El mañana es un combate

 Los filósofos sirven para ayudarnos a pensar esas encrucijadas, para arrojar luz sobre ellas

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Mi abuelo, sabio socarrón donde los hubiera y a quien sus orígenes campesinos otorgaban un aura de conocedor de la naturaleza y de predictor meteorológico, acostumbraba a vaticinar: “Tal como se está poniendo el cielo, puede que llueva… o puede que no”. Nunca erraba. Poco podemos hacer ante la fuerza desatada de los elementos. No así por cuanto se refiere al curso de la historia. Solo la humanidad la hace y la piensa. La historia no está escrita de antemano, ni se desarrolla como un continuum inexorable de acontecimientos. Su camino está hecho de bifurcaciones y disyuntivas que dirime el combate entre fuerzas vivas, determinando el destino de las naciones y de la propia civilización.

         Los filósofos sirven para ayudarnos a pensar esas encrucijadas, para arrojar luz sobre ellas. No cabe esperar de ellos un programa político o una línea de acción definida. La filosofía no vale para dar respuestas, sino para formular las preguntas adecuadas y proponer enfoques inéditos, abordajes que a veces incomodan o que subvierten puntos de vista comúnmente aceptados. Y para pensador incómodo, ínclito a la provocación – y por momentos incluso irritante con su inmoderada inclinación a las analogías freudianas -, el esloveno Slavoj Zizek. Pero sus textos invitan a reflexionar y vale la pena leerlos. Su más reciente trabajo, “Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?” (Ed. Anagrama) está ya disponible en castellano.

         “Es la realidad del acontecimiento – el hecho de que tenga lugar – lo que crea retroactivamente su necesidad”. Es decir, cuando se produce una guerra, una crisis o una catástrofe humanitaria, el pasado anterior nos aparecerá como la concatenación lógica de sucesos que han conducido a ese desenlace. Pues bien, ante el incierto y angustioso panorama mundial, Zizek nos invita a considerar de otro modo las alternativas: “No es que tengamos dos posibilidades: o catástrofe militar, ecológica y social, o recuperación. Esta fórmula es demasiado fácil. Lo que tenemos son dos ‘necesidades superpuestas’. En nuestra situación, es necesario que se produzca una catástrofe global y que toda la historia contemporánea avance hacia ella, y al mismo tiempo es necesario que actuemos para evitarla. Cuando estas dos necesidades superpuestas se derrumben, solo se dará una de ellas, por lo que en cualquiera de los dos casos nuestra historia habrá sido necesaria.” En otras palabras: no cabe esperar de la historia veredicto alguno. Sus escribas no harán sino levantar acta de lo ocurrido bajo el epígrafe de la fatalidad. A nosotros corresponde luchar por un determinado desenlace.

        El llamamiento a la acción cobra todo su sentido ante la complejidad de la crisis del orden global que estamos viviendo, ante un cambio climático insoslayable, una guerra devastadora en las planicies de Ucrania, el Próximo Oriente al borde de un incendio total y las democracias liberales amenazadas por el populismo y el auge de la extrema derecha… Por no hablar de los vaivenes de los mercados financieros, siempre al albur de un dato macroeconómico que haga evaporarse sumas ingentes de “capital ficticio”… con consecuencias muy reales para empresas y trabajadores. Todo ello puede tetanizar a la ciudadanía, sumirla en un sentimiento de impotencia ante la magnitud de las fuerzas en presencia.

          En vísperas de la primera conflagración mundial, nos recuerda ZizekLenin planteaba así la disyuntiva ante la que se hallaban las naciones: “O la revolución impedirá la guerra o la guerra desencadenará la revolución.” Una alternativa respecto a la cual otro filósofo, Alain Badiou, decía: “Es efectivamente la segunda hipótesis la que se materializó en Rusia en el contexto de la Primera Guerra Mundial, y en China en el contexto de la Segunda. Pero ¡a qué precio! ¡Y con qué consecuencias a largo plazo!” (Je vous sais si nombreux Ed. Fayard). Así pues, considera Zizek“no se puede eludir la conclusión de que es necesario un cambio social radical – una revolución – para civilizar nuestras civilizaciones. No podemos permitirnos albergar la esperanza de que una nueva guerra conduzca a esta revolución: una nueva guerra significaría mucho más probablemente el fin de la civilización tal como la conocemos, con los supervivientes (si los hubiera) organizados en pequeños grupos autoritarios. Y no debemos hacernos ilusiones: en cierto sentido, la Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado, aunque hasta ahora se haya librado principalmente por delegación. Cuanto antes lo admitamos, más posibilidades tendremos de evitar su pleno estallido. (También deberíamos tener en cuenta que China ya forma parte de la guerra en curso, ayudando a Rusia financiera y económicamente). Todos queremos la paz, pero los llamamientos abstractos a la paz no son suficientes. (…) Hoy, el pacifismo no es una opción, como decía Étienne Balibar.”

