El talón de Aquiles de la UE
Los gobiernos comunitarios deberían tomar conciencia de la situación
No vivimos buenos tiempos para el pacifismo. Europa está encajonada entre dos guerras a las que no se les ve el final y que amenazan con extenderse. Por si fuera poco, los servicios de inteligencia alemanes han detectado que Rusia estará en condiciones de atacar a un Estado miembro de la OTAN en 2027. Ante esa posibilidad tan sombría, el Gobierno alemán ha decidido poner un plan en marcha para que, cada año, entre 5.000 y 10.000 jóvenes se alisten al ejército y, una vez allí, intentar seducirles a que se comprometan con la milicia y, así, aumentar el número de soldados profesionales.
Finalizada la Guerra Fría, en las postrimerías del siglo pasado, los ejércitos europeos evolucionaron hacia un formato mucho más profesional, con menos efectivos, pero con un personal mejor preparado y equipado. Sin embargo, treinta años después de aquella supuesta pacificación mundial, ese criterio ha ido cambiando de manera paulatina pero constante. No es casualidad que en países como Austria, Dinamarca, Grecia o Suecia exista el servicio militar obligatorio. No obstante, en cada lugar los requisitos y las características varían, en cuestiones como el tiempo de permanencia o la exención de las mujeres.
Esta evolución de los planteamientos militares de los estados no es fortuita, viene dada por dos cuestiones fundamentales, la primera, la complejidad global en la que se han de desenvolver los países y la segunda, la evidencia de que la defensa es el talón de Aquiles de la UE. En el mes de noviembre de 2021, desde el departamento del vicepresidente de la Comisión Europea y máximo responsable de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, bajo el título “Brújula estratégica”, se elaboró un documento que hicieron llegar al pleno de la Comisión Europea; con aquel estudio se quería forjar en la UE una posición común sobre las amenazas geopolíticas que afrontaba el club. Como primer paso se proponía la creación de una fuerza militar de emergencia antes de 2025. “Europa está en peligro y los europeos no siempre son conscientes de ello”, advertía Borrell en la presentación que hizo del documento a los principales medios de comunicación europeos. Pues bien, cuando faltan poco más de tres meses para que entremos en 2025, esa fuerza militar de emergencia, que sugería el alto mandatario, ni está ni se la espera.
Los gobiernos comunitarios deberían tomar conciencia de la situación. Para los ciudadanos de Europa occidental la seguridad colectiva ha estado garantizada desde 1949 por la Alianza Atlántica y asegurada por la contribución fundamental y muy mayoritaria de Estados Unidos. Un pacto beneficioso para todos. El socio mayor obtuvo la hegemonía y todo lo que eso conlleva. Mientras, los europeos se pudieron despreocupar de su defensa y dedicar recursos a otras partidas ajenas a las Fuerzas Armadas. Los resultados son evidentes y nadie reniega de ellos: la paz, la estabilidad y la prosperidad han convertido a la Unión en un club en el que hay codazos para entrar, sobre todo en momentos de peligro y del que nadie quiere salir ─a excepción del Reino Unido, algo de lo que ya se están arrepintiendo─. No obstante, esta situación puede cambiar de forma radical si Donald Trump regresa a la Casa Blanca el próximo noviembre.
España siempre ha sido uno de los países más rezagados a la hora de invertir en Defensa. En 2021, nuestro gasto en cuestiones militares fue del 0,78% del PIB. Ante esa situación Pedro Sánchez, en el pleno de la OTAN celebrado en Madrid, se comprometió en alcanzar el 2% en 2028. Si queremos ser un país plenamente europeo lo hemos de ser en todas sus vertientes. Sin embargo, ese gasto no es bien visto por amplios sectores de la sociedad
La decidida actuación de la UE y su apoyo incondicional a Ucrania ante la agresión rusa nos sitúa en una nueva guerra fría y ahora toca rehacer el statu quo internacional. Los conflictos se entremezclan en la geopolítica global. No es solo Rusia. Estamos viendo la actitud de Israel en el conflicto de Gaza. Para algunos observadores, China es un “desafío estratégico” para Occidente. Asia es un lugar especialmente caliente con varios conflictos potenciales como es el caso de Taiwán, Corea del Sur y Corea del Norte. Las tensiones en el Pacífico no son menores y ahí India es un aliado preferente de Rusia (compradora principal del petróleo que la UE rechaza como represalia a la invasión rusa de Ucrania).
La humanidad está sentada sobre un polvorín y no acabamos de ser conscientes de ello. En buena medida todo depende de lo que suceda en Ucrania y en Gaza. Si Putin se impone a los ucranianos toda Europa entrará en pánico y si el conflicto de Oriente se extiende por la región, el suministro de carburantes peligrará. Entonces, todo eso podría evolucionar hacia una situación imprevisible e incontrolable y ya sabemos que las consecuencias de las guerras son devastadoras: Además de la crisis humanitaria (principal problema), tendríamos pérdida de vidas, desplazados, posibles hambrunas y un largo etcétera y, con toda seguridad, nos alcanzaría otra crisis energética, en suministros y precios.
Nada más lejos de mi ánimo que escribir una oda al belicismo. Pero la autonomía estratégica europea es una necesidad. Los fondos imprescindibles para hacer viable unos mecanismos adecuados a las circunstancias que nos han tocado vivir no surgirán por ensalmo, ni como un maná caído del cielo. Corresponde a los gobiernos de los estados tomar conciencia de la situación e invertir en la Alianza Atlántica, con la intención de que la Unión Europea sea su más firme puntal. Eso sí, asumiendo que hay que pagar el precio correspondiente. La UE y OTAN deberían ser las dos caras complementarias de una misma moneda. La época de vivir de gorra en cuestiones de defensa se ha terminado. Los gobernantes deben ser realistas.
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