“Tarantela sevillana”: las folklóricas españolas que triunfaron en Italia
El cine folklórico español del franquismo fue más allá de nuestras fronteras y favoreció el rodaje de coproducciones con Italia y la participación en Venecia de figuras como Carmen Sevilla, Sara Montiel y Lola Flores
Aunque el cine folklórico no fue un invento del franquismo, sí es cierto que adquirió un extraordinario desarrollo durante el Nuevo Estado y ello permitió que sobresalieran numerosas figuras que protagonizaron películas y actuaciones de todo tipo gracias a las cuales se convirtieron en personajes familiares cuya fama atravesó incluso holgadamente la frontera de la transición. Pero el caso es que ese cine no quedó recluido en el interior de la piel de toro, sino que se exportó exitosamente a otros muchos países de Hispanoamérica e incluso tuvo mercado en Europa, como fue el caso de Italia, país con el que se llevaron a cabo numerosas coproducciones. Así lo acredita Lidia García García en su ensayo “Tarantela sevillana” (Ediciones B) en el que centra esa imbricación cinematográfica hispano-italiana en torno a las figuras de Carmen Sevilla, Sara Montiel y Lola Flores que protagonizaron filmes y pasearon su palmito por Venecia.
Sevilla, de la que recuerda que fue la mujer capaz de hacer reir a Franco a carcajadas cuando le contó los problemas que había tenido en el rodaje de la coproducción “Los amantes del desierto”, visitó varias veces Italia y participó en producciones comunes como “Pan, amor y Andalucía” con Vittorio de Sica, que califica producto del “neorrealismo rosa”. Película en la que también tuvo problemas porque, tal cual explicó la interesada, De Sica “quería que se me vieran los pechos como a Lollobrigida y a Sophia Loren, con una especie de sostenes y corsés, y lo dije que no porque a Ricardo (su novio chileno de entonces, con quien estuvo a punto casarse) no le gustaba que yo trabajara. Por cierto, que de una de sus canciones en ese filme ha extraído García el título del libro.
De Sara Montiel se dijo en Italia que había nacido en Granada hija de madre francesa y padre marroquí y también que era mejicana, pese a que siempre se sintió orgullosa de su procedencia manchega. Pues bien, la famosa “La violetera” (allí “La bella fioraia di Madrid”) fue fruto de una coproducción, así como sus siguientes filmes “Pecado de amor”, “La bella Lola”, “Noches de Casablanca”, “La dama de Beirut” o “La mujer perdida”. Pero su ligazón con Italia tuvo además un intenso carácter sentimental puesto que se casó en Roma con su efímero segundo marido Chente Ramírez Olalla y el italiano Giancarlo Viola fue uno de sus amores más duraderos.
¿Qué decir de Lola Flores? Para la autora esa “estrella gitana, reina del flamenco, dueña de un carácter excepcionalmente fuerte… (cuya gitanidad) había sido un aspecto, hasta cierto punto, diferenciador en la construcción de su estrellato…, del mismo modo que lo fueron su particular vinculación a lo flamenco y cierto temperamento dado al arrebato y a la genialidad”. Lola García apunta que siempre quiso ser la Magnani española pero, lejos de convertirse en la actriz de carácter que anhelaba ser, la industria española la encasilló en papeles folklóricos con los que cantaba, bailaba y embelesaba al público, pero difícilmente podía desplegar su potencial dramático”. Estuvo, como sus otras compañeras, en diversas ocasiones en el festival de Venecia aunque “la Lola veneciana parece condenada a no ser nunca Lola Flores, sino una perpetua embajadora de cierta imagen de los español”.
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