Inversión o decadencia

Artículo de opinión del legendario líder vecinal de Barcelona

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Catalunyapress rabell16set24

 

He aquí el dilema al que se enfrenta Europa. Quedan muy atrás los años de la llamada “globalización feliz” – que no fue tal para todos, dejando tras de sí una legión de perdedores y enquistando profundas desigualdades sociales. Pero es evidente que la geopolítica ha hecho una brutal irrupción en nuestras vidas. La guerra en Ucrania, el martirio de Palestina o la disputa del Sahel… reflejan, de modo espasmódico y en cierto modo “por delegación”, la tensión entre Estados Unidos y China. Los parámetros de las relaciones económicas y políticas a nivel mundial han cambiado bruscamente. Y a Europa le está costando situarse en ese nuevo escenario.

El informe presentado a la Comisión Europea por Mario Draghi hace apenas unos días incide en ese cambio de paradigma, apuntando a la urgencia de un giro en la política económica de la UE. Un giro que supone, de facto, un salto adelante cualitativo en la construcción europea, un avance en su unión federal. Se trata de dejar atrás los dogmas inoperantes de la austeridad y emprender decididamente el camino de unas inversiones masivas y mancomunadas, sin las cuales Europa estaría condenada a un convulso declive de sus naciones. En ese sentido, como bien señala Thomas Piketty, el informe Draghi “va en la buena dirección”. Sin embargo, su orientación queda lastrada por el sesgo elitista de las modalidades propuestas. De hecho, el propósito modernizador y competitivo de la economía europea que plantea el informe difícilmente puede salir adelante sin un neto cariz socialdemócrata. Es decir, sin potenciar el liderazgo público en las inversiones estratégicas, sin realizar un esfuerzo fiscal progresivo similar al del período de la posguerra, sin implementar unas políticas sociales fuertemente redistributivas… El propio Piketty ha demostrado en sus trabajos sobre la desigualdad hasta qué punto la inversión masiva en educación fue determinante, tras la segunda guerra mundial, en el formidable avance de la productividad de la economía americana. Educación, formación, investigación… Con mayor fuerza incluso que antes, ahí estará la clave para enfrentar los retos inmensos de un nuevo modelo de producción, distribución y gobernanza que nacerá – si somos capaces de hacer que vea el día – con los fórceps de la respuesta al cambio climático y la adecuación a una cierta “economía de guerra”.

Semejante desafío no puede ser resuelto por ningún Estado por separado. Nunca el futuro de las naciones europeas ha sido tan dependiente de ese salto cualitativo en la construcción federal de la UE. Y nunca esa construcción habrá tenido que afrontar tan fuertes tentaciones de repliegue – condenado de antemano al fracaso – de los Estados más importantes de la Unión. Francia se debate en una crisis política mayor, con un progresivo ascenso de la extrema derecha que se nutre del descrédito de la democracia representativa y de la nueva tanda de sacrificios proyectada en los presupuestos restrictivos del gobierno de Michel Barnier. Por su parte, Alemania está sumida en contradicciones que devienen insoslayables: su poderosa industria da señales de pérdida de competitividad y su crisis amenaza con desembocar en una sucesión de cierres de factorías, agravando el malestar social. El “motor de Europa” sólo puede ponerse al día de la mano de un audaz enfoque inversor comunitario. Más temprano que tarde, la asfixiante constitucionalización alemana del rigor fiscal deberá ser revisada y superada. Aunque, por ahora, el gobierno de coalición presidido por Olaf Scholz está en horas bajas y se aferra a una doctrina obsoleta que Alemania dictó al sur de Europa en los días más aciagos de la recesión. ¿Y qué puede esperarse del gobierno de Meloni?

Sobre el gobierno español recae la responsabilidad de ser el abogado del informe Draghi y de declinarlo en términos progresistas en las instancias comunitarias. Hoy por hoy, España es el gran país europeo que está en mejor disposición para abrir ese debate en Europa. La voz de su gobierno, la pertinencia de sus propuestas – como en materia energética –, su peso en la diplomacia comunitaria… le han granjeado una autoridad política que debe aprovechar para impulsar este debate. Un debate inaplazable. Un debate literalmente existencial para Europa.

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