Pasar página

"El procés independentista, como opción política, ha llegado al final de su recorrido. Otra cosa es el clientelismo y los abrevaderos políticos que generaron las teóricas expectativas de independencia"

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El procés independentista, como opción política, ha llegado al final de su recorrido. Otra cosa es el clientelismo y los abrevaderos políticos que generaron las teóricas expectativas de independencia. Habrá que trabajar con la meticulosidad de un orfebre para desmantelar los chiringuitos que, a cuenta de la secesión, se montaron en la última década para dar cobijo a tanto indepe sobrevenido. Quizás la prueba más evidente del decrecimiento del fervor independentista sea la menguada participación que tuvieron las convocatorias de Òmnium y la ANC el pasado 11 S. Tampoco es baladí el dato que reveló el CEO, según el cual entre 2014 y 2024 las personas que se sienten solo catalanas han caído del 29,1% al 18%. O sea, el sentimiento de catalanidad ha bajado más de 10 puntos en una década.

Además, iniciativas como los indultos o la amnistía para aquellos que pudieron cometer actos no ajustados a la ley durante el proceso secesionista han tenido un efecto balsámico para la sociedad catalana. Esas iniciativas han contribuido a que Catalunya hoy esté bastante más sosegada, se estén reconstruyendo puentes para la convivencia, se esté recuperando la confianza, que por primera vez desde 1980 no haya una mayoría nacional-independentista en el Parlament y se vaya recuperando la normalidad institucional. El actual Gobierno de España ha puesto mucho de su parte (algunos piensan que demasiado) y con un alto coste político para que la normalidad se reinstaure en Catalunya. Sin embargo, hasta el momento, no ha habido reciprocidad por parte del movimiento independentista ni de sus líderes.

Entretanto, Salvador Illa, con su política de mano tendida, se ha comprometido a desarrollar buena parte del programa de ERC, mantener en sus puestos a una cuarentena de altos cargos republicanos y ha recuperado a personas del antiguo espacio convergente otorgándoles importantísimas tareas en el Govern. En cambio, dirigentes del procés se dedican a reivindicar el 1-O como un gran logro histórico, cuando en realidad fue un despropósito, no solo por su ilegalidad, también por la falta de las más elementales normas democráticas. El día de la votación, por no haber, no había ni censo. Pero es que, además, llaman represión a lo que fue aplicar la ley del Estado de derecho. No olvidemos que según la prestigiosa organización intergubernamental IDEA, entidad responsable de evaluar los sistemas de democracia y libertad en el mundo, España es uno de los países con los mejores índices de democracia del planeta. Así que ya está bien de milongas victimistas.

Está claro que hemos de pasar página y mirar hacia adelante. Pero, para que eso sea posible, todos hemos de poner algo de nuestra parte. Y es que da la sensación de que, en lo del procés, nadie fue responsable de nada. Las cosas sucedieron porque sí y parece que algunos esperan que el paso del tiempo borre la huella de tanto disparate. No obstante, por higiene democrática, resulta imprescindible que alguno de los prohombres que estuvieron en las salas de máquinas de la Plaça Sant Jaume o en sus aledaños ideológicos nos expliquen qué de bueno sucedió en Catalunya en ese periodo.

Así, por ejemplo, el prestigio de la presidencia de la Generalitat sufrió un grave deterioro con los presidentes más incapaces de la democracia recuperada. Ni Carles Puigdemont ni Quim Torra han sido personas capacitadas para tan alta dignidad y, en consecuencia, la primera institución catalana fue ninguneada como no había ocurrido jamás. Ciertamente, Pere Aragonès empezó a intentar revertir la situación, pero la precariedad parlamentaria sobre la que sustentaba su Govern y el fin precipitado de la legislatura no le permitió hacer más.

Con la perspectiva que nos da el paso del tiempo, queda claro que el procés nunca tuvo posibilidades de éxito. Y es que nunca tuvo apoyos internacionales sólidos ni fiables, ni capacidad económica para salir adelante, ni siquiera la fuerza coercitiva necesaria para hacerse respetar por hipotéticos adversarios. En alguna ocasión, Jordi Pujol había comentado que “Catalunya tenía capacidad para desestabilizar España, pero le faltaba la fuerza suficiente para lograr la independencia”, y tenía razón el gran timonel.

Desde un punto de vista objetivo, el proceso independentista fue una sucesión de opacidad, falsedades y ensoñaciones tan imposibles de hacerse realidad como la película de ciencia ficción más disparatada, con la diferencia de que aquí se jugaba con las cosas de comer de las personas. Por eso, no se podrá cerrar la carpeta del procés si desconocemos todas y cada una de las decisiones que se tomaron desde 2012 y los auténticos motivos que impulsaron a los dirigentes a tomarlas, no las bagatelas que hasta ahora han explicado.

Hay que pasar página: de acuerdo, pero antes tenemos derecho a saber.

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