Lingüista de formación (por la Sorbona) y de profesión (UAB), y amante de la escritura, regida por tres principios: 1. Seleccionar siempre las palabras adecuadas; 2. Sacarles punta antes de usarlas; y 3. Aderezarlas con una pizca de cicuta para hacerlas más eficaces.
Remedando la paremia tradicional, adaptada para la ocasión, podríamos afirmar: “dime si lees, lo que lees y cómo lees, y te diré quién eres”. En otro orden de cosas, si “somos lo que comemos”, el nutricionista Fco. Grande Covián “dixit”, también podríamos afirmar que somos lo que leemos. Estos neo-adagios ilustran muy bien el poder de esa actividad, tan olvidada y denostada hoy, que es la lectura. En efecto, el éxito o el fracaso escolar, social y profesional de los niños, adolescentes, jóvenes y adultos se fundamenta en la adquisición o no de esta capacidad instrumental. Ésta es, al mismo tiempo, el punto de apoyo y la palanca para formarse, armarse y, así, poder andar alerta por este mundo y con los ojos bien abiertos. San Agustín, a propósito del amor, escribió: “Tú, ama y, luego, haz lo que quieras”. Imitando esta cita, también podríamos escribir a pies juntillas: “Tú, lee y, luego, haz lo que quieras”, porque serás capaz de todo ya que, como rezaba la sintonía de dos programas de TV de Sánchez Dragó, “todo está en los libros”.
Por otro lado, hay terapeutas que consideran que la lectura tiene también un poder taumatúrgico y, por eso, utilizan la “biblioterapia”. Ahora bien, como ha escrito Maruja Torres en su autobiografía “Diez veces siete” (Planeta), este tipo de terapia no debe confundirse con el consumo de “libros de autoayuda”. Es otra cosa bien distinta, que esta periodista autodidacta explica con esta frase lapidaria: “algunos leen libros de autoayuda; otros leemos libros para autoayudarnos”.
En otro lugar y en otro momento, ya hemos analizado “lo que se lee” y “el cómo se lee”. Por eso, hoy vamos a centrarnos en el trueque de esos grandes amigos que son los libros. Sólo así, como escribió muy acertadamente A. Pérez-Reverte, los ciudadanos actuaremos con menos ideología (i.e. menos irracionalmente) y con mucha, mucha, mucha… más biblioteca (i.e. apelando a la razón).
Fracaso de la escuela en la enseñanza de la competencia lectora
Es una verdad de Perogrullo afirmar que la enseñanza reglada española (primaria, ESO, bachillerado y universidad) consigue infectar a cada vez menos alumnos con el virus de la lectura. De ahí que haya, entre ellos, una gran desafección por esta actividad. Según los informes PISA y otras evaluaciones nacionales y europeas, en el sistema educativo español, se dan niveles de lectura inquietantes, tanto desde el punto de vista cuantitativo (cada vez se lee menos) como cualitativo (cada vez se lee peor). ¿Cómo explicar esta lamentable y decepcionante realidad fáctica?
Por un lado, debemos constatar que el libro no forma parte del ecosistema vital ni vivencial de los españoles (niños, adolescentes, jóvenes y adultos). El libro —esa forma de viajar de aquellos que no tenían ni tienen acceso al coche, al avión, al tren o al barco— ni está ni se le espera. Y, según Pedro Salinas, sólo “la letra con la letra entra”. Por otro lado, habría que poner en tela de juicio lo que se enseña y lo que se aprende en las escuelas, donde no se enseña ni se aprende a leer y a escribir. Además, habría que preguntarse qué formación tienen los maestros y profesores para que no consigan asegurar el aprendizaje real y funcional de las competencias de la lectoescritura, fundamento del éxito escolar, social y profesional. En último lugar y sin ánimo de ser exhaustivo, debemos precisar que la lectura es una actividad compleja y difícil, cuyo objetivo es producir un sentido, un contenido semántico. Ahora bien, si alguien se pone a leer un texto y no produce sentido (no comprende nada), la conclusión lógica es que considere que la actividad lectora es un “sinsentido”, nunca mejor dicho, que abandone el texto que está leyendo y que se olvide para siempre de la lectura, esa actividad tan enriquecedora y liberadora.
Antídotos contra la desafección de la lectura
Ante los resultados decepcionantes obtenidos hasta ahora en lectoescritura, habría que actuar urgentemente para acabar con esta situación y con la desafección por la lectura. Los sucesivos “planes de fomento de la lectura” del Ministerio de Educación no han sido, a todas luces, eficaces. Por eso, se deberían introducir cambios en la praxis tradicional y escolar, y explorar nuevas y creativas soluciones.
Para empezar, habría que reciclar a los profesores para que enseñen realmente las competencias de la lectoescritura, competencias instrumentales básicas, sin las cuales no se puede salir de casa. Y, una vez infectados los niños, los adolescentes, los jóvenes y los adultos con el virus de la lectura, habría que idear y buscar otros medios y contextos, además de las tradicionales bibliotecas públicas, para poner el libro, en todo tiempo y lugar, al alcance de cualquiera que tenga sed de saber o de ocupar su tiempo en algo alejado de las castradoras, esterilizadoras y omnipresentes pantallas que, como hubiera dicho Quevedo, están hoy pegadas a todo bípedo irracional, mientras no demuestre lo contrario.
En consecuencia, para encontrar a los amigos-libros hasta en la sopa, para incitar a leerlos y para provocar una pandemia de adicción a la lectura, se podría dar una nueva vida, por dar sólo algunos ejemplos, a las abandonadas cabinas telefónicas, a los quioscos, a los templetes o a cualquier mobiliario público en desuso. Estos espacios públicos recuperados podrían dar cobijo a minibibliotecas, siempre abiertas y de acceso libre, nutridas de “libros libres y viajeros”, gestionadas por los propios usuarios —que cogen libros, los leen y los devuelven— y alimentadas con las aportaciones de los propios usuarios.
Esta iniciativa no es algo original. En Camprodón (Gerona), una cabina telefónica (cf. foto, “ci-dessus”) ha sido transformada en una pequeña biblioteca abierta. Este verano, en el cabo Busto (Asturias) y en plena naturaleza, encontré un pequeño “relicario” de madera acristalado (cf. foto, “ci-dessus”), con una treintena de reliquias, es decir de “libros viajeros”. Además, el “Bar Gonçalves” de Almagarinos (Bierzo Alto, León) es un “bar-biblioteca”, que permite saciar la sed del cuerpo y del alma de los parroquianos. Por otra parte, en la provincia de León, paradigma de la España vaciada y vacía, está en funcionamiento una red de seis “bibliobuses”, que recorren los pueblos de la provincia, cargados también de “libros viajeros”.
Todas estas iniciativas pueden ayudar a “destetar” a los ciudadanos de las redes sociales y de las pantallas, que representan una competencia feroz a la lectura; y, por el otro, a alfabetizarlos, a civilizarlos, a humanizarlos mediante el contagio del virus de la lectura. Por todo ello, creo que estas iniciativas no deberían ser echadas en saco roto y, más bien, habría que generalizarlas en todos los pueblos y ciudades de España. Con propuestas así, contribuiríamos a inyectar en los ciudadanos el virus de la lectura que, en vez de ser maligno, es el antídoto más eficaz y letal contra la ignorancia, la ceguera, el buenismo y la manipulación.
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