Ernesto Caballero reivindica la riqueza de la lengua española en “La gramática” (Romea)

Una crítica inteligente y sarcástica de hasta qué punto resulta peligroso y empobrecedor el reduccionismo lingüístico

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José Troncoso y María Adánez
José Troncoso y María Adánez - EP

 

No recuerdo exactamente qué edad tenía una de mis hijas cuando en cierta ocasión, al regresar del colegio, se lamentó diciéndome: “Papá, mis compañeras dicen que utilizo palabras que no habían oído nunca”. Les ruego que perdonen mi vanidad, pero en ese momento me sentí muy satisfecho porque pensé para mis adentros que la educación que recibía en el hogar era, al menos en este punto, la correcta. Como tampoco puedo olvidar dos anécdotas vividas en momentos y lugares distintos. La primera, a cargo de un amigo de juventud de origen murciano que cuando alguien padecía un jamacuco decía que era una “aferesía”, término que me pareció fruto de algún localismo hasta que descubrí que no era tal, sino una pronunciación algo incorrecta de “alferecía”, palabra absolutamente canónica. O como cierto subalterno de origen castellano a quien oír que se refería a una “atarjea”, palabra que escuchaba por primera vez y que resultó ser expresión de “caja de ladrillo con que se visten las cañerías para su protección” (la RAE dixit) Ejemplos que acreditan fehacientemente que la riqueza del lenguaje no es patrimonio de sesudos investigadores, sino del pueblo llano, puesto en peligro por el uso pretendidamente coloquial, pero con frecuencia desmelenado, zafio y empobrecedor, de los medios de comunicación de masas.

Resulta muy oportuno preguntarse, cómo hace Ernesto Caballero en “La gramática” (teatro Romea) interrogantes tales como “¿La competencia idiomática puede llegar a general marginación social? ¿Hacer uso de una impecable corrección sintáctica puede llegar a ser ofensivo para algunos? ¿Incluso antidemocrático? ¿Transgredir las normas gramaticales es el último objetivo woke en su sañuda batalla contra la cultura hegemónica? ¿El inexorable declinar de la civilización parte del reduccionismo lingüístico, con lo que ello supone de renuncia al pensamiento complejo? ¿Cuánto hay de cierto en aquella sentencia de Gabo que reza algo así como que el nuestro es un idioma fabulosamente eficaz, pero también fabulosamente olvidado?”.

Caballero lo reivindica sarcásticamente con este texto dramático en el que plantea el trauma que vive una hablante cuya cultura lingüística, lejos de constituir una ventaja, supone una forma de marginación y se somete por ello a un proceso de desprogramación para aprender… ¡a hablar mal!. Posiblemente anacoluto, solecismo o pleonasmo, términos que aparecen citados en el texto de Caballero, nos suenen a chino, lo que demostraría que o nunca nos enseñaron bien la lengua que usamos o, en el mejor de los casos, que hemos obligado su gramática. Pues bien, recuperar esta riqueza patrimonial de nuestra cultura es lo que se pretende con “La gramática”, un diálogo escénico protagonizado por María Adánez y José Troncoso y dirigido por el propio autor con hallazgos llenos de ironía y bien decir. Que no es poco en los tiempos que corren.   


 

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