Stalin desaconsejó a Negrín que bombardease ciudades italianas como represalia
Ángel Bahamonde y Javier Cervera estudian en “Así terminó la guerra de España” el último año de la campaña y elogian la premonición del presidente republicano sobre las consecuencia que habría podido tener en el desenlace de la guerra civil española una coincidencia de esta con la segunda guerra mundial
Bien podría decirse que “Así terminó la guerra de España” es un libro más sobre la última contienda fratricida entre españoles si no fuese preciso reconocer que Ángel Bahamonde y Javier Cervera, ambos catedráticos de Universidad, han utilizado en su ensayo, que publica Marcial Pons, una copiosísima documentación que le permite formular sugerencias novedosas y extraer consecuencias dignas de atención.
Los autores subrayan un hecho conocido pero que les merece mayor atención y es la política seguida por el último presidente del Consejo de Ministros de la República Juan Negrín. A diferencia de su antecesor Largo Caballero, un honrado pero modesto obrero manual, recuerdan que Negrín accedió avalado por “las excelentes relaciones que poseía en el extranjero, sus virtudes políglotas, su prestigio intelectual y la positiva acogida que su nombramiento tuvo en la prensa francesa y británica”. Sin embargo su figura ha resultado “objeto de un debate enconado… demonizado ensalzado, ha sido considerado tanto un fiel servidor de la permanente conspiración comunista a sueldo de Moscú como el político más leal a la causa republicana por la fe en el triunfo final, o ha sido definido como un vidente que supo predecir la inexorabilidad de la segunda guerra mundial con lo que su política de resistencia a ultranza habría desembocado en la victoria de la República en caso de que la guerra española hubiese durado cinco meses más. La cuestión es que la gestión de Negrín ofrece un balance positivo”. Sobre todo, en el período comprendido entre mayo de 1937 y la crisis de abril de 1938 cuando la pérdida de Teruel y de Aragón le fue restando apoyos por la convicción de que el resultado de la guerra parecía ineluctablemente adverso para la República. A partir de ese momento, la España republicana quedó dividida en dos partidos: el de la resistencia a ultranza con Negrín y los comunistas y el de la paz, con Prieto, Azaña, Domingo y Besteiro; entre ambos, la postura oscilante entre los primeros y los segundos del mejor conocedor de la situación militar, el coronel Vicente Rojo.
Hubo un momento en que la cosas pudieron torcerse para los nacionales y fue en ocasión de la crisis de los sudetes, cuando Francia e Inglaterra pudieron pensar en un apoyo de Franco a Hitler y “el último resquicio de esperanza para la República tenía un nombre: Checoslovaquia”. Pero los autores subrayan las “habilidades” de los diplomáticos nacionales -Alba y Quiñones- que, siguiendo instrucciones de Jordana, se esforzaron en convencerles de que “Franco garantizó a Chamberlain neutralidad". Y es que “a los aliados les interesaba más que una España republicana aliada, una España franquista neutral”.
Bahamonde y Cervera se refieren a la influencia comunista y soviética en la zona republicana y destacan que la ayuda prestada por la URSS creó una buena imagen de este país en dicha zona aunque “la decisión de Stalin de ayudar militarmente a la República respondía a que se fiaba de la promesa de las autoridades de movilizar el oro como pago”, si bien a partir de 1937 la prioridad del sátrapa georgiano sería China, por lo que hubo que esperar a finales de 1938 para que reanudase la ayuda rusa cuando ya era demasiado tarde. En todo caso, parece que Stalin pretendió tras la derrota de Teruel que los comunistas salieran del gobierno Negrín, a la vez que desaconsejaba a éste su pretensión bombardear ciudades italianas como represalia por la acción de la aviación de dicho país contra objetivos republicanos.
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