La encrucijada de Occidente en Siria: apoyar a un dictador genocida o sumarse a la yihad

La compleja decisión de Occidente ante el nuevo liderazgo en Damasco

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9 de diciembre de 2024: Damasco, Siria. 9 de diciembre de 2024. Un cartel de la bandera de la oposición siria con la imagen del líder del HTS, Abu Mohammed al-Jolani, se exhibe en el patio de la mezquita Omeya de Damasco - EP

 

En un giro inesperado de los acontecimientos, la caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria ha sumido a las potencias occidentales en un profundo dilema moral y estratégico. El derrocamiento del dictador, acusado de crímenes contra la humanidad, ha dejado un vacío de poder que está siendo rápidamente llenado por fuerzas rebeldes lideradas por Abu Mohammad al-Jolani, una figura con un pasado turbulento vinculado al terrorismo yihadista.

El legado del régimen de Assad es sombrío. Según informes de la Red Siria para los Derechos Humanos (SNHR), más de 112.000 sirios siguen desaparecidos, y se teme que muchos hayan sido ejecutados durante su detención. La organización ha documentado aproximadamente 136.000 casos de personas detenidas o desaparecidas bajo el gobierno del Partido Baaz. Desde la caída del régimen, solo se ha confirmado la liberación de unos 24.200 prisioneros, dejando a miles de familias en una angustiosa incertidumbre.

El régimen de Assad no solo fue brutal en sus acciones, sino también en sus tácticas para prolongar el sufrimiento. Fadel Abdul Ghany, presidente de la SNHR, reveló que el gobierno retrasaba intencionalmente el registro de muertes en los registros civiles, a menudo utilizando dos fechas: la real y otra posterior, a veces con años de diferencia. Esta práctica cruel mantenía a las familias en una "espera interminable", alimentando falsas esperanzas de que sus seres queridos pudieran estar vivos.

En este contexto de horror reciente, emerge la figura controvertida de Abu Mohammad al-Jolani. Con un pasado que incluye la lucha contra las fuerzas estadounidenses en Irak en 2003 y la fundación de Jabhat al-Nusra, un grupo que juró lealtad a al-Qaeda, Jolani es ahora el líder de facto de más de 23 millones de sirios. Estados Unidos aún ofrece una recompensa de $10 millones por su captura, lo que complica aún más la situación.

Sin embargo, Jolani parece estar intentando distanciarse de su pasado extremista. En una reciente entrevista con CNN, prometió protección a las minorías religiosas como alauitas y cristianos, afirmando que estas comunidades "han coexistido en esta región durante cientos de años". También aseguró haber "madurado" desde sus días como combatiente en Irak, presentándose como un líder más moderado y pragmático.

La comunidad internacional observa con cautela. Las promesas de Jolani recuerdan inevitablemente a las hechas por los talibanes antes de tomar el control de Afganistán en 2021, promesas que luego fueron incumplidas. La forma en que Jolani trate a las minorías y maneje la transición será un indicador clave de sus verdaderas intenciones.

Para Occidente, la situación presenta un dilema desgarrador. Apoyar a Jolani podría significar legitimar a un líder con un pasado terrorista, mientras que oponerse a él podría desestabilizar aún más la región. La historia reciente ofrece lecciones sombrías: el derrocamiento de Saddam Hussein en Irak en 2003 llevó al colapso del gobierno y a una insurgencia prolongada; la caída de Moammar Gadhafi en Libia en 2011, apoyada por la OTAN, resultó en una guerra civil que persiste hasta hoy.

Además, la sombra de la intervención estadounidense en Afganistán durante la década de 1980 se cierne sobre la situación actual. El apoyo de EE.UU. a los muyahidines contra la Unión Soviética contribuyó indirectamente al surgimiento de los talibanes, un recordatorio de las consecuencias no intencionadas de las intervenciones extranjeras.

La presencia continua de ISIS en la región añade otra capa de complejidad al panorama. El Mando Central de Estados Unidos anunció recientemente que había llevado a cabo más de 75 ataques contra presuntos campamentos y operativos de ISIS en el centro de Siria, subrayando la persistencia de la amenaza terrorista.

Mientras tanto, la crisis humanitaria en Siria se profundiza. Miles de personas han sido desplazadas, y las comunidades que antes apoyaban a Assad temen represalias. Las organizaciones internacionales de ayuda humanitaria luchan por acceder a las zonas afectadas, agravando aún más la situación de los civiles.

En este complejo escenario, Occidente se encuentra ante una encrucijada. La elección entre respaldar a un ex líder yihadista o buscar la restauración de un régimen brutal plantea dilemas éticos y estratégicos significativos. Cualquier decisión tendrá profundas implicaciones para la estabilidad regional, la lucha contra el terrorismo y la protección de los derechos humanos.

Mientras la comunidad internacional debate su próximo movimiento, el pueblo sirio sigue sufriendo las consecuencias de años de conflicto y represión. La urgencia de una solución que priorice el bienestar de los civiles y la estabilidad a largo plazo de la región nunca ha sido más evidente. El mundo observa con atención, consciente de que las decisiones tomadas en los próximos meses podrían determinar el futuro no solo de Siria, sino de todo Oriente Medio.

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