Conversar es más que hablar
Conviene notar que se estima que en los últimos años ha bajado con estrépito la media de las personas con las que se podía tratar asuntos importantes en un plano de confianza.En el juego de imitación que es la vida, es básico aprender a relacionarse y saber en quién confiar.
No es agradable reconocerlo, pues es penoso que sea así. Se va haciendo raro hablar delante de personas reales y escuchar a alguien vivo; no digamos si es por teléfono, donde además de incómodo, resulta irritante e insoportable ‘hablar’ con quien no entiende y te exige repetir lo que le digas hasta oír alguna de las palabras que tiene programadas. Estos momentos robóticos suponen el descuido de lo que consiste el tratar con personas: el maltrato de castigar la espontaneidad y hacer perder el tiempo y la paciencia.
Quince años atrás, antes de la expansión de estas atenciones telefónicas automáticas y exasperantes, algunos psicólogos ya advertían una creciente aversión entre los jóvenes estadounidenses a hablar por teléfono. La tecnología como aliada para evitar el contacto humano. No poca gente prefiere escribir mensajes (por correo electrónico o por whatsapp) antes que hablar cara a cara. No se encuentra tiempo para ello (¿se quiere tener, se sabe mantener una conversación?). Y qué decir de quienes rompen con su pareja mediante mensajes de móvil (¿cobardía, inseguridad o nerviosismo insalvable? En cualquier caso, una grave desconsideración).
Importa hacernos con adecuadas pautas de comunicación, ofrecer y obtener tiempo, tranquilidad, aplomo y serenidad al relacionarse. Muchos hablan y no conversan (lo cual implica voluntad de comunicarse con un grado de amistad). La socióloga y psicóloga clínica Sherry Turkle ha tratado en su libro En defensa de la conversación (Ático de los libros) el valor que encierra conversar en la era digital que se abre paso: “Cuando estamos plenamente presentes ante otros aprendemos a escuchar”. Y a mirar y tener, por tanto, relaciones más conscientes. Conversar con los demás mejora nuestra atención y perspicacia, nos proporciona habilidades que, si no se cultivan, se echan a perder. Aprendemos a ver cómo piensa otra persona y nos aproximamos al efecto que unas palabras llegan a tener sobre otros seres humanos.
Una conversación abierta siempre es valiosa, permite expresarse sin tapujos y tener la satisfacción de ser escuchados de verdad y atendidos de forma personal; genera vínculos y amistades, desarrolla una conexión humana más sólida y sensible. Conviene notar que se estima que en los últimos años ha bajado con estrépito la media de las personas con las que se podía tratar asuntos importantes en un plano de confianza.
En el juego de imitación que es la vida, es básico aprender a relacionarse y saber en quién confiar. ¿Cuál es el influjo emocional que un niño recibe por el rostro de sus mayores? Más allá de la desigual posición social, se detecta una brecha entre los niños en cuanto a la capacidad de empatía, según que sus padres les miren a los ojos con cariño e ilusión o no les miren ni atiendan de forma personal. Insiste Sherry Turkle en que los niños que menos oyen hablar a los adultos, hablan y comprenden peor. Aunque parezca paradójico, también conviene enseñar a los chicos a estar ratos solos, consigo mismos, que puedan leer y concentrarse, centrarse en la observación de detalles y en hallar aspectos ocultos de las cosas cotidianas. Recuperar la conversación espontánea permite recuperar capacidad para la perspicaz soledad de la intimidad, el motor de personalidad que es ajeno a lo notorio y público.
Es cierto que, lo deseemos o no, estamos acostumbrados a una vida de constantes interrupciones. Asimismo, muchas criaturas duermen con el móvil al lado (¿compiten o desisten por la atención paterna?). Los seres inanimados que son las máquinas pueden resultar confidentes vicarios que satisfagan la necesidad de sentir compañía y comunión con algo. Estar siempre conectados con ellas puede ser señal de una existencia aislada, ciertamente, y evidencia de una vulnerabilidad que nos rebasa. Pero también pueden ayudarnos a mantener un poco de cordura.
¡Cuántos padres están más pendientes de sus móviles que de comunicarse con sus hijos! ¡Cuántos profesores están más interesados en leer sus ‘power point’ en clase, en vez de leer las caras de sus alumnos y estimular su reflexión y pensamiento, su modo de argumentar y resolver dudas! ¿Nos ha de sorprender que tantos muchachos eviten hablar de lo que sea con quienes no coincidan con ellos de pe a pa?
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