Claudia Gago estudia la actividad de los intelectuales antifascistas en la guerra civil española
“España anudada a la garganta” es un ensayo sobre la actividad que desplegó durante la contienda la Alianza de Intelectuales Antifascistas
La guerra civil española fue una contienda que no solo se dirimió en los campos de batalla, sino también en el ámbito de la cultura de tal modo que si los políticos, los militares y las gentes del común tuvieron que situarse en uno u otro lado de las trincheras, lo mismo ocurrió con los llamados intelectuales. O acaso con más razón entre estos, puesto que en un enfrentamiento como el habido en nuestro país justamente fueron los valores éticos y morales los que adquirieron mayor protagonismo.
Claudia Gago Martín estudia en “España anudada a la garganta. La Alianza de Intelectuales Antifascistas en la Guerra Civil española” (Tecnos) el papel desarrollado por la intelectualidad de izquierdas que centrifugó en torno a sí esta entidad surgida en Madrid en la segunda mitad de 1936. Surgió de alguna forma como heredare del congreso en defensa de la cultura celebrado en París el año anterior y a raíz de un manifiesto inicial que apareció en La Voz el 30 de julio de 1936, es decir, dos semanas después de iniciado el conflicto, con 61 firmas y que se refrendó el 9 de diciembre con un segundo manifiesto aparecido en El Mono azul, que sería el órgano de expresión de la citada Alianza.
La entidad reunió en su seno a escritores y periodistas (“la categoría más poblada en la Alianza”), profesores, altos funcionarios, políticos y técnicos, pero también a músicos, cineastas y artistas plásticos y constituyó un espacio intergeneracional en el que coincidieron algunos personajes pertenecientes a la generaciones del 98 y del 14, pero sobre todo a las del 27 e incluso a la que se podría enmarcar como del 36. Por lo que “el planteamiento de partida es que la Alianza se presenta como una organización especialmente interesante porque habla de un momento de transición y de relevo generacional en el ámbito intelectual y político y en que, por lo tanto, observaremos cómo se involucran más en el proyecto quienes coinciden con el signo histórico propio de su generación”.
Gago hace una minuciosa descripción de los principales personajes vinculados a la Alianza con detalle de su peripecia personal y de su actividad dentro de la entidad. Destaca la presencia femenina (en el manifiesto inicial aparecía la firma de seis mujeres) aunque su actitud no tuvo un carácter específicamente feminista sino mayormente antifascista. En todo caso, la actitud general respondió una voluntad de defensa de los valores encarnados por el Frente Popular y por una concepción antirrevolucionaria de la guerra, lo que quedó perfectamente expresado en la organización del Congreso Internacional en Defensa de la Cultura celebrado en Valencia y Madrid en 1937.
Eso sí, un detalle importante que la autora no duda en subrayar: “es indudable, no solo a través del estudio de las trayectorias militantes de los autores, sino desde el análisis del discurso de estos, la conexión del antifascismo de la Alianza con el comunismo soviético, en concreto con la órbita estalinista”. Y para prueba, un botón: a André Gide, participante en el congreso de París, se le impidió, tras sus críticas al estalinismo, acudir al de 1937.
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