“No existe diferencia entre Tejero y Puigdemont” (Alfonso Guerra, “La rosa y la espinas”)
El político socialista defiende la acción de gobierno realizada, el valor de la transición, la vigencia de la constitución y el papel de Don Juan Carlos y rechaza la deriva de los nacionalismos y la inanidad de la política española actual
Todo empezó cuando Manuel Lamarca se dirigió a Alfonso Guerra en mayo de 2019 y le propuso rodar un documental cinematográfico sobre su vida, su actuación política y su pensamiento, algo a lo que el antiguo vicepresidente del Gobierno y dirigente socialista se mostró inicialmente remiso. Pero el que la sigue la consigue y al final Lamarca obtuvo su propósito. Aquel documental, en realidad una larga conversación con Guerra, ha dado lugar a una transcripción de las manifestaciones realizadas a lo largo de muchas horas, y se ha materializado en el libro “La rosa y la espinas. El hombre detrás del político” (Esfera de los Libros)
El discurso narrativo de Guerra puede englobarse en varias áreas diferenciadas: hay una primera evocación autobiográfica sobre su infancia y adolescencia en una modesta familia sevillana con trece hijos, su militancia en las Juventudes Socialista -con Luis Yáñez, Guillermo Galeote, Rafael Escuredo y Felipe González, éste inicialmente cercano a los “grupos católicos de contestación al franquismo”, su participación en un curso de verano en Toulouse, a cuyo regreso a España sería detenido (por el chivatazo de un policía topo que luego, ya como vicepresidente del Gobierno, volvería a encontrar como jefe superior en Madrid), su incorporación a la ejecutiva del PSOE (cuando se nombró secretario general a Felipe porque Nicolás Redondo no aceptó el cargo) y, en fin, su intervención en la vida nacional en los inicios de posfranquismo durante la que afirma haber conferido el beneficio de la duda a Suárez y promovido el consenso constitucional.
Especial interés tiene el relato y valoración del triunfo electoral socialista de 1982 -que dice previó casi con total exactitud- y su entrada en el Gobierno (“hice todo lo posible por evitarlo”) y compara su personalidad con la del nuevo presidente: “él era una persona fuerte y yo una persona resistente”. Destaca las principales líneas de actuación: confirmación del ingreso en la OTAN, a la que el PSOE inicialmente se había opuesto -no por el fondo, sino por la forma en que lo hizo Calvo Sotelo-, la expropiación de Rumasa -que no fue iniciativa de Boyer, sino de Solchaga, -, el protagonismo de España en la creación de la fondos europeos de cohesión de la CEE y el espinoso tema de la reconversión industrial que “produjo enfrentamientos incluso dentro del gobierno”, pero también la universalización de la sanidad y la educación y la creación de las pensiones no contributivas o la consecución de que la colección Thyssen viniera a España; y, en fin, también el “socialismo de las cosas pequeñas”. Le satisface la buena relación que mantuvo con los obispos –“rezamos todos los días por usted” le confesaron- y recuerda que “yo no fui antiyanqui”. Evoca algunos de los numerosos dirigentes que conoció, uno de ellos Fidel Castro “déspota y seductor”. Todo ello hasta llegar al momento en que cesó cuando “comprendí que Felipe (al que califica de “líder nato”, aunque sugiere que “no cooperativo”) no quería que yo siguiera”.
El tercer aspecto de esta larga conversación se refiere a sus opiniones sobre la historia reciente y la situación actual de la vida política española. Recuerda que “la nuestra ha sido la única monarquía del mundo ratificada por un parlamento”, lo que ha hecho de “España una república coronada”, defiende la actuación del monarca el 23-F (“es injusto no reconocer el papel crucial de Don Juan Carlos esa noche”); reivindica el acierto de la transición y se manifiesta contrario a la reforma DE la constitución, aunque sí a la reforma EN la constitución. No cree en la primarias, y critica la carencia actual de empatía, el descenso del listón medio en la clase política y el gobierno de cuotas (que no es en modo algún un “gobierno de coalición” como se pretende) Y, por encima de todo, debela los nacionalismos. “Si hubiéramos sabido por dónde iban a derivar, no habríamos hecho el título VIII de la constitución que redactamos”. “El nacionalismo nos engañó, esa es la verdad”. A lo que agrega su disconformidad con la persecución del castellano en Cataluña: “un socialista que persigue una lengua, no es un socialista democrático”. Y reivindica el hecho de que “la izquierda (histórica) fue muy española” a diferencia de “una izquierda boba que piensa que favorecer el reconocimiento de España es una actitud conservadora”. Dicho todo lo cual y sin ambages considera que el 1 de octubre de 2017 “hubo un golpe de Estado y una rebelión” y a mayor abundamiento sentencia que “no existe diferencia entre Tejero y Puigdemont”. Ahí queda eso.
Escribe tu comentario