Joan Maria Thomàs analiza desfascistización de Falange por el ministro Arrese (Postguerra y Falange)

Un ensayo histórico documentado, riguroso y objetivo sobre el hombre que descabalgó a Serrano Súñer como dirigente del partido único durante la primera etapa del franquismo


 

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El historiador Joan Maria Thomàs es autor de una amplia obra de investigación sobre la España contemporánea centrada en el franquismo y el movimiento falangista, temas sobre los que ha publicado varios libros. El último de ellos es “Postguerra y Falange. Arrese, ministro secretario general de FET y de las JONS (1941-1945)” (Debate), un estudio riguroso, sumamente documentado e impecablemente objetivo sobre una etapa que coincidió con la segunda guerra mundial, pero en la que dicho personaje, hoy olvidado, tuvo un papel tan protagonista que contribuyó descabalgar a Ramón Serrano Súñer, omnipotente cuñado de Franco, de su privanza y consiguió convertirse en el hombre de confianza del caudillo de modo análogo a lo que fue Carrero Blanco años más tarde.

Thomàs, que ha utilizado el “fondo Arrese”, que considera el más importante sobre dicha materia después del de la Administración en Alcalá, explica su parentesco con la familia Primo de Rivera y aclara que, pese a lo que pretendió el interesado en sus memorias, no fue un falangista de la primera hora, sino que se incorporó al partido tras las elecciones de febrero de 1936. Le sonrió la fortuna porque durante la guerra civil estuvo implicado en los “sucesos de Salamanca” ocurridos a raíz de la unificación de 1937 y resultó procesado y condenado, aunque pronto perdonado gracias a Serrano Súñer, por lo que accedió al gobierno civil de Málaga, pero que más tarde se le quiso implicar en la conjura del general Yagüe, lo que pudo ser el final de su vida política. Pidió entonces ser recibido por Franco para aclarar su actuación con tan buen resultado que el generalísimo acabó nombrándole ministro secretario general de FET y de las JONS, cargo desde el que contribuyó al progresivo marginamiento de Serrano Súñer, personaje “extremadamente pagado de sí mismo y muy alambicado”, quien, como presidente de la Junta Política, había sido quien gobernaba el partido por delegación de Franco (como asimismo la política interior, la prensa y finalmente las relaciones internacionales). 

Thomàs define a Arrese como un  “importante e influyente ministro secretario general de FET y de las JONS, un gestor del partido único capaz de reorganizarlo y de potenciarlo vinculando más su mando directo al jefe nacional Franco acabando con la intermediación que entre el partido y el jefe del Estado había venido ejerciendo Serrano Súñer y colocándose él en su lugar, y un dirigente capaz de consolidar la Falange como organización extremadamente fiel al caudillo… además, fue él quien dio nuevos pasos de gran impacto y visibilidad en la desfascistización de la doctrina falangista”. En efecto, se convirtió, paralelamente, en el reformulador del pensamiento falangista con una doctrina que mezclaba catolicismo con falangismo e incluía aspectos ajenos al pensamiento de José Antonio, todo ello manifestado con “una cierta sensación de trascendentalismo que nunca le abandonó” y que evidenció en su obra ensayística. Tuvo un objetivo permanente: conseguir la primacía absoluta para la Falange, algo imposible porque “el caudillo respondió a la presión falangista concediendo al partido más poder, pero no la hegemonía deseada” y aunque se expresó en aquellos años con un lenguaje muy falangista “una cosa eran las palabras y otra muy diferente que Franco tomase medidas efectivas en pro de la falangización del gobierno y del Estado. Que no lo hizo. Ni entonces, ni nunca”. Acaso porque, como afirma tajantemente, Franco fue “un líder no fascista”. 

Thomàs recuerda que Serrano y Ridruejo estaban de acuerdo en que la entrada de España en la guerra permitiría la falangización que ansiaban y que “del progermanismo y pronazismo de Ridruejo en aquellos años no cabe dudar”. Aporta también datos inéditos importantes. Así que los falangistas, contra la opinión de Hedilla, enviaron un documento a Franco durante la guerra exigiendo todo el poder para su partido; que Hedilla había sido inicialmente el dirigente falangista más afín a Franco (hasta que su negativa a aceptar un cargo en el partido unificado le llevó a un consejo de guerra y a arruinarle la vida para siempre); que Serrano Súñer tuvo la osadía de mandar una carta de dimisión a su concuñado que éste no aceptó, pero que quebró definitivamente su ascendiente sobre el caudillo (también Arrese intentó dimitir en algún momento y redactó una carta que tuvo el buen criterio de no cursar); aclara que la creación de la División Azul fue una iniciativa de Serrano en la que Arrese permaneció ajeno; expone que Sanz Orrio, sustituto de Salvador Merino como delegado nacional de Sindicatos, a causa del procesamiento de éste como masón, propuso ya entonces la independización de la Organización Sindical; añade que también fue procesado como masón Eugenio Montes, aunque con mayor fortuna que Salvador; trae a colación una sonada polémica sobre la utilización del término “cruzada”, poniendo de relieve que lo rechazaban falangistas como Ridruejo y Laín frente a Yzurdiaga y a los carlistas navarros; y aporta un informe inédito sobre los sucesos de Begoña que supusieron el fusilamiento de un falangista (Juan Domínguez, del que reconoce que no fue nunca agente inglés como se le acusó, aunque sí lo era alemán) y exteriorizó las tensiones existentes a la sazón entre el Ejército y el partido, al que aquel consideraba semillero de rojos emboscados (“el descontento con Falange era corporativamente mayoritario en la Fuerza Armadas y se basaba en el cuestionamiento de sus prácticas de su lenguaje y de su retórica revolucionaria fascista”). De ahí los sucesivos procesos de “depuración” de su militancia que Arrese tuvo que adoptar.  

Thomàs trae a colación el hambre de los años cuarenta por culpa de la autarquía y la obsesión de no acudir al endeudamiento exterior o la corrupción generalizada y tolerada por Franco, un político tan florentino que confesó a Arrese que “las leyes se hacían por conveniencia, no por permanencia” y hubiera sido capaz de gobernar ¡con la constitución de 1876! Y no elude algún chisme no exento de significación política como que Serrano Súñer, después de haber conseguido que Franco cesara como ministro a Sánchez Mazas, le abofeteara en su despacho.

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