Un voto por Kamala
Por el contrario, su contrincante, la hasta ahora poco visible vicepresidenta Kamala Harris, se ha convertido en la esperanza de todos los que no comparten esa visión reduccionista
La política de cada país ha dejado de ser, desde hace mucho tiempo, un problema que afecta única y exclusivamente a sus propias sociedades. De hecho y a fuer de sinceros, habremos de reconocer que en mayor o menor medida siempre ha ocurrido así y que las ambiciones personales de los monarcas, los intereses familiares, prejuicios, manías u obsesiones, determinaron no solo gestiones diplomáticas y estrategias matrimoniales sino, cuando se terciaba, campañas militares que alteraron fronteras y cambiaron los mapas y las vidas de miles de personas. Pero en un mundo cada vez más globalizado e interdependiente como el que nos ha tocado vivir se produce un hecho todavía más relevante y es que ciertos hechos pertenecientes a la normalidad política, como los procesos electorales, pueden condicionar la vida de países y colectivos muy ajenos al de aquellos de cuya decisión depende investir a uno u otro candidato.
Tenemos un ejemplo muy próximo e inmediato en Estados Unidos, donde el resultado de la próxima contienda electoral habrá de marcar la evolución no sólo de la política estadounidense, sino la de numerosos otros países, incluido España. El programa MAGA encarnado por el expresidente y de nuevo candidato a la Casa Blanca Donald Trump implica, como es bien sabido, una defensa de los intereses autóctonos por encima de los del resto de sus aliados, lo que supone un cierto aislamiento y una más o menos evidente dejación de responsabilidades compartidas desde 1945, algo que si en otras circunstancias hubiera resultado relativamente preocupante, adquiere importancia capital en momentos en que el expansionismo ruso ha puesto en serio riesgo la estabilidad alcanzada en viejo mundo desde el término de la segunda guerra mundial. La candidatura de Trump implica, por otra parte, una interdicción rotunda -y sin alternativas- de los movimientos migratorios procedentes del sur de su propio continente con el consiguiente desequilibrio para todos aquellos países afectados por este fenómeno. A lo que cabe sumar muchas otras consecuencias en política económica y social en lo que no vamos a entrar porque no afecta más allá de las fronteras federales.
Por el contrario, su contrincante, la hasta ahora poco visible vicepresidenta Kamala Harris, se ha convertido en la esperanza de todos los que no comparten esa visión reduccionista. No estará de más recordar que a diferencia de su rival, cuya laxa e incluso dudosa moralidad ha sido puesta reiteradamente en entredicho, presenta unas credenciales irreprochables en su conducta personal y política y ofrece una imagen esperanzadora como mujer y como fruto de la capacidad integradora que ha distinguido la formación de sociedad norteamericana contemporánea. Es, por todo ello, una feliz imagen de continuidad de la que marcó su predecesor Obama.
Sabemos que la democracia estadounidense es laberíntica y está llena de anfractuosidades y que el triunfo en unas elecciones presidenciales no depende de la obtención del voto favorable de la mayoría de los ciudadanos contados individualmente, sino del de los compromisarios elegidos por estos en cada uno de los estados de la Unión según reglas que a los europeos nos resulta difícil comprender. Dicho de otra manera, que la elección del deshonesto empresario inmobiliario o de la candidata demócrata no va a depender tanto de la voluntad de la mayoría de los electores cuanto del resultado de una compleja carpintería electoral.
Dicho todo lo cual se nos plantea un grave interrogante: habida cuenta de la repercusión que el resultado de esta contienda puede y va a tener sobre el resto de países aliados de Estados Unidos ¿qué pintamos nosotros? La respuesta es fácil: nada. Y aunque sea lanzar mi cuarto a espadas yo diría que reclamo mi derecho, cuando menos, a opinar. Frente a un Trump corrupto (desayuné invitado por él -con doscientas personas más, todo debo decirlo- en su hotel Tah Mahal de Atlantic City hace 32 años, que acabó quebrando como otros negocios suyos) con el ceño fruncido, adusto, irritado siempre con quienes no opinan como él, perseguido tenazmente por jueces y fiscales y condenado ya por dolo penal en algún caso, me quedo con la hija de inmigrantes, una mujer sin tacha alguna, hija de inmigrantes, que sabe utilizar la sonrisa como herramienta de convicción y representa lo mejor de su país: el Estados Unidos receptivo, asimilador, consciente de sus alianzas y responsabilidades… ¡y multicolor! Aunque tengo muy claro que mi opinión no sirve para nada, ¡voto por Kamala Harris! Y que sea lo que Dios quiera…
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