“Solo vivir”: diez historias de jóvenes africanos que emigran a España

Tras cada uno de los que llegan en pateras o por cualquier otra vía late una historia personal y un deseo de abrirse camino en Europa 

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Libros.Solo vivir (1)

 

Sabemos, porque los medios de información dan cuenta puntual y diaria de este hecho, que miles y miles de personas tratan de emigrar de África a Europa bien huyendo de guerras y persecuciones, bien sencilla y llanamente buscando unas mejores expectativas de vida. Pero desde nuestra comodidad personal somos incapaces de valorar un riesgo que causa con frecuencia resultados mortales. Hasta que conocemos algún caso concreto, a alguien que ha pasado por esta experiencia y nos la cuenta con la credibilidad que da escucharlo de quien ha vivido una situación de este tipo. Es exactamente lo que me ocurrió a consecuencia de la llegada del malinés Gausú. Consiguió desembarcar en España tras una arriesgada travesía desde Mauritania que duró más de diez días, la mitad de ellos sin agua, ni alimentos y con el motor de la embarcación estropeado. Alcanzó Canarias por puro milagro y su objetivo fue trasladarse a la península para desde aquí ir a Francia El caso fue que su propia familia afincada por estos pagos se negó a darle cobijo en Barcelona y hubo que buscarle una solución de emergencia. Fue mi propia vivencia de dicha situación, que hasta ese momento había contemplado desde lejos, lo que me impactó más profundamente. Sara Montesinos y Martí Albesa han tenido conocimiento de muchos casos análogos entre los que han espigado una decena y los reflejan en “Solo vivir” (Milenio).

Pese a su escaso volumen, poco más de un centenar de páginas, es una obra importante porque nos aproxima al sufrimiento, las incertidumbres y las contradicciones que tienen que afrontar los protagonistas de cada una de estas historias, todos ellos menores de edad o en la bisagra entre la minoría y la mayoría. Hay quien se desplaza para encontrar a un hermano o sencillamente quien pretende buscar una forma de ganarse la vida como Amine quien explica: “No nos hemos jugado la vida en el estrecho de Gibraltar para ir al campo de Barça ni ir a ver la Cibeles. Tampoco lo hemos hecho par a molestaros, ni generar conflicto en las calles. Lo hemos hecho para trabajar”. Un objetivo que, de alcanzar territorio español, les obliga a esperar tres años para poder regularizar su situación.

En el camino deben soportar innumerables dificultades y privaciones, cuando no amenazas graves como los que padeció un muchacho ghanés en Libia, “el país más peligroso del mundo”. Y por supuesto un racismo que empiezan a detectar en el mismo Marruecos, pero que luego continúa en España, lo que hace preguntar a la senegalesa Farida: “¿Qué diferencia hay entre un blanco y un negro?”. Algo que incluso advierten quienes están ya afincados en nuestro país y se expresan mejor en español que en su lengua familiar originaria: “El pelo y el color tostado de su piel todavía le hacen vivir momento incómodos… que si de dónde eres, que si dónde naciste, que su hablas muy bien el castellano… «Mire, señora, tendrá que ir aceptando que hay españoles de muchos colores»” dice María que “no solía cuestionarse de dónde era si no hubiera sido por el bombardeo constante de preguntas”. El caso es que “solo sabe que piensa en castellano e imaginarse pensando y hablándose a sí misma le hace gracia”.

Llegar a territorio español es solo un primer paso, pero también una etapa llena de incomodidades para los menores a causa del hacinamiento en los albergues de acogida, las reticencias de los vecinos, la pérdida de documentación y la lentitud de los procesos administrativos y judiciales. Todo ello para intentar “vivir y ayudar a la familia” como dice a los autores Aziz, uno de los entrevistados.
 

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