“Mi querida hija Hildegart”: el parricidio que conmovió la España de la segunda república

En la segunda república se produjo un hecho atroz que se ha convertido en ejemplo paradigmático de hasta qué punto la lucha por la utopía puede ser la causa, acaso incluso la pretendida justificación, de crímenes abominables

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Libros.Mi querida hija Hildegart

 

Libros.Mi querida hija Hildegart
Libros.Mi querida hija Hildegart

La crónica de sucesos constituye uno de los géneros periodísticos por antonomasia y aunque durante muchas décadas quedó relegada a las páginas interiores de los periódicos o a publicaciones especializadas, ha habido épocas en que ha adquirido auténtico protagonismo, como ocurre ahora mismo. También fue así en tiempos de la segunda república cuando se produjo un hecho atroz que se ha convertido en ejemplo paradigmático de hasta qué punto la lucha por la utopía puede ser la causa, acaso incluso la pretendida justificación, de crímenes abominables. Nos lo recuerda Carmen Domingo en “Mi querida hija Hildegart” (Renacimiento).

 

El 9 de junio de 1933 Aurora Rodríguez Carballeira asesinó de cuatro tiros a su hija Hildegart mientras estaba dormida. El parricidio conmovió a la opinión pública e incluso a los especialistas porque durante el juicio se debatió la gran incógnita sobre si había cometido este acto en plena consciencia de lo que hacía -tesis del fiscal- o como resultado de una paranoia insuperable -tesis de la defensa-. Al final, el jurado popular que estimó que cuando cometió el crimen “no se encontraba la procesada presa de un ataque de enajenación mental a causa de la psicosis que padece” por lo que se la condenó a 26 años, 8 meses y un día de cárcel. Fue internada en la cárcel de Ventas y luego en el sanatorio de Ciempozuelos donde se le diagnosticó “esquizofrenia paranoide incurable” y permaneció hasta su muerte en 1956.

 

Aurora había nacido en Ferrol en una familia que ahora calificaríamos de desestructurada con una madre casquivana que no la quiso y un padre con el que ella se sintió siempre muy ligada. Cuando su hermana mayor tuvo un hijo natural, ella se preocupó de su formación y consiguió hacer de él un músico precoz que triunfó más tarde como Pepito Arriola, aunque tuvo el disgusto de que acabaran separándole de él. Quiso entonces repetir su experiencia ella misma y tuvo una hija de padre cuya identidad nunca quiso revelar sobre la que pretendió proyectar sus objetivos vitales: crear un ser con características fisiológicas inmejorables y educado con técnicas pedagógicas estudiadas por ella, defender el papel y la formación de la mujer y redimir al proletariado.

 

Aplicado sobre su hija Hildegart, consiguió que a los cuatro años supiera mecanografiar, a los catorce accediera a la Universidad y que se convirtiera en plena adolescencia en abogada, comentarista política, conferenciante y militante primero de Agrupación Socialista Madrileña y luego del Partido Federal. Intentó proyectar en ella sus ideas que se materializaron en una cruzada eugenésica, movimiento que estaba entonces muy de moda y que pretendía erradicar los signos degenerativos de la raza. Algo que defendieron incluso pensadores y científicos de izquierda, pero que acabó justificando los crímenes nazis. Hildegart fue una pionera de los estudios sexológicos en España, defensora del aborto y del amor libre, que no se limitaba al placer sexual porque debía ser ejercido con responsabilidad.

 

Decepcionada del “socialenchufismo”, como ella lo denominaba, del PSOE, se vinculó progresivamente a las ideas ácratas y se afilió al Partido Federal, pese a que Aurora quería de toda formas apartarla del activismo político. Una madre absorbente que, de hecho, condicionó toda su vida y no le dejaba sola ni siquiera para ir a clase o pronunciar una conferencia. Cuando fue adquiriendo conciencia de su propia personalidad, quiso viajar sin compañía y se llegó a rumorear que había iniciado relaciones con un hombre, Aurora no pudo suportar la traición de su hija y decidió que, como sus esfuerzos por crear una mujer ejemplar habían resultado baldíos, matarla (aunque luego en el juicio pretendió que había sido a petición de la propia Hildegart, consciente de haber defraudado las expectativas de su madre) Triste final de la utopía del “hombre nuevo” que se repetiría a diferente escala y en distintos lugares y que solo ha provocado dolor y muerte.     

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