Macías o el fracaso de la descolonización de Guinea española (“El monstruo español”)
El periodista Antonio Caño biografía al primer presidente de la Guinea Ecuatorial independiente que resultó ser un desequilibrado asesino capaz de destruir su país
Pocos historiadores discreparán sobre la pésima valoración que merecen los sucesivos procesos de descolonización emprendidos por España en sus territorios de África. Justamente este año se recuerda el alevoso abandono del Sáhara Occidental en manos de sus ambiciosos vecinos cometido hace medio siglo. Pero unos años antes, en 1968 se produjo la independencia de Guinea española con la entronización como primer presidente, el fang Francisco Macías Nguema. Lo ha biografiado Antonio Caño en “El monstruo español. Francisco Macías y el fin de la aventura colonial en Guinea” (Esfera de los Libros)
Según dicho autor, Macías fue “un hombre más bien oscuro, sigiloso y callado, (al que) se le debe reconocer cierta astucia para sobreponerse a su mediocridad y alcanzar una posición para la que nadie contaba con él. Una astucia reforzada por una absoluta carencia de principios; cuando tocó ser franquista, lo fue sin reservas, cuando la vida le exigió ser revolucionario y comunista cumplió con ello en todas las formas posibles: prosoviético y prochino según soplara el viento. Nunca tuvo más móvil que él mismo, su enriquecimiento, su supervivencia y su gloria. Y en última instancia, su vida”.
Antiguo funcionario colonial, “nunca fue un personaje relevante en el período que transcurrió entre el surgimiento del nacionalismo guineano y la posterior independencia” pero fue capaz de colarse en la conferencia constitucional convocada por el Gobierno español y se convirtió en un títere en las manos del notario antifranquista Antonio García Trevijano obsesionado en hacer descarrilar el proceso. Con tan buen resultado que le hizo sobreponerse electoralmente a los otros dos candidatos que se presentaron a las primeras elecciones presidenciales y que contaban con los apoyos de Madrid (Ondó de Presidencia y Ndongo de Asuntos Exteriores) Todo ello para, una vez en el poder, destruir progresivamente de todos sus oponentes y establecer un régimen de terror absoluto al punto de que mató a cerca de 300 políticos del país, entre ellos 22 de sus propios ministros, y persiguió a todos cuantos tuvieran estudios de cualquier tipo en un proceso de embrutecimiento sobre el que Caño recuerda la responsabilidad que tuvo García Trevijano, “cómplice de Macías” por haberle ayudado en el desmontaje del sistema jurídico y económico del país. “Es difícil explicar -dice- cómo un hombre del talento y astucia de Trevijano cometió semejante error de cálculo en el juicio de un personaje tan infame”. Y del mismo modo critica la indiferencia de la izquierda española, con la honrosa excepción de Felipe González, ante los crímenes del tirano.
Caño recuerda que Macías había recibido tratamientos siquiátricos en Madrid y Nueva York (“manifestó en numerosas ocasiones una conducta desequilibrada”) y sugiere también que fue “probable que recibiera instrucciones en prácticas de brujería y que fuera consciente de la importancia que la supersticiones, el ocultismo y los temores ancestrales tenían” en la sociedad guineana. Sufrió la humillación del publico adulterio cometido por su primera mujer, Ada, con un joven español, hijo de cierto acaudalado comerciante con cuya familia no pudo vengarse por la expresa desautorización de la autoridad colonial. Y paralelamente fue vicario de la influencia de Mónica, la segunda esposa, supuesta hija de español, “pilar esencial de la autoestima de un hombre que siempre había sido un acomplejado”.
Caño, muy crítico con el franquismo y con la política colonial española, afirma sin embargo que “con todos los reproches pertinentes, creo que es justo decir que en los años de la colonia española (Guinea) gozaba de una calidad de vida algo superior a la de los países de alrededor y disponía de una de las rentas per cápita más altas de África”, así como también reconoce la limpieza del proceso descolonizador y de las primeras elecciones presidenciales. “Se puede acusar a España de su impericia en la conducción del proceso, pero no de haberle negado al pueblo de Guinea su derecho a decidir el futuro”.
Caño asistió como periodista al juicio al que los militares que le depusieron le sometieron en el cine Marfil de Malabo, que describe en sus detalles y que finalizó con su ejecución y la de algunos de sus colaboradores más directos. Pero sentencia que a la postre su sobrino y sucesor Obiang,protagonista del golpe contra su tío y el más duradero dictador de todo el continente, “de alguna forma ha reivindicado a Macías y, aunque no se vean retratos suyos en las escuelas y edificios públicos de Guinea, es el sucesor del otro, la segunda generación de una dinastía que probablemente se extenderá todavía por muchos años y nuevas generaciones de descendientes”.
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