Paco Cerdá retrata la España de la inmediata posguerra en “Presentes”

España es un país generoso en liturgias fúnebres, favorecidas a causa de su pertinaz afección por los enfrentamientos cainitas. El más espectacular de todos fue, sin duda, el traslado orquestado por la reina Juana de Castilla de los restos mortales de su marido Felipe el Hermoso desde Burgos hasta Granada en un periplo que duró cerca de tres años. Algo más de 400 años después se repitió una ceremonia análoga, si bien en este caso de tan solo once días de duración, cuando, entre el 20 y el 30 de noviembre de 1939, la Junta Política de FET y de las JONS organizó el traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, desde Alicante, donde había sido ejecutado en 1936, hasta el monasterio de El Escorial, desplazamiento que se desarrolló a pie y con el catafalco llevado a hombros de sus correligionarios. Un espectáculo que cabe calificar de medievalizante, que interrumpió la vida de las numerosas poblaciones por las que pasó y ocupó a miles de personas bien como acompañantes, bien como meros espectadores.

Paco Cerdá ha reconstruido en “Presentes” (Alfaguara) aquel viaje fúnebre de forma harto imaginativa porque combina el relato de aquel itinerario que pasó por Villena, Almansa, Albacete, La Roda, El Provencio, Quintanar de la Orden, Villatobas, Valdemoro y Madrid, con la existencia paralela de una serie de personajes que sufrieron, padecieron e incluso en muchos casos perdieron la vida o la libertad con motivo de la guerra civil. Milicianos y combatientes del Ejército Popular, represaliados, presos en cárceles del nuevo régimen, internados en campos de concentración o en embajadas, ”topos” escondidos, familias destruidas o desestructuradas, pero también excombatientes, excautivos, mutilados y héroes del ejército victorioso. La mayoría, personajes anónimos o poco conocidos, que Cerdá rescata, pero también personajes famosos como Miguel Hernández, Georges Bernanos, Matilde Landa o Elena Fortún (cuyos cuentos de Celia leía Carmencita Franco en El Pardo mientras su autora vegetaba en el exilio) Lo hace poniendo el acento en contrastar el lenguaje ditirámbico de los periodistas y panegiristas de la época con la realidad o los testimonios conservados de “los otros” y utilizando paralelamente el lenguaje oficial del nuevo régimen o los textos del propio José Antonio (al que hay que decir que se refiere siempre con respeto)

Todo ello le da pie a incluir numerosas anécdotas curiosas como el hecho que Pilar de Valderrama, la novia de Antonio Machado, fuese madre de un caído nacional, que Miguel Hernández consiguiera inicialmente un aval favorable de la Jefatura de Milicias de FET o el caso de Manuel Navarro Ballesteros, encarcelado por tres bandos diferentes. No desaprovecha la oportunidad de calificar a ciertos personajes de la situación. Y así mientras el almirante Moreno le parece “sádico” o que Pilar Primo de Rivera “es una mujer que predica sin el ejemplo”, reconoce que Muñoz Grandes “sueña con un plan nacional entre vencedores y vencidos”; y, en fin, no sin sentido del humor, recuerda que la apostura del omnipotente Serrano Súñer hizo que se le conociera en la “high society” de la época como “Jamón Serrano Súñer”.  

Tal cual dice el autor, “en “Presentes” laten dos planos contrapuestos. Uno es el traslado, la propaganda fabricada esos días, la vida de José Antonio, sus palabras, y la memoria de la guerra y la posguerra que latía en aquellos pueblos atravesados por un cadáver a hombros. Pues bien, el otro plano, el invisible y tenebroso reverso de aquellos días, suponía el reto más apasionante de este libro: mostrar lo que el escaparate de la propaganda se esforzaba en ocultar”.