Mbougar Sarr presentó la novela con la que obtuvo el premio Goncourt (La más recóndita memoria de los hombres)

Fue el primer africano en conseguir el premio Renaudot con Le devoir de violence, obra en la que fabulaba sobre la dinastía feudal de los saifs y la complicidad de los señores locales con el colonialismo y la esclavitud, lo que escrito en la década de emergencia de las independencias fue muy mal visto y no se encontró mejor arma de descalificación que la de acusarle de plagiario.  Mohamed Mbougar Sarr, que pertenece a la etnia serer, la tercera desde el punto de vista demográfico de Senegal y, por cierto, la misma de Senghor y Abdou Diouf, los dos primeros presidentes del país, dice que escribe como una forma de expresar la fidelidad a sí mismo, que no lo hace para tal o cual colectivo, sino para un lector en abstracto y que en todo caso ama el silencio, lo que reconoce que constituye una paradoja.

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Dalmases

 

El escritor senegalés Mohamed Mbougar Sarr ha visitado Barcelona para presentar La más recóndita memoria de los hombres, novela con la que obtuvo con esta novela los premios Goncourt, Transfuge a la mejor novela en lengua francesa y Hennessy y que ha sido publicada en versión castellana (Anagrama) y catalana (Mésllibres)

 

Mohamed Mbougar Sarr nació en 1990 y lleva publicados cuarto libros con los que ha cosechado un total de nueve galardones. Se trata, por tanto, de un autor joven, acaso un tanto tímido, pero de precoz madurez y que se maneja con inspiración y donaire en un idioma como el francés que no es su lengua materna, algo que ocurre con harta frecuencia entre los escritores africanos que se expresan literariamente en el antiguo idioma colonial. “Domino no sólo el idioma de mi tribu, sino otros varios de mi país, pero no sabría escribir en ellos y aunque lo hiciera, tampoco serviría de nada porque la mayoría de sus hablantes son analfabetos”. Esta riqueza lingüística le ha llevado a transliterar al francés algunos términos de los idiomas locales, algo que hacen otros escritores africanos, aunque parece que con poca receptividad por parte de la Academia Francesa.

 

 “Pero no importa, puesto que la lengua no la hacen los académicos, sino los hablantes y los escritores” y puso como ejemplo al malinés Ahmadou Kourouma que obtuvo los premios premio Renaudot y Goncourt con “Alá no está obligado” y dijo a este respecto: “yo he puesto mi propia casa en el jardín de Molière”.

 

La más recóndita memoria de los hombres trata sobre cierto escritor maldito que habría obtenido la gloria literaria en los años treinta del siglo pasado al punto de ser calificado como el “Rimbaud negro” pero que luego fue acusado de plagiario, defenestrado y condenado al olvido. El protagonista se empeña en conseguir la novela que habría llevado al olvidado autor a la fama, El laberinto de lo inhumano, y se propone investigar sobre su peripecia. Mbougar Sarr comentó atinadamente que en realidad, todo escritor es tributario de sus lecturas y, por tanto, éstas quedan forzosamente reflejadas de una u otra forma en su propia obra, lo que no significa que sea plagiario. Él mismo no tuvo inconveniente alguno en reconocer la inspiración recibida de la obra de Bolaños, como otros autores africanos lo han manifestado con respecto a García Márquez.

 

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Foto: PI de Dalmases

 

El caso es que su novela va dedicada a un tal Yambo Ouologuem, nombre del personaje real en que se inspiró. Fue el primer africano en conseguir el premio Renaudot con Le devoir de violence, obra en la que fabulaba sobre la dinastía feudal de los saifs y la complicidad de los señores locales con el colonialismo y la esclavitud, lo que escrito en la década de emergencia de las independencias fue muy mal visto y no se encontró mejor arma de descalificación que la de acusarle de plagiario. 

 

Mohamed Mbougar Sarr, que pertenece a la etnia serer, la tercera desde el punto de vista demográfico de Senegal y, por cierto, la misma de Senghor y Abdou Diouf, los dos primeros presidentes del país, dice que escribe como una forma de expresar la fidelidad a sí mismo, que no lo hace para tal o cual colectivo, sino para un lector en abstracto y que en todo caso ama el silencio, lo que reconoce que constituye una paradoja. “Acaso soy un escritor que acaso hubiera debido ser místico”.

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