad, es algo que ya habían expresado con claridad meridiana Xavier Albertí Albertí y Albert Arribas en “Guimerà home símbol”, pero que la reposición de este drama contribuye a recordar en un momento muy oportuno: la celebración a lo largo del pasado año del centenario del fallecimiento de esta gloria de la literatura catalana de origen, como es bien sabido, chicharrero. Una ocasión que acaso hubiera dado también pie a profundizar en la relación que mantuvo con su amigo Pere Aldavert con quien compartió piso en la calle Petritxol e intercambió poderes notariales y con quien reposa para la eternidad en la misma sepultura, lo que sin duda habría permitido ponderar más adecuadamente el conjunto de su obra dramática.

Que en el siglo XIX y hasta bien avanzado el siguiente una condición sexual heterodoxa constituía una cuestión absolutamente tabú que convenía ocultar con la máxima diligencia no era óbice para que un escritor pudiera reflejarla subliminalmente en su obra literaria utilizando argucias que permitieran expresarla bajo una serie de figuras análogas o concordantes. Y qué mejor paralelismo con las servidumbres de la homosexualidad que el de la infertilidad. Así lo entendió Guimerá cuando utilizó este tema como eje central de L’aranya que presenta en su sala grande el Teatre Nacional de Catalunya.

Ciertamente, Prat i Coll se ha permitido algunas licencias. Por lo pronto, ajustar los tres actos originarios de la obra en un texto dramático que, de acuerdo con los convencionalismos actuales, no excede de los noventa minutos. Pero además ha desprovisto a los personajes de una contextualización que ha considerado arcaica y los ha trasladado de Barcelona a Gerona y de la época en que la obra fue escrita a finales de los años sesenta, es decir en pleno tardofranquismo y cuando la ciudad del Oñar era una ciudad provinciana y conservadora.

Marc Salicrú ha diseñado para ello una escenografía espectacular solo posible cuando se dispone de los medios de un teatro público, utilizando elementos desplazables capaces de convertir en un plis plas la tienda de alimentación de la familia Grimau en el interior de la vivienda, aunque nos preguntamos cómo será posible trasladar esta compleja construcción en los dieciséis bolos que se anuncian a continuación. La interpretación de Albert Ausellè, Jan D. Casablancas, Berta Girault, Estel Ibars, Paula Malla, Jordi Rico, Mima Riera, Ferràn Soler, Jordi Vidal y Meritxell Yanes resulta creíble y particularmente esforzada en la consecución del acento local, aunque también nos pareció excesivamente tímido el tono de voz empleado, por lo que cabe suponer que será de difícil audición para los espectadores situados las últimas filas de este coliseo gigantesco, un detalle sin duda de fácil y, desde luego, necesaria enmienda.

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