La marca de Cs
Estimularon a la ciudadanía a tener respeto por su realidad y atreverse a decir lo indecible
Como la mayoría de la gente, nunca he militado en un partido político, pero tengo claro la necesidad de una “intervención vigorosa y consciente en la política nacional” (como reclamaba Ortega en la Liga de Educación Política Española). Esta intervención, que puede desarrollarse en diversos niveles, la veo como un deber para mejorar la convivencia y la democracia, haciéndola más real y menos ficticia, más participativa y menos elitista.
La actividad política está muy desprestigiada gracias a los políticos en activo. Aferrados al poder (algunos de forma incoherente con la ideología que dicen profesar), son mayoritariamente tipos charlatanes y marrulleros con quienes yo no iría a ningún lado, tal es la falta de respeto que constato que tienen a la ciudadanía concreta. Por otro lado, sus planteamientos sociales carecen de rigor, seriedad y prudencia, que son las cualidades que de veras permiten el mejor funcionamiento de la cosa pública. Además, me parece abominable su afición pueril y maniquea en fijar prejuicios y dictaminar sobre cualquier asunto según lo formulen los ‘buenos’ o los ‘malos’.
Cuando Ciutadans nació, hace 18 años, sus promotores manifestaron el afán de “devolver la política al espacio público y desligar su gestión de las ataduras sentimentales”; es decir, efectuarla en el terreno de la sensatez y la competencia, no cediendo a milongas que encierran trampa en la emoción. Sabedores de que a quienes les desobedezcan les aguarda la deformación de sus mensajes, estimularon a la ciudadanía a tener respeto por su realidad y atreverse a decir lo indecible, esto es: lo que veían, aquello que la casta de mandarines que controla el poder político y mediático no quiere que se oiga, que se diga, que se lea, que se escriba.
Esta plataforma civil tuvo en Cataluña su origen y su primera razón de ser, y al poco se convirtió en partido de la ciudadanía. Se abrió a un espacio político nuevo que reafirmaba el carácter de ciudadanos, y no el de héroes ni villanos, con una apuesta firme por el debate racional desde el espíritu crítico. En su haber está el enseñar con el ejemplo a no callarse y no someterse a la ideología hegemónica, en nuestro caso el nacionalismo. Y lo hicieron propugnando actualizar y recuperar “los principios y valores que nos ha legado la mejor tradición política europea, la del liberalismo progresista y del socialismo democrático”. Se vincularon a mucha gente con decisión, calidez y cercanía.
La casta de mandarines de nuestra tierra se alteró ante esta insólita aparición en la arena pública de unos ‘forasteros’ del sistema político que no se correspondían con el PP. Se les aplicó la medicina del silencio, como si carecieran de existencia e interés. La siguiente fase, una vez que irrumpieron con alguna fuerza, fue la difamación continua y sistemática; una estrategia denigrante y sin vuelta atrás expandiendo un odio tóxico, irracional y enfermizo. Acusados, por tierra, mar y aire, de haber nacido para atentar contra la convivencia en Cataluña, una señal inequívoca de que era al revés. Merece recordarse algo que anotó El Roto: ‘Se ruega no dar de comer mentiras a las masas’.
Aquel partido, apoyado por su expansión en el resto de España, logró lo inimaginable: ganar en escaños y en votos las elecciones catalanas, con más de un millón cien mil votos. No bastó para gobernar, pero ahí quedó eso. No entraré en los errores cometidos por la dirección del partido, lo analicé hace algún tiempo cuando pretendía que se corrigieran. Tras apuntarse a una mercadotecnia hinchada con frases huecas y tono pueril, Rivera se jugó en una apuesta personal y suicida (a todo o nada) todo un patrimonio que no era suyo y, al perder, se dio a la fuga en un océano de desmoralización e imparable confusión y descrédito. La política siempre es vieja, otra cosa son los políticos.
Las artimañas empleadas para acabar con Cs han sido múltiples e intensísimas; no sólo desde fuera, también dentro del partido. Un partido que ha resultado genial, porque nada es ni será igual en la política catalana después de su presencia. Ortega explicaba que la genialidad es un valor experimental y creo que durante mucho tiempo se va a poder seguir sacando piedra de la cantera de Cs.
El espacio político reside en las huellas dejadas, pero hoy por hoy no se ve espacio electoral para este proyecto. Diré que no sólo guardo simpatía y gratitud por Ciutadans y su paladín Jordi Cañas, sino adhesión y esperanza en el fondo de su valía. El ejemplo del coraje y desparpajo comunicado a los catalanes para que fueran espontáneos y se mostraran como son, sin avergonzarse, para que reivindiquen el bilingüismo y no hagan caso a quienes les reclaman sumisión y les exigen lo que deben hacer, pensar o callar. Han facilitado la emancipación del buenismo reaccionario de los señores de la tierra, siempre arrogantes y supremacistas.
Escribe tu comentario