           Pero, entonces, ¿en quién confiar? ¿Qué hacer? ¿En qué consistiría hoy esa revolución? El filósofo no tiene respuestas a esas preguntas. Tales desafíos solo pueden ser encarados desde un amplio esfuerzo colectivo, social y político. Sin embargo, nos ofrece algunas pistas…

          Escrito en 2023, con anterioridad al 7 de octubre, el libro no menciona la sobrecogedora tragedia de Gaza; pero su discurso da cuenta de las tensiones geoestratégicas que enmarcan el conflicto Israel-Palestina. “La sombría visión de (Samuel P.) Huntington de un inminente choque de civilizaciones puede parecer justo lo contrario de la brillante perspectiva de Francis Fukuyama del fin de la historia bajo la apariencia de una democracia liberal mundial.” En realidad, nos dice Zizek“el choque de civilizaciones es la política en el fin de la historia. Los actuales conflictos étnico-religiosos de carácter identitario son la forma de lucha que mejor encaja con el capitalismo global actual.” En esa vorágine, la izquierda debe superar los marcos conceptuales de la guerra fría, si quiere recuperar su razón de ser. Y ahí Slavoj Zizek no es nada amable con algunas conocidas personalidades de la órbita progresista: “Los pacifistas que están en contra de la OTAN y del envío de armas a Ucrania ignoran el hecho clave de que fue la ayuda occidental la que permitió a Ucrania resistir. (…) Los pacifistas, desde Chomsky hasta Peterson pasando por Varoufakis, son las figuras más despreciables de nuestro espacio público actual…”

           “Recordemos la afirmación de Putin de que ‘hay dos categorías de Estado: el soberano y el conquistado’. Desde su punto de vista imperial, Ucrania debería pertenecer a esta última categoría.” Pero la aversión de Zizek a un pacifismo que se rinde ante semejante obscenidad no se circunscribe a un plano moral. “Esta versión del ‘pacifismo’ solo funciona si descuidamos el hecho clave de que la guerra no es solo por Ucrania, sino un intento brutal de cambiar toda nuestra situación geopolítica. El verdadero objetivo de la guerra es el desmantelamiento de la unidad europea propugnado no solo por los conservadores estadounidenses y Rusia, sino también por la extrema derecha y la extrema izquierda europeas: en este punto, en Francia, Mélenchon está en la misma posición que Le Pen.” Puesto a polemizar, nuestro autor no se anda con melindres. Sin embargo, no es mal momento para dar la voz de alarma ante la incertidumbre de la elección americana – una victoria de Trump podría resultar fatal para Ucrania – y los drásticos recortes en la ayuda a Kiev que anuncia Alemania, encorsetada en un rigor presupuestario constitucionalizado. 

         “Sí, el Occidente liberal es hipócrita y aplica sus exigentes criterios de forma muy selectiva. Pero la hipocresía significa que uno viola las normas que proclama, y de este modo se abre a la crítica inmanente: cuando criticamos al Occidente liberal, utilizamos sus propias normas. Lo que Rusia ofrece es un mundo sin hipocresía, porque carece de normas éticas globales y solo practica el ‘respeto’ pragmático por la diferencia. (…) La única manera de defender lo que merece la pena salvar en nuestra tradición liberal es insistir sin descanso en su universalidad: en el momento en que aplicamos un doble rasero, somos tan ‘pragmáticos’ como Rusia.” Ucrania y la democracia están pagando el precio de esa hipocresía. ¿Por qué Estados Unidos y la Unión Europea no pesan, con todos los recursos a su alcance, sobre el gobierno de Israel para que detenga su sanguinaria cruzada? El “Sur Global”, incluída la izquierda latinoamericana, reprocha a Occidente su actitud… y facilita el camino a la expansión de otras potencias que, como Rusia en los países del Sahel, no hacen sino confortar a juntas militares golpistas a cambio de la extracción de preciados minerales. (Por cierto, el África Corps de Putin, remedo del ejército de mercenarios Wagner que ha ido desplazando a las fuerzas francesas en Mali, Burkina Fasso o Niger, puede inscribir en su haber algunas matanzas de civiles, pero no una contención de los grupos yihadistas, que siguen ganando terreno en esos países). Por eso, insiste Zizek“para contrarrestar realmente a Putin deberíamos tender puentes hacia el resto del mundo, hacia los paises allende las fronteras de Europa, muchos de los cuales tienen una larga lista de agravios plenamente justificados contra la colonización y la explotación occidentales. No basta con ‘defender Europa’: nuestra verdadera tarea es convencer a los países del tercer mundo de que, ante nuestros retos globales, podemos ofrecerles una opción mejor que Rusia o China. Debemos convencerles con hechos: poniendio fin a nuestra actual explotacion neocolonialista ecológica y económica, aliviando la carga de la deuda, resolviendo las crisis que provocan emigraciones masivas, creando una coordinación sanitaria mundial para que dejen de producirse prácticas manifiestamente injustas como el acaparamiento de vacunas.” 

           Más allá de su peso relativo en el PIB mundial, el destino de Europa está en el corazón de las actuales tensiones a escala global. “Una Europa unida representa algún tipo de socialdemocracia”, dice Zizek. En efecto. El avance en la construcción europea solo puede darse en términos de desarrollo federal, de armonización social y fiscal, de planificación ecológica, de fortalecimiento de la democracia en unas sociedades multirraciales… Ese es el camino de la revolución pendiente y un referente que rebasa los límites geográficos del viejo continente. Putin ha perseguido durante años la política de ‘¡Que se joda Europa!’, de desmantelarla mediante el apoyo al Brexit, al separatismo catalán, a Le Pen en Francia, a Salvini en Italia… Este eje antieuropeo que une a Putin con ciertas tendencias de la política estadounidense es uno de los elementos más peligrosos de la situación actual…” 

A través de su reflexión, Zizek reclama la acción de una izquierda que no reconoce en la cultura woke de la posmodernidad (“El wokeísmo funciona de facto como un dogma religioso secularizado”) y que debería reencontrar sus valores en el combate social, “situándose al lado de quienes se rebelan”. Es nuestra tarea ponerla en pie para pesar sobre los acontecimientos. No existe un futuro determinado, solo existirá el mundo que decante la lucha. El mañana es un combate.

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