La emigración de mujeres españolas a Australia recreada en “El país del atardecer dorado”
Celia Satos se inspira en la emigración de mujeres españolas a las antípodas para imaginar una trama de amor y misterio
La memoria es débil y ahora que España se ha convertido en un país receptor de inmigrantes sus ciudadanos nos hemos olvidado que nosotros mismos fuimos durante muchos siglos quienes emigramos en busca de lo mismo que tratan de encontrar quienes llegan ahora a nuestro país: trabajo y un futuro más prometedor que el que se deja atrás. A la emigración espontánea e incontrolada hubo que sumar programas organizados bien por el gobierno, bien por instituciones varias, principalmente por la Iglesia católica. Dos de ellas tuvieron lugar entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta y tenían como destino Australia, un país remoto pero que precisaba perentoriamente aumentar su población tanto masculina como, sobre todo, femenina por la desproporción existente entre ambas. A ello respondió primero la Operación Canguro, que pretendía estimular la llegada de varones con los que cubrir las muchas bajas producidas a consecuencia de la segunda guerra mundial y seguidamente la Operación Marta, que estuvo orientada a captar mujeres destinadas fundamentalmente al servicio doméstico, pero con dos intenciones complementarias subliminales: que acabaran contrayendo matrimonio cubriendo el déficit de colectivo femenino y “catolizando” un país mayoritariamente protestante.
Estas campañas habían quedado olvidadas con el paso del tiempo hasta que investigaciones recientes las han recuperado como objeto de investigación e incluso como tema para la inspiración de ficciones narrativas tal cual hace Celia Santos en “El país del atardecer dorado” (B Penguin) una novela sobre la peripecia que pudo haber vivido una de tales emigrantes. En su caso, Elisa, que huye de una relación sentimental dificultada por enfrentamientos familiares cuyo origen se retrotraía a los tiempos de la guerra civil. Aprovecha la convocatoria de plazas para emigrar a Australia para desplazarse al lejano país oceánico en busca de José Ramón, su pareja y padre del hijo de ambos, pero el destino quiere que vaya a parar a prestar sus servicios en casa de un extraño matrimonio uno de cuyos componentes esconde inconfesables secretos. De forma accidental descubre lo ocurrido con su novio cuando trató de enfrentarse a las lesivas condiciones de trabajo que se imponían a los trabajadores de la caña de azúcar y a partir de ahí se propone vengar su triste destino, lo que le sumerge en una enmarañada situación que pone en peligro su vida. La amistad surgida con varios coetáneos y, muy en particular, con algunos nativos del país, hace posible que el desenlace sea feliz incluso desde el punto de vista sentimental.
Santos ha pergeñado una trama que resulta interesante y que aprovecha para contextualizar las dificultades que hubieron de soportar muchos emigrantes europeos -no solo españoles, también irlandeses, italianos y de otras nacionalidades, eso sí, todos ellos blancos- en la Australia de aquellos años y pone en tela de juicio el trabajo realizado por algunos religiosos que pudieron esconder tras su función una complicidad más o menos expresa con dichas situaciones (lo que la autora personaliza en el siniestro padre Venancio) A todo ello añade una evidente crítica de los enfrentamientos cainitas habidos a consecuencia de la guerra civil española que simboliza en torno al distinto camino que el destino reservó a dos amigos de infancia -los padres de Elisa y de su novio José Ramón- que acabaron enfrentados a muerte.
Como anécdota añadiremos un lapsus de Santos cuando se refiere a la correspondencia que habría recibido Elisa tras la salida de España de su novio y dice la autora: “Había recibido dos cartas, la primera desde el barco”. Se la debió remitir por paloma mensajera…
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