“Cataluña y Quebec. Las mentiras del separatismo”: un riguroso estudio del embajador José Cuenca
Reseña del libro 'Cataluña y Quebec. Las mentiras del separatismo', publicado por Renacimiento
José Cuenca es un diplomático español que, entre otros destinos, asistió como embajador al desmoronamiento de la URSS y ocupó idéntico cargo durante cuatro años en Canadá, lo que le da un conocimiento directo del secesionismo quebequés, tema que estudia en profundidad y compara con el catalán en su libro “Cataluña y Quebec. Las mentiras del separatismo” (Renacimiento).
Recuerda que el caso quebequés surgió a principios del siglo XX en ambientes universitarios y católicos, particularmente vinculados a los jesuitas, y que tuvo su figura principal en René Levesque y el Partido Qubequés. Pero el tiro de salida lo dieron aquellas “palabras que resultaron incendiarias” pronunciadas por De Gaulle el 14 de julio de 1967 cuando, de visita en Montreal con motivo de la Exposición Universal, lanzó el grito de «¡Viva Quebec libre!». “A partir de ese día emergió con un ímpetu que nadie había podido imaginar” porque “fue el pistoletazo de salida, un punto de inflexión en el nacionalismo quebequés y Lévesque, fino observador, pensó que había llegado la hora”.
Fruto de todo ello fue la celebración del primer referéndum el 20 de mayo de 1980, que dio un amplio resultado negativo a la secesión y otro segundo el 30 de octubre de 1995, también negativo, pero con resultados más ajustados. Éxito de la unidad que atribuye a la inteligente política del primer ministro canadiense Chetien, que aplicó medidas muy efectivas, tales la de hacer pedagogía, pedir dictamen al Tribunal Supremo sobre los puntos controvertidos que implicaría la secesión de una provincia y la necesidad de probar a nivel nacional una ley reguladora.
El caso de Cataluña es, en su opinión, diametralmente diferente puesto que, si bien la secesión constituye en Canadá una hipótesis reconocida constitucionalmente, no ocurre así ni en España ni en el resto de países europeos, en los que prima el principio de la indivisibilidad del territorio nacional. Además, “ni siquiera en Canadá es una carta blanca a la provincia para que la aplique cuándo y cómo le venga en gana; al contrario, está enmarcada en unas claras coordinadas jurídicas que los habitantes de Quebec no pueden traspasar”. Por si ello un fuera suficiente, Cuenca puntualiza que “si Canadá es divisible en virtud de la posibilidad de separarse que la ley reconoce a sus provincias, Quebec también se puede fracturar” y de hecho las comunidades nativas reclamaron ejercer este mismo derecho y votaron contra la secesión.
El nacionalismo catalán pretende justificarse sobre unas tesis que son radicalmente falsas, como las de que Barcelona se enfrentó a las tropas de Franco (en las que había muchos catalanes), que las urnas son expresión de la democracia (en realidad en todas las consultas electorales la mayoría del censo ha votado partidos no secesionistas) y que Madrid es culpable de no dejar utilizarlas (se han utilizado en numerosas ocasiones desde 1977), que “España nos roba”, que Cataluña sería más rica de ser independiente, que podría formar parte inmediatamente de la Unión Europea y que contaría con un amplio reconocimiento internacional, afirmaciones todas ellas que contradicen la realidad más evidente.
Todo ello le lleva a recordar pensamiento sobre el llamado “problema catalán” de dos ilustres españoles, Azaña y Ortega y Gasset, y propone una política de Estado basada en tomar la iniciativa “condición indispensable para invertir la tendencia de cuanto está sucediendo en Cataluña”, hacer pedagogía y hacerla en catalán para “arrancar de cuajo las falacias que, grabadas a buril y con paciencia caucasiana, les han ido insuflando a amplias capas de la sociedad” en una “labor paciente y esforzada dirigida a borrar las trapisondas que se han ido difundiendo por la Generalidad y, en tercer lugar, “poner en marcha acciones eficaces en apoyo de los catalanes que no son separatistas, que se sienten indefensos, cuando no perseguidos y humillados”. Cuenca se lamenta de que “por desgracia, las voces del catalanismo culto y liberal han sido ahogadas por quienes exigen la dialéctica del choque de trenes”. Y advierte: “el peligro inminente del secesionismo, con su asalto al estado de derecho, ha sido de momento conjurado. Pero es real. Y está ahí”.
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