El carlismo: corazón y hueso

Los términos carlismo y carlista surgieron entre 1823 y 1833, tras acabar el trienio liberal y producirse la segunda restauración absolutista de Fernando VII

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9774 Borbon y Borbon, Carlos Maria Isidro de. Conde de Molina
Carlos María Isidro de Borbón y Borbón. Foto: Real Academia de la Historia

 

Cuando yo era niño no conocía la palabra carlista, pero sí la de requeté. Reconocía a los tradicionalistas por su bandera blanca con la roja cruz de Borgoña, la veía siempre junto a la rojigualda con su águila y la rojinegra con el arco y las flechas; las tres banderas del franquismo. Años después supe que el nombre de requeté, probablemente una onomatopeya, correspondía a milicias llamadas ‘tercios’. Las voces carlismo y carlista surgieron entre 1823 y 1833, tras acabar el trienio liberal y producirse la segunda restauración absolutista de Fernando VII. Cuando éste murió, en 1833, su hermano el infante Carlos María Isidro reclamó ser rey con el nombre de Carlos V y rechazó que su sobrina Isabel alcanzara el trono de España.

El historiador Jordi Canal es un conocedor excepcional del carlismo y un buen divulgador del fenómeno carlista; una historia de quiebras y fragmentos. En su reciente libro Dios, Patria, Rey (Sílex) aborda la intervención de su ideario en las guerras civiles en España, durante un siglo. “Un ideario que contenía un notable grado de inconcreción”, lo que facilitó que en su interior coexistieran sectores sociales heterogéneos y opciones distintas, que se unieron frente a enemigos comunes sin importar llegar a la guerra civil (la peor de entre las posibles; en ella se sabe por qué se está matando y a quién se mata).

Puede decirse que durante el siglo XIX hubo una larga guerra civil carlista, con distintas fases. Al margen de diversos alzamientos, hubo guerra entre 1833 y 1840; la hubo entre 1846 y 1849, si bien concentrada en Cataluña y con la pretensión de hacer rey a Carlos VI, hijo Carlos María Isidro; finalmente, entre 1872 y 1876, con el pretendiente Carlos VII, nieto de Carlos María Isidro. En ninguno de los tres casos prosperó el empeño.

Siempre en pugna irreconciliable con el liberalismo, se configuraron dos Españas antagónicas. Los carlistas lucharon por unos principios de restauración social antes que por un trono o una dinastía. En medio de una rabia desesperada y cruel, se anuló la imprescindible voluntad de concordia entre españoles. Tampoco se aceptó al implantarse el sistema de la Restauración de Cánovas. El desastre de 1898, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, impondría otra realidad y otros tipos de relaciones entre España y los antiguos territorios de la Monarquía católica.

Cabe resaltar los notables y variados conocimientos literarios de Jordi Canal, quien además es un profundo conocedor de los geniales Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós; éste fue durante cuatro años diputado liberal a Cortes por Guayama (municipio portorriqueño) y retrató de forma ponderada a los carlistas de a pie.

Un capítulo de Dios, Patria, Rey merece ser destacado por su novedad y por tratarse de una aportación muy bien documentada, es El sueño de Loredan. En 1882, quien era llamado por los suyos Carlos VII (una ficción) recibió de su madre un palacio en Venecia, el Loredan. Desde él, el carlismo quiso prolongarse y se orientó hacia América. Daría nombre a una villa argentina para sólo carlistas, habría también otra con el nombre Villa Pío Décimo. En la América hispana editaron publicaciones con títulos como: La Regencia Española, El Tradicionalista o La Bandera Blanca. Atención especial merece el periódico bonaerense El Legitimista Español, del que se publicaron 174 números entre 1898 y 1912. Carlos VII llegó incluso a tener una calle argentina con su nombre que, en 1961, pasó a ser denominada calle 152.

En todos esos proyectos fue fundamental la figura del jurista barcelonés Francisco de Paula Oller, quien, también en la Argentina, fundó en 1915 la revista España, órgano de la Comunión Tradicionalista. Debió cerrarla en 1929 y lo hizo con estas palabras: “A Dios ponemos por testigo que hemos laborado por la Causa y Persona por espacio de más de medio siglo”. En 1939, gracias a la película Lo que el viento se llevó (basada en un libro de Margaret Mitchell, publicado en 1936) se hizo proverbial en labios de Scarlett O’Hara la frase: “A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre”.

El jefe del carlismo catalán, Luis María de Llarder, escribió delirantes vinculaciones del judaísmo con la masonería: “La masonería es brazo (…) ¿A qué cuerpo estará unido este brazo? Al judaísmo; del cual el satanismo es cabeza que lo impulsa o inspira”. O esta otra: “La España liberal ha favorecido siempre a la masonería, como hija suya que es, porque le ha ayudado en la grande obra de demolición del catolicismo en nuestra patria”.

Para este baño de realidad que Jordi Canal ha hecho en torno al carlismo, se ha querido acompañar de la música de Daniel Melingo en un concierto de 2015 en Buenos Aires. Corazón y hueso.

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