“No digas a nadie en qué trabajas”: la dificultad de ser funcionario de prisiones

Una profesión poco o nada conocida, socialmente menospreciada y políticamente maltratada en Cataluña por los gobiernos convergentes y de ERC, que lucha por su reconocimiento como agente de la autoridad y que Albert Duchamp describe en un relato que es una radiografía de la vida en las cárceles y de la relación que se establece entre los funcionarios y los internos

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“No digas a nadie en qué trabajas. Tampoco intentes explicarlo. Ni te entenderán, ni querrán entenderte” le dice un veterano funcionario de prisiones a un bisoño joven incorporado a esta profesión, frase que da título al libro escrito por el funcionario de prisiones Albert Duchamp “No digas a nadie en qué trabajas” (Carena) Texto muy oportuno en momentos como los actuales en que, a raíz de la muerte de la empleada de una prisión catalana a manos de un recluso, está pendiente en el Congreso la modificación legal que otorgaría dichos funcionarios la condición de “agentes de la autoridad”. El autor se lamenta no solo del desvalimiento con el que dichos trabajadores deben ejercer sus funciones, sino también de que, frente a oficios conexos, como los de carácter policial, el suyo es muy desconocido, y cuando se ha hablado o escrito de él habitualmente se ha utilizado un tono peyorativo o deformado; sobre todo, en el cine. 

Duchamp trata de reparar esa ignorancia a través de la vida de un profesional penitenciario que accede después de una etapa juvenil en que estuvo ligado al movimiento ácrata lo que, de alguna manera, le convierte en traidor a los ojos de sus antiguos camaradas. Inicia su actividad en el momento en que dicha competencia estatal fue trasferida a la Generalidad de Cataluña, lo que, si bien da pie a la creación de un “modelo penitenciario” propio, les somete también a los vaivenes políticos de los sucesivos gobiernos autónomos en los que parece que siempre asumen el mando de este sector los peores. En este sentido, no elude severas censuras sobre algunos en concreto, tales el convergente Ignasi García Clavel, alias “Ignazi”, al que define como “autoritario”, “pujolista de manual” y “uno de los mandatarios que con mayor desprecio recuerdan los trabajadores”; pero también a los sucesivos responsables de ERC, partido que “no dejó de mostrar su hostilidad hacia el cuerpo de funcionarios de prisiones” y de la que dice que “cuando hablan de presos son de izquierdas, cuando hablan de gestión son de derechas y cuando hablan de nosotros son feudalistas”. Esta crítica se suma a la conducta de los presos del “procés”, que mientras estuvieron ingresados disfrutaron de una estancia privilegiada. “Cuando los indultaron, estábamos casi tan contentos nosotros de perderles de vista, como ellos de largarse”. A ello se suma un incomprensiblemente conflictiva relación con la policía autonómica: “la interacción de los funcionarios de prisiones como los Mozos de Escuadra siempre ha estado presidida por la frialdad”, cuando no por el enfrentamiento cuando estos tuvieron que reprimir la huelga hicieron aquellos.  

El autor la describe como una profesión muy delicada en la que “los reclusos tienen un rol y los funcionarios, otro… Los presos no son tus amigos, pero tampoco tus enemigos… El funcionario siempre es más respetado por ser recto y justo que por su condición de servir. Ir más allá de asegurar su salud, educación, alimentación y seguridad es entrar en un camino de no retorno. De modo que un nunca debería causar más pesar del necesario decir que «no». No solo estará mal visto entre los compañeros, sino que resulta poco profesional acceder a todas las peticiones que hacen los internos en un sistema tan garantista como el español”. También describe las relaciones que se establecen entre ellos y los funcionarios -incluida alguna de carácter sentimental-, los oficios que ejercen los reclusos en el interior de las prisiones, los principales problemas (motines y suicidios), así como la estancia de algunos “presos ilustres”, descontados los del procés” (de Dalí un lejano 1924 a los más cercanos Coto Matamoros, el juez Pascual Estivill o Josep Lluis Núñez)

Ser funcionario de prisiones es asumir un riesgo constante porque la relación con los internos no siempre es fácil, ni está exenta de violencia, de la que la sociedad y las oenegés tienden a culpar siempre a los primeros y no a los segundos. Se caracteriza además por su carácter endogámico (en la ficción narrativa, el protagonista, casado con una funcionaria y, segundo de su saga en el oficio, finaliza su relato con la noticia de que el vástago de ambos, también quiere ingresar en el cuerpo y ello a pesar de su condición de gay en una ambiente fuertemente homófobo. 

Hay en sus páginas un retrato muy interesante del universo carcelario, en el que reconoce virtudes: “Dentro de la transgresión que muestras los reclusos ante las normas de urbanidad que se imponen entre la sociedad, también existen códigos y conductas que la corrección política ha dejado de lado como el desprecio a los abusadores sexuales, el compromiso incondicional con los débiles, la generosidad y poco valor por el dinero, el respeto a la propiedad de los semejantes. Pero si hay una virtud que caracteriza a muchos internos éste es la ausencia de rencor”. 

Y concluye afirmando que “lo más parecido a un recluso es un funcionario de prisiones y, cuando se acerca la muerte, las jerarquías y las hostilidades entre ambos se difuminan hasta desaparecer”.
 

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