Ciudadanos heterogéneos y consistentes

Artículo de opinión del profesor universitario Miquel Escudero

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Inés Arrimadas y Albert Rivera, exlíderes de Cs. Foto: Europa Press

 

La adecuada comprensión de un texto exige disponer de su contexto, del condimento que lo acompaña, del conocimiento de la circunstancia en que fue escrito. Así, las páginas previas a ésta pierden sentido si se interpretan referidas a Ciudadanos y no a Ciutadans. ¿No son lo mismo? Sí y no. La necesaria reacción cultural que acabo de mencionar está referida específicamente a las circunstancias catalanas de prepotencia nacionalista. Asimismo, los ataques y acosos recibidos por Cs se centraron en nuestra comunidad y no en el conjunto de España, donde Ciudadanos (como tal) fue la tercera fuerza del Congreso de los Diputados. De este modo, sin que se capten estos matices difícilmente me podré hacer entender. Lo que aquí estoy planteando es una aproximación a un partido peculiar e improvisado que merece atención por la fuerte huella que ha dejado en Catalunya y que se quiere escatimar o negar, porque escuece. Asimismo, importa lo que pretendía ser más que lo que hubiera podido ser y se desbarató.

No son pocos quienes, desde posiciones políticas contrapuestas (enemigos acérrimos entre ellos, incluso), coinciden en calificar a Cs como un partido ‘creado’ para un objetivo, que fracasó por sus contradicciones y que desapareció; no necesitan argumentar y se niegan a hacerlo. Esta coincidencia da que pensar. No sólo hay conformidad con el retiro de esta formación (si bien, presente todavía en algunos ayuntamientos), sino honda satisfacción. ‘Por fin solos’, vienen a decir unos y otros. La vida, sin embargo, da vueltas y es necio mostrarse vanidoso. Yo no tiraría la toalla.

En los partidos dominantes se manifiesta una mentalidad patrimonial que cosifica a los votantes. Son complejos de poder depredador que pretenden zafarse de un rival que le pueda quitar votos, y como no se permiten ver más allá que un burro no lo imaginan como un posible aliado en un momento crucial y conveniente, sólo quieren devorar y para ello emplean todos los medios posibles.

Los votos, hay que decirlo, no son de los partidos, sino que van a los partidos y los ciudadanos soberanos pueden alterar su sentido de una elección a otra. Quienes mandan en el Gobierno y la oposición no evidencian ningún interés por la calidad democrática, sólo afán por alargar y ampliar su poder; por esto no debaten tampoco sobre las listas electorales cerradas y bloqueadas, ni les importa ampliar las posibilidades de afinar el sistema de representación, de acuerdo con la realidad. Este es el drama de nuestras democracias, que no importan. Así puede venir de verdad el lobo y pillarnos indefensos.

La hegemonía del nacionalismo en Catalunya, en cualquiera de sus tentáculos, tiene una deriva totalitaria porque nada les parece ajeno para entrometerse: la rotulación de una tienda, la lengua empleada en la vida privada, las opiniones y gustos sobre cualquier asunto, por mínimo que sea. Con nada se satisfacen, y lo exigen todo. Combatir y revertir estos abusos ha sido el primer objetivo de Cs. Como no podía ser de otro modo, este partido aglutinó a personas de distinta procedencia ideológica y de diferentes disposiciones; en su ideario fundacional se movían entre la socialdemocracia y el liberalismo igualitario, de forma inconcreta y heterogénea, lo que me parece original y pertinente también para un partido ligado a Renew Europe.

Se enfrentaron abiertamente, y con algunas torpezas (no se puede ser perfecto), contra la manipulación y la codificación egoísta de una sociedad. Tocaron a rebato para combatir la semántica impuesta, y asumida por no pocos como corderos que repiten con docilidad y fuera de la conciencia; por ejemplo, no Catalunya y España (como realidades diferenciadas), sino Catalunya y resto de España. Tampoco llueve en el Estado español, como no lo hace en la Generalitat de Catalunya; a no ser que haya goteras en algunos de sus edificios.

¿Es admirable una sociedad democrática que esté invadida por miedos internos? ¿Se puede decir entonces que está en forma? Como ha escrito Enrique Echeburúa, eminente psicólogo clínico donostiarra: “El temor a la pérdida de estima de los demás puede llevar a conductas claudicantes, como cambiar sin motivo de opinión, aceptar sin razón que se han equivocado”. Son unas líneas que dan cuenta no sólo de la importancia que concedemos a la aceptación social dentro de un grupo, sino de cómo someterse al temor a la desconsideración puede comportar la renuncia expresa a un yo coherente y consistente.

Una buena política social ha de tener conciencia de esta erosión a la integridad de la condición personal. ¿Pero a quién le importa? ¿Encontramos algún político independiente que vea como inaceptable este peaje a lo prejuicioso? Por el contrario, unos y otros apuntan hacia el fortalecimiento de una oceánica distorsión cognitiva, pésimos hábitos de pensar cuando no es cinismo.

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