Cuando la muerte mueve la economía
"No se trata de la adecuación de la economía a las exigencias bélicas, de practicar lo que se da en llamar una “economía de guerra”, sino de la guerra como motor y matriz de un nuevo paradigma económico"
No se trata de la adecuación de la economía a las exigencias bélicas, de practicar lo que se da en llamar una “economía de guerra”, sino de la guerra como motor y matriz de un nuevo paradigma económico. En su edición del pasado 30 de agosto, el rotativo francés “Le Monde” publicaba toda una serie de datos muy clarificadores acerca de la evolución de la economía rusa desde el inicio de la invasión de Ucrania. En efecto. No sólo la producción de armamento, sino la propia sangría humana que supone el conflicto impulsan de modo decisivo el crecimiento del PIB: un 4% de incremento entre el segundo trimestre de 2023 y el de este año, mientras que el paro se reduce a un 2’6%. Hasta el punto que Rusia vive una crisis de mano de obra, pues las necesidades de la producción requerirían la incorporación de unos dos millones más de trabajadores.
La muerte dopa la economía rusa… y esa es una droga tan macabra como adictiva. No se trata de una metáfora. La contienda en Ucrania está exigiendo una importante leva de tropas. Una movilización que Putin logra ofreciendo sueldos elevados, ventajas sociales y primas importantes a quienes se alisten. Los llamamientos patrióticos se dirigen a los hombres de hasta 65 años. Hace falta mucha gente en el frente. En julio, Putin decidió doblar la paga mensual de estos soldados contractuales, pasando de 195.000 rublos (1.910 euros) a 400.000 rublos (3.900 euros); es decir, diez veces el salario medio. A esta paga hay que añadir una prima de alistamiento de un millón doscientos mil rublos (11.500 euros). Todo ello libre de impuestos. Y, por si fuera poco, esos combatientes y sus familias tienen acceso a toda una serie de privilegios: desde créditos inmobiliarios a bajo interés hasta el ingreso en las mejores universidades del país sin examen de selectividad. En suma, la promesa de acabar conformando una nueva élite nacional.
Atraídos por esas sumas, 385.000 hombres firmaron un contrato con el ejército a lo largo de 2023. Sin ese flujo de reclutas sería del todo imposible sostener el esfuerzo bélico: desde el inicio de la guerra, 600.000 militares rusos han muerto o han sido heridos. Pero esas bajas constituyen a su vez un incentivo para la economía. Cuando un soldado muere en combate, su familia cobra una prima que puede alcanzar los 11 millones de rublos (108.000 euros). Por supuesto, el Estado solo paga esa prima si se llega a recuperar e identificar el cadáver, cosa que no se logra en una tercera parte de los casos. En términos gananciales, para sus entornos familiares, un muerto es mucho más provechoso que un superviviente de la guerra. Pero el conflicto se cobra inexorablemente y sin tregua su tributo de sangre. En el frente del Dombás, las fuerzas rusas llegan a registrar un millar de bajas al día. Resultado: el pago de los salarios y las primas supone para el Estado entre 1’5 y dos billones de rublos anuales. Lo que constituye una formidable inyección de liquidez que tira del consumo e impulsa el crecimiento.
La guerra tiene, sin embargo, otras implicaciones, cuyas consecuencias se hacen sentir ya, pero que sin duda lo harán de modo más acentuado a largo plazo. La industria de armamento funciona a pleno rendimiento. Sus empresas pagan mejor a fin de atraer la mano de obra necesaria al mantenimiento de ese ritmo frenético de producción. “En el curso de los últimos meses – escribe “Le Monde” -, 520.000 trabajadores han abandonado sus puestos en las empresas civiles para incorporarse a la industria de defensa, según el viceprimer ministro Denis Mantourov”. Esas distorsiones económicas tienen ya un primer reflejo en la inflación anual, que rondaba en julio el 9’13 %. Los tempos exigentes de la guerra hacen que el Estado invierta sumas colosales en la producción de armas, pero sin progresar en materia de innovación. Y ya se sabe: los retrasos en el desarrollo tecnológico de las naciones se pagan siempre con una mayor dependencia respecto a las economías más avanzadas. En ese terreno, China va ya muy por delante de Rusia. La guerra que libra Putin en las planicies de Ucrania es, cuando menos en parte y por procuración, un pulso de Pequín con Occidente.
En cualquier caso, el modelo económico de Putin se basa en la capacidad exportadora de Rusia – que sigue siendo el primer exportador mundial de materias primas, sorteando las sanciones occidentales sin mayor dificultad – y en la guerra como impulsora de crecimiento. Sin alternativa al respecto. Y con una adicción cada vez mayor de esa droga. La militarización de la economía rusa constituye en sí misma un obstáculo mayor a cualquier tentativa de poner fin a la guerra de Ucrania. “Podría ser más pragmático para el Kremlin proseguir con esa militarización”, considera la investigadora Elina Ribakova. “Volver a una situación de paz – estima por su parte el economista Vladislav Inozemtsev -, en la cual esos gastos estarían injustificados y desmovilizar al mismo tiempo un ejército de criminales resultaría muy peligroso. Eso no interesa a Putin. Rusia puede beneficiarse de un crecimiento continuado por lo menos durante cinco o seis años, mucho más tiempo de lo que Ucrania podría soportar”.
Nada es tan azaroso como pronosticar el futuro. Por supuesto, no hay unanimidad acerca de una perspectiva tan halagüeña para el amo del Kremlin. Pero lo que no ofrece lugar a dudas es su disposición total a sacrificar otro millón más de vidas – y las que hiciesen falta – en el altar de esa “economía vampiro” a la que se aferra su régimen. Al cabo, cabe imaginar una debacle y una crisis mayor de todo ese sistema. Sin embargo, lo que hoy está en cuestión – y ahí Europa se juega su futuro – es si eso ocurrirá en medio de una desesperanza general, con una Ucrania vencida y devastada,,, o, por el contrario, bajo la perspectiva de una nueva era de progreso social y democracia. Lo que tenemos enfrente es, ni más ni menos, la industria de la muerte.
